Por Franco Vielman
Para hablar de El juego del calamar y de capitalismo, hay mucho que decir, comenzando por el rotundo éxito de la serie para la plataforma streaming Netflix.
La serie batió los récords en la plataforma, con 111 millones de visualizaciones tras su primer mes de estreno en septiembre pasado. Es, por hoy, la serie con mayor audiencia en el registro de Netflix y la tendencia solo sigue creciendo como la espuma.
Hablando de capitalismo puro y duro, el medio de noticias RT reveló que documentos internos de esa compañía que fueron filtrados, revelaron que El juego del calamar permitiría generar casi 900 millones de dólares de ingresos para Netflix. Por otra parte, la producción de la serie surcoreana costó 21,4 millones de dólares, unos 2,4 millones por episodio. En números, hablaríamos de unos más de 878 millones de dólares en plusvalor, para disgusto de Karl Marx.
Los detalles de esta publicación parten de los inquietantes “parecidos razonables” entre la serie y el mundo real. Así que desde este punto activamos nuestra gran ALERTA DE SPOILER adelantando que solo tendría sentido seguir leyendo si usted ya ha visto la serie completa.
El juego del calamar, que en teoría parece un retrato distópico de la sociedad surcoreana y de un sórdido y sangriento concurso, es mucho más que la historia de personas endeudadas o una referencia a la crisis de endeudamiento entre los ciudadanos surcoreanos, lo cual es una realidad. La serie es un planteamiento entre líneas de lo más brillante que ha surgido en los últimos años, desde la industria cultural, en clara referencia al sistema capitalista mundial.
En referencia al éxito de la serie, son comunes críticas y expresiones en los medios declarando, a modo de asombro, cómo es que una serie con códigos coreanos podría tener trascendencia global. La respuesta está en que los códigos del capitalismo han sido homologados a escala global.
Para no matizarlo, y en palabras del propio Hwang Dong-hyuk, creador y director de la serie, esta es “una fábula acerca de la sociedad capitalista moderna, algo que representase una competición extrema”.
En el juego del calamar real, todos jugamos
La serie refiere de manera abierta a un grupo de aspirantes, endeudados, empobrecidos, en ocasiones dejando claro que su destino en el juego es inexorable por sus “propias faltas” económicas que los llevaron a la bancarrota. El punto de partida estigmatizante de la serie no se refiere estrictamente a un grupo de surcoreanos. En realidad hablan de todos nosotros, pues usted, al igual que yo, formamos parte del 99% de la población mundial que no es parte de la elite del capitalismo global.
En la serie dejan por sentado de manera clara que las decisiones económicas de los participantes los han llevado hasta ahí. Sin embargo, los participantes que retoman el juego luego de haberse suspendido son, sin duda, reincidentes que “no tienen otra opción” sino participar.
La serie nos refiere la falsa creencia en la democracia liberal, la inutilidad de decidir “salir del juego”, pues obligatoriamente debemos volver a él “a voluntad”.
Por supuesto que la serie no se refiere a surcoreanos endeudados, sino que se refiere a todos nosotros, por nuestra obligatoriedad de participar en el juego del capitalismo y hacerlo “a voluntad”. Nosotros, al igual que los personajes de la serie, elegimos entre reglas de un sistema económico que no decidimos y en un contexto que no podemos controlar.
En términos estrictamente prácticos y reales, y aplicando esta lógica para nosotros, quien quiera deslindarse del capitalismo tendría que retirarse a una montaña y volverse ermitaño, sumido y relegado en lo que en el capitalismo entendemos como “pobreza”. En caso contrario, y ese es nuestro caso, formamos parte del sistema, pues este nos obliga a vivir en él, a convivir con él y acorde a sus reglas.
El tratamiento que la serie da a los endeudados, apostadores, maleantes y pobres que participan en el juego es idóneo para quienes cometen “faltas” dentro del capitalismo. La principal de ellas es no contar con privilegios económicos y, por ende, tener que participar en un juego extraño, que tampoco eligieron. ¿Les suena familiar?
Otra máxima que explica la serie es que, para ser rico, para adquirir los privilegios, necesariamente hay que aspirar y seguidamente competir.
La serie relata una lucha supervivencial y aspiracional de los participantes, que va frente a las propias reglas impuestas por el sistema y contra los demás participantes, en un planteamiento claro, de competitividad y de canibalización.
Más allá de los dilemas morales que son planteados por el personaje principal, Seong Gi-hun y otros participantes, quienes sufren los estragos del “sistema”, lo que prevalece es la obligación de competir, o tal como reza la regla número 2 del juego, “el jugador que se niegue a competir será eliminado”.
Tal como en el capitalismo, en nuestro mundo, si no juegas, mueres (a menos que decidas irte a vivir solo a una montaña).
Algunos microrrelatos del capitalismo, hechos personajes
La semiótica de El juego del calamar es brillante, por presentar de manera diferenciada una especie de retrato de la estratificación social y la división de roles sociales.
Vestidos con monos verdes, estamos todos los participantes, víctimas, sobrevivientes y aspirantes en este juego que jugamos “a voluntad”. Vestidos de fucsia, y también con su propia estratificación basada en figuras geométricas en sus máscaras (en clara alusión a las teclas de un Playstation) tenemos a las representaciones del Estado, sin rostro real, con sus expresiones de poder, de fuerza y control, su impartición de reglas, justicia y orden.
La serie presenta a un “líder” enmascarado de negro, otro personaje anónimo, con posición superior, pero que a fin de cuentas es un servidor, un organizador y un articulador más, como una representación de las altas instancias del poder político. Y en la sombra, a quienes los enmascarados sirven, un grupo de VIPs, privilegiados, artífices y principales beneficiarios de todo ese andamiaje. La referencia es obvia.
La serie incluso se permite presentar los mecanismos de legitimación del sistema. Es decir, las escenas de los guardias y el médico que extraían órganos de las víctimas son un retrato de la corrupción en el capitalismo liberal, cuando algunos con ciertas posiciones mínimas de poder vulneran el aparato violentando las reglas. Tal lógica de corruptos y corruptores procesados por el “sistema” también aparece en la serie mediante la modalidad de castigo y exhibición (en la serie, con cuerpos colgados), un mecanismo de autorregulación en esa microsociedad, para que permanezca la creencia y el espíritu de la meritocracia entre los participantes.
Adicionalmente figuran otros estereotipos sociales que son representados por los personajes de la serie, dejando poco para la reflexión del espectador por su obviedad.
Tenemos en segunda línea a Cho Sang-woo, el segundo personaje más importante, quien es un clásico aspirante, ejecutivo y graduado de la Universidad de Seúl. Un yuppie y estereotipo liberal, quien seguramente vota a la derecha y repite que “la gente es pobre porque quiere”.
Abdul Ali, un inmigrante paquistaní, quien representa evidentemente a los inmigrantes explotados y traicionados por el capitalismo y sus meritócratas.
Tenemos al hombre de los memes, Oh Il-nam, el anciano, quien pese al giro de su personaje al final de la serie, representa a lo largo de su trama el trato de “chatarra humana” que reciben los viejos en una sociedad competitiva.
Jang Deok-su, el gánster, el matón con intenciones de volverse millonario, un símbolo de la transgresión y la aspiración por métodos violentos y de la creencia en el ascenso desde la lógica del crimen.
Figura con mucha relevancia es el personaje de Kang Sae-byeok, la desertora norcoreana, que en la serie perece más bien representar a una mujer que intenta abrirse paso en un mundo dominado por hombres. Relegada en ocasiones por un contexto que privilegia el uso de la fuerza o las capacidades del macho en un contexto competitivo.
La serie, en medio de los cuestionamientos morales que hace, también presenta un factor de transgresión al “sistema”, que es representado por el personaje de Hwang Jun-ho, un policía que se infiltra en la isla y que intenta desbaratar al sistema desde adentro. Es, acorde a la semiótica de la serie, el factor que representa la disidencia.
La exacerbada competencia y su moraleja
El arco narrativo de la serie, pero especialmente sus mensajes en códigos abiertos y entrelíneas, se fundan en el “gran premio final”, un cerdo transparente lleno de billetes, como propósito crucial para los participantes. Acorde a la lógica de los juegos y acorde a la misma lógica del sistema capitalista, concurre un sistema piramidal, en el que si otros “pierden” el premio es más gordo.
En el mundo real esta lógica se explica por los propios procesos metabólicos del capitalismo liberal. Para que existan muy pocos ricos, debe haber muchísimos empobrecidos o “fracasados”. En eso consiste el sentido de la competencia y tal cosa está respaldada en cifras. Acorde a datos de 2020 de Oxfam, las 2 mil 153 personas más ricas del mundo poseen más riqueza que los 4 mil 600 millones de personas más pobres del mundo. Por cada gran rico en el mundo, ocurre la multiplicación de pobres.
El juego del calamar plantea de manera nada inocente a los juegos infantiles como vehículo narrativo, pues son esos mecanismos de programación que vivimos desde la infancia y que nos desarrollaron el sentido de la competitividad, determinantes en nuestro devenir.
De hecho, cada juego en la serie deja un mensaje. Tal es el caso del juego “Luz roja, luz verde”, o el establecimiento de hecho de que si te equivocas, si das un mal paso, un mal movimiento, pierdes, acorde a las reglas del sistema capitalista. Es decir, la referencia va a nuestro marco de acierto y apego a las reglas.
En el “juego de la galleta” la referencia es mucho más obvia. Si decides mal, tienes más posibilidades de perder. Tal como en el capitalismo, a la hora de elegir a temprana edad una carrera universitaria, o un puesto de trabajo o un plan de negocios.
El juego “Kkanbú” o el juego de las canicas nos enseña que en el capitalismo, para ganar, alguien debe perder, no importan aquí los vínculos ni las relaciones de distancia. La promesa del ascenso social aparece en este juego, pues su resultado es el mismo que el que concurre en nuestro mundo real y que asumimos con naturalidad. El talento, la inteligencia, pero también la astucia y el aprovechamiento del de al lado, es un denominador de las relaciones laborales en todo el mundo. En ocasiones debes superar o timar a tu compañero de al lado para una promoción laboral.
En el juego del “Puente de cristal” queda más cristalina la lógica del mundo liberal. Otros deben caer para tú avanzar, para tú saber donde pisar. El conocimiento y la pericia es un bien apreciado en el capitalismo, desde todos sus ángulos. Esto aplica al hombre que sabía reconocer los tipos de cristal, pero no siempre basta para alcanzar el éxito, pues en ocasiones se impone la astucia, el sentido de la oportunidad y la capacidad de empujar a otros al vacío.
En El juego del calamar, el juego final, la lógica imperante de la competitividad queda más expuesta. Consiste en el uso descarnado de la fuerza y la confrontación como único medio para el éxito. Esa lógica aplica desde la confrontación entre empresas y hasta de países, es transversal al mundo capitalista, nos concierne, pues de alguna manera estamos imbuidos y obligados a ella.
El denominador común de todos los juegos es que la situación de “fracaso” de los participantes siempre recae sobre su propia responsabilidad, nunca por el contexto, nunca por las reglas, nunca por la agresión ni el abuso de otros. El perdedor siempre es responsable de su derrota por no haber contado con la fuerza, la inteligencia y, en muchos casos, la malicia.
Ese es un componente narrativo claramente conectado con el metarrelato del capitalismo liberal, el lenguaje de coaching, el discurso del emprendimiento y toda esta parafernalia que el filósofo también surcoreano Byun-Chul han ha cuestionado en La sociedad del cansancio: el sistema nos culpabiliza y nosotros asumimos ello sin confrontarlo, protegiendo al sistema y centralizando exclusivamente en nosotros nuestro destino, como si no hubiera un contexto.
Entre un juego y el otro, la lucha supervivencial y aspiracional de los participantes transita por las presentaciones más abyectas, como matarse entre sí, eliminar a los débiles, crear alianzas y traicionar. Evidentemente, la serie apunta a la presentación más abyecta de la ética individualista y oportunista, claves del “éxito” en nuestro mundo.
La serie también tiene referencias y contrapesos lógicos y morales. Seong Gi-hun, el héroe de la serie, es de principio a fin un referente de ingenuidad, de justicia y de apego a la ética, de hecho, a lo largo de casi toda la serie es un transgresor de la lógica del juego incluso hasta luego de este, luego de ganar y luego desafiando a los organizadores al final, lo cual promete una nueva temporada sumamente distinta a lo que se vio en estos nueve capítulos.
A fin de cuentas, como en toda fábula, pero repleta de ironía, resulta vencedor uno de los menos indicados. Lo que debe entenderse como una abierta mofa a las propias lógicas del capitalismo, o también, un guiño a la creencia de que “cualquiera puede lograrlo”. Eso debemos decidirlo como espectadores. Digamos que los creadores de la serie prefirieron un “final feliz” para gusto del espectador y nuestra creencia de quiénes deben ser “los merecedores del éxito”. Los de la audiencia siempre nos inclinaremos por “los buenos”, aunque el mundo real nos diga que no siempre ganan.
Eso sí, no olvidemos que incluso el más benévolo de los personajes tuvo que mancharse las manos timando al anciano en el juego de las canicas. El capitalismo puede hacer de un hombre bueno, una bestia, si es sometido a ciertas circunstancias y todo ello será entendido y legitimado por el propio contexto.
El final moralizante de la serie propone un demoledor discurso moral. Nada es gratuito, las pérdidas son dolorosas, el “fracaso” en este juego es la muerte, en sentido literal y figurado. Pero quizá la más demoledora de todas es la proposición de que una vez usando las sudaderas verdes, estaremos atrapados en una isla sin escape, donde lo único que tenemos son las armas deshonestas disponibles para nosotros en un sistema que no diseñamos ni decidimos, sino que nos fue impuesto.