Un joven que decía sentirse solo acudió al más sabio de los maestros, de quien se decía que podía curar la mayor de las infelicidades. Cuando el joven lo tuvo ante sus ojos le confesó:
"Soy sobradamente sensible para distinguirme del sentir común de las gentes, pero no lo suficiente como para ser poeta. Soy sobradamente inteligente para no reírme de las ocurrencias más vulgares, pero no lo suficiente como para ser filósofo. Y soy sobradamente valiente para no sentir temor por las decisiones más corrientes, pero no lo suficiente como para ser aventurero."
Tras escuchar sus palabras de lamento el sabio le respondió:
Recuerda que nada le sobra al más feroz de los huracanes o le falta a la más dulce de las brisas para ser aire en movimiento.
El silencio se hizo en el templo, y en la montaña, hasta que el viento golpeó la puerta y el joven se retiró.