Un día cualquiera. Duro, pero como cualquiera. Tras algunos intentos de avanzar en Castlevania, sin éxito y con pocas ganas, era momento de hacer camino a la cama. Mañana será otro día, pensaba para mí. Otro día igual, probablemente, pero ¿qué nos queda sino mirar adelante? Por inercia, hice las tareas que uno hace antes de acostarse. Cada uno tiene su ritual: comprobar la puerta – que esté bien cerrada -, los fogones – a ver si me los habré dejado encendidos -, los enchufes – no sea caso que haya un cortocircuito espontáneo – y lo que sea. Pero que uno pueda dormir tranquilo.
Siguiente paso, el baño. Lavarse los dientes y otros menesteres. Pues ahí andaba yo, absorto en mis pensamientos, casi apático dejándome llevar por el movimiento eléctrico del cepillo. Mi cabeza, mientras tanto, iba por otros lados, debatiendo conmigo mismo de la poca actitud demostrada en mi instante fugaz de juego. Como si no me importase fallar. Como si no me importase morir. El cepillo me avisaba que habían pasado dos minutos. Suficiente, o eso dicen los dentistas. O nueve de cada diez, qué se yo. Estaría bien saber si el décimo cree que más o que menos, o dónde se sacó el título. Qué cosas nos preocupan. Y qué vueltas da la cabeza.
YA NO TIENES TIEMPO, MARÇAL.
Susto monumental. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Alguien me habla. No puede ser, la puerta está cerrada. Me quiero mover pero no puedo. Me quiero girar pero mis músculos no responden. ¿Estoy bien? No lo sé. Inmóvil, espero que hayan sido imaginaciones mías.
QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE.
Indudablemente, lo he oído. La voz es vacía, de ultratumba. El baño se oscurece por momentos. El miedo recorre mi cuerpo como si quisiese esconderse en él. Saco las pocas fuerzas que me quedan para decir, con voz temblorosa, como si desease que nadie me oyese:
¿Hay alguien ahí? ¿Quién me habla?
YO.
¿Quién demonios eres?
¿DEMONIOS? ESOS NO EXISTEN. YO SÍ.
Y mientras creo que pierdo el conocimiento, lentamente aparece una imagen en el espejo. Lamentablemente, mi espejo no es de alta definición – se quedó en la época de los ocho bits – así que la imagen que apareció recordaba algo así como a Shadowgate. LA MUERTE. El segador de almas. Jinete del apocalipsis.
¿Has… venido… a buscarme?
NO HA LLEGADO TU HORA. TODAVÍA. PERO TRAIGO ALGUNAS QUEJAS. AHORA, SI ME DISCULPAS, TENGO QUE USAR EL BAÑO.
Tan descolocado como sorprendido – aunque con menos miedo en el cuerpo – salgo de mi baño. Me siento en la cama y espero. No sé a qué espero, la verdad, pero sigo pensando que algo no va bien en mi cabeza. Quizás simplemente espere al Juicio Final.
Tiran de la cadena. Al menos mi invitada es limpia, pero no entiendo nada. Se abre la puerta y la Muerte me mira. Las cuencas vacías, pero en su mirada se atisba el universo. Cuando alejo mis ojos de los suyos, estoy en otro sitio. Aparecen unas setas gigantes. Todo es muy raro. Encima de ellas parece que haya personas. O cosas.
Me acabo de dar cuenta de que les reconozco. Está Mario, pero pequeñito. Mi héroe, sin casco, se sienta a su lado con su fiel perro Rush, aunque su mirada es de pocos amigos. Samus aparece, pero no va en bikini. Están Bub y Bob, haciendo burbujas, como si no fuese con ellos. Link se oculta tras un seto, con un escudo más grande que él. Ryu mantiene su mano en la empuñadura de su katana. Lolo coge la mano a Lala. Las Tortugas Ninja – al completo – comparten una pizza. Chip, Chop, el tío Gilito, el pequeño Nemo en su pijama… Incluso veo a Simon Belmont… y parece que está empapado.
Miro a mis lados y lo que veo tampoco es el borde de mi cama. Es un banco, el banco de los acusados. Vislumbro el resto de la escena: delante de mí, a lo lejos, están los de Ice Climber, usando su martillo para llamar al orden. ¿Serán los jueces? Todavía no sé de qué se me acusa, pero parece que por ahí va la cosa.
PROCEDAMOS. QUE PASE EL PRIMER TESTIGO.
Mario, tan pequeño como pixelado, aparece en escena.
Señalándome, me acusa de ser un irresponsable, un imprudente. Un desalmado. Dice que en mis manos ha sufrido miles de muertes horribles. Que desde 1991 su sufrimiento ha sido constante. Que no calculo bien mis saltos, con lo que lo tiro al vacío. O al agua. O a la lava. Por mis errores en los tiempos, ha muerto por heridas de fuego, por los martillos de los hermanos martillo, por tortugas voladoras o en las fauces de plantas carnívoras de todos los colores. Incluso se queja de haber muerto por SETAS. Dice que no hay nada más humillante; excepto quizás cuando lo mata el rebote del caparazón de tortuga que yo mismo le he hecho tirar contra la pared. Y que su pobre hermano está peor; según él, tal es su trauma que no sale ni de su mansión. Fantasmas, dice. Encima, exige responsabilidades.
No lo tengo claro, pero intuyo por dónde va la cosa. Lo que ha expuesto el fontanero es que sus muertes fueron culpa mía. Pero, ¿no tenía más vidas? ¿No fue gracias a mí que consiguió salvar a la princesa multitud de veces?
RETÍRESE. MEGA MAN, S’IL VOUS PLAÎT.
Anticipo que me va a romper el corazón. Si se pone al nivel del enano con gorra, estoy acabado. Las horas que he dedicado a controlarlo (aparentemente, a torturarlo) son infinitas.
Mega Man habla de las veces en que le he tirado a los “pinchos”. Esos que le mataban directamente. Como si lo hiciese adrede, ¿sabéis? Dice lo humillante que es morir a manos de Top Man – es una triste peonza, son sus palabras – o lo estúpido que soy por caer en las trampas del Dr. Wily. Que así no se puede trabajar.
Y le siguen muchos otros, mientras el tiempo se me hace eterno. Unos se quejan por haber perdido la vida ahogados, otros envenenados. El tipo del taparrabos de Adventure Island dice que le dejé morir de hambre. El pobre principito de Prince of Persia se queja de haber muerto a los sesenta minutos. La vida es corta, chaval. Un niño con una bici dice que le mordió el perro del vecino mientras repartía el periódico. Si esto ya no se hace.
La cosa va tomando tintes esperpénticos. Aparece un individuo vestido militar, con una de esas máscaras de oxígeno de F-15 o 16 o 18 o el que sea. No me suena de nada, pero se queja de que nunca aterrizó en el portaaviones en mis manos. Maldito Top Gun; lo recuerdo bien. Al menos este tiene razón. Aunque le siguen las ranas de Battletoads y me dicen que de dónde me saqué el carné de conducir. Que en el nivel tres nunca habían tenido tantos accidentes de moto. Ojo, como si yo hubiese puesto esos jodidos obstáculos en medio del camino. Sí, que los había puestos con tan mala leche que eran insalvables, señores. Espero que el tribunal lo entienda; bastaría con que lo hubiesen jugado.
Entra un equipo de fútbol. Qué feos, Dios mío. La mayoría tienen los ojos saltarines y los brazos deformados. No puede ser, es el equipo de Nintendo World Cup. ¡Critican que permitiese las entradas mortales que pegaba W. Germany en la final! ¡Pero si no había ni árbitro!
El colmo viene con Link. Qué muchacho tan quejica. Que si las piedras de los pulpos, que si las arañas saltarinas, que si dragones que echan fuego, que si unas babosas azules y rojas o un cocodrilo que lanza luceros del alba. Este tío se ha fumado el bosque de Hyrule. Otro que alucina, Little Nemo. A ver, chato, vas en pijama, en tus sueños y, además, atacas lanzando caramelos. ¿Qué esperabas? ¿Los reyes magos?
Me voy indignando a medida que pasan uno tras otro. Me dan ganas de coger el mando de nuevo y enseñarles lo que es bueno. De lo que soy capaz. ¿Soy? Hace unas horas – o unos minutos, o unos días, ya no sé cuánto tiempo ha pasado – estaba jugando torpemente a Castlevania. Quizás Simon estaba empapado de su caída en el agua. Pero me doy cuenta de que no puse todo el esfuerzo posible en mi partida. Que le hice saltar con prisas, con estrés. Que le hice saltar hacia una muerte segura por falta de convicción. ¿He perdido facultades? ¿O, simplemente, he dejado de poder disfrutar? ¿Y si…?
¿HAS ESCUCHADO?
La verdad es que los últimos ni los he visto, absorto en mis dudas, en mis pensamientos. Pero no voy a confesarlo. Sí, he escuchado. Y no creo que tengan razón, puesto que en general no se dan cuenta de que todas las veces que han muerto me han hecho aprender. Ellos han aprendido conmigo, y en muchos de los casos, después de muchos errores, hemos llegado hasta el final, hemos superado todos los obstáculos, hemos rescatado princesas y el mundo entero, hemos sido campeones y hemos sido felices. Sobre todo eso, felices.
Por mis adentros pienso en más cosas. Me sincero mucho más. Me doy cuenta de que jugar sin ganas no es jugar. De que los personajes que tantos buenos ratos me han dado no se merecen eso, sino que merecen que les dé el doscientos por ciento en cada partida. Me están dando ganas de recuperarlos a todos. De compensarles ese desprecio que, sin darme cuenta, les estaba dando.
No lo he dicho en voz alta, pero la Muerte parece que me lee el pensamiento. Supongo que es lo que tiene ser omnipotente. Incluso el resto de los presentes parece percatarse. Mega Man me guiña el ojo con el pelo al viento. Mario ha crecido, y ahora lleva un peto blanco bastante hortera. Cuando paso mi mirada por dónde estaba Donatello, todo se empieza a volver borroso. El escenario se descompone sin darme cuenta.
Cuando recupero la visión veo una imagen deplorable en el espejo. Se me está saliendo la espuma de la pasta de dientes de la boca. Parece que no ha pasado el tiempo, pero en realidad estoy en estado de shock. Nunca me había planteado mi nivel de responsabilidad al manejar a mis personajes. Tengo ganas de volver a jugarlos a todos. A TODOS. Eso sí, la próxima vez me lo pensaré antes de saltar al vacío. Dos veces.
Finalmente, me meto en la cama. Algo helado se acerca a mi lado.
SÍ, TENGO LOS PIES FRÍOS. DÍSCULPAME POR ESTAR MUERTO.
La entrada El juicio final es 100% producto Deus Ex Machina.