Hace tiempo escribí aquí sobre una formidable ermita del arquitecto Julio César Moreno Moreno y hoy vengo a escribir sobre esta otra, suya y de Susana Velasco, que acabo de descubrir, y que está muy próxima a aquella.
He visto esta foto y la verdad es que mi primera impresión ha sido: "¿Qué ha pasado ahí? Eso ha colapsado". Pero ha sido un segundo.
La verdad es que si solo se ve esa foto puede dar esa impresión. Son unas tablas de madera basta en medio del campo, que componen una figura en la que no hay ninguna línea horizontal ni vertical. Nuestro instinto y nuestra costumbre tienden a pensar que aquello fue una habitual construcción horizontal y vertical, y tan precaria que se ha venido abajo, causando el retorcimiento de aquellas líneas antes derechas(1). Por otra parte, el material sugiere una construcción pobre, provisional y frágil.
Sin embargo, lo que sí podemos apreciar ya en esta foto es que el terreno no es horizontal. Ahí hay un desnivel, un repliegue. La "choza caída" no está descansando sobre el terreno; está más bien agazapada tras él. No es un soldado abatido en una llanura, sino uno resguardado en una trinchera y expectante.
Es una obra hecha sin apenas planos, una obra de espontánea adaptación a un terreno, espontánea creación de un espacio y espontánea expresión de un juego.
Colaboraron los artesanos locales y buena parte del pueblo. La obra es muy pequeña, muy barata y muy elemental, y fue acogida por sus destinatarios con felicidad.
Las maderas estaban en el taller desde hacía décadas. De estas cosas que tiene uno ahí y no tira porque "ya servirán para algo", y lo mismo los adoquines hexagonales: Estaban en el olivar de detrás del taller.
Se improvisó colocarlos sobre un mallazo para formar "fachada" y también para trasdosarlos con el propio granito que había salido de la pequeña explanación. Una especie de gaviones muy elementales y primitivos, habida cuenta de que el talud era muy firme y tampoco hacía falta mucho para sujetarlo.
Incluso dejaron visto el corte cuando salió roca.
Los arquitectos aprendieron mucho de los artesanos, se dejaron llevar por ellos y todos trabajaron juntos con un propósito común.
La obra iba pidiendo; había que escucharla y la supieron escuchar.
Los arquitectos hicieron tres maquetas, y los carpinteros cortaron los listones y las tablas midiendo en ellas a escala, pero de pronto se les ocurría alguna cosa, o consideraban que tal encuentro quedaría mejor de otra manera, y los arquitectos escuchaban y aprendían, y, sobre todo, la obra seguía hablando. El espacio se formaba. Aquella cosa tan insignificante, tan modesta, nacía a la vida de una manera orgánica y sabia.
No me gustan las formas caprichosas, los alardes vanos. Siempre los critico, y, según mi estado de ánimo, me enfurezco o me burlo de ellos. En este caso hay formas caprichosas, pero esta vez no las veo como alardes vanos(2). Las veo como un afán de formalización, como un desafío de estructuración, como un juego que es al mismo tiempo una oración: una oración religiosa desde el punto de vista de la fe y una oración arquitectónica desde el punto de vista de la forma y del espacio, y, muy especialmente, de la construcción. Esta pequeña ermita evidencia que ha sido construida; quiero decir que cada una de sus piezas y sus formas explican cómo han sido hechas, y además han sido hechas por todo el pueblo con lo que tenían.
Estamos ante una obra de pura creación, de puro ingenio, de pura limpieza, de pura ingenuidad, de pura alegría. Creo que la actitud de todos es imprescindible. Esta ermita no se podría haber hecho con unos planos fascinantes traídos por unos arquitectos de fuera, tampoco con una empresa constructora muy equipada. En esta obra veo mucha charla, mucha reunión, mucho taller y mucha compenetración. Es una obra hecha sin timidez y sin soberbia.
Es la ermita de San Isidro. Fuera del pueblo, permanece cerrada casi todo el año. Nadie la ataca, nadie la vandaliza. Sencillamente duerme. Y el día de San Isidro el pueblo va allí de romería, el cura hace la misa fuera, en el campo, y el espacio sagrado se convierte inmediatamente en sala de baile, en terreno de alegría vecinal y de satisfacción colectiva. La oración comunal da paso a otra forma de oración, a la plenitud de la convivencia y del espacio., Ni timidez ni soberbia. Orgullo sí: orgullo de todos; legítimo orgullo.
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(1).- Puse esa sola foto en Twitter y la reacción de muchos, incluso algunos arquitectos, fue esa. Y a eso se unió la coña y la indignación que surge cuando algún destalentado (yo) saca una foto de un bodrio (la ermita) y lo comenta favorablemente. "¿Qué se ha pensado?, ¿que somos tontos?" "¿Se está burlando de nosotros?" Y entonces, por supuesto: "He visto en el vertedero montones de palets con mejor aspecto"; "podías poner una foto de antes del colapso", etc. Todo ello con ese aire de "este se va a reír de su..." Sí, suele pasar. Qué le vamos a hacer.
(2).- Aunque parezca una tontería y una frivolidad, a menudo distingo los alardes vanos y los desafíos legítimos por el grado de implicación de los arquitectos en la obra. Por eso suelo salvar a los gaudís y a los utzons y criticar mucho a las hadides y a los calatravas.