Revista Cultura y Ocio

El jurado

Por Laspuntasdelclavo
  
   Todo es inútily hay que tener el valor de no utilizar pretextos   Juan Carlos Onetti  
La caja se la trajo alguien, alguien que le tocó el timbre en el cuarto F, alguien a quien atendió en la puerta, al que ni siquiera hizo pasar, que se quedó sin la caja.  La dejó sobre la mesa, sobre los libros que estaban sobre la mesa y se sentó en el sillón.  Era grande, del color de la madera, de cartón, en la parte de arriba decía: VII Certamen de Narrativa Eliseo Greinwer.  Debe haber pensado No son tantos, por la sonrisa que apenas mordió entre los labios.  Cuando la dejó de mirar, la apoyó sobre el piso y la abrió, sacó los libros, todos juntos, y los dejó sobre el piso,  después los acomodó uno a uno sobre la mesa, entraron los diez, cinco en la mitad superior, cinco en la inferior, y todavía sobraba un apenas de mesa.  Debe haber pensado Son pocos, por como se levantó del sillón. 
Abrió la caja de fósforos y dijo Tres patitos, en voz alta dijo Tres patitos, como si estuviera conforme con la cantidad de libros que presentaron al concurso, como si estuviera contento de encender la hornalla de la cocina, de escuchar el ruido del fuego aparecer en forma azul y circular y opaca, de aplastarlo con la pava llena de agua, de quitarle la tapa al termo, de elegir un mate entre los veintidós que estaban sobre el estante, de ponerle yerba, de embombillarlo y esperar.
Debió estar parado junto a la pava, silbando algo, o cantando algo, o recordando alguna frase que le gustaba recordar,  agarrando cada tanto el mate y acomodando la bombilla, dejándolo junto al termo, pegado al termo, con la bombilla levemente inclinada hacia la izquierda, hacia el oeste. Debió estar soplando cada tanto el fuego y escuchando el ruido opaco y circular y azul de su reaparición, esperando la apódosis del temblor invisible en la pava, para girar la perilla de la hornalla y llenar el termo, mientras con la voz jugaba al sonido del termo llenándose.
En el apenas de mesa apoyó el termo y el mate;  estaba sentado en el borde del sillón, tenía la espalda erguida para que los brazos llegaran sin dificultad al termo y al mate, levantó el termo, como constatando la cantidad de agua que había puesto, el número de mates que iba a tomar, la intensidad del verde que le quedaría en la lengua, y lo inclinó sobre el mate. Escuchó el trazo transparente de agua que veía,  el golpe entrecortado, empolvado, enverdado, el agua que no aparecía, la hinchazón del verde, el olor amargo, la mañana ensuciando en el vidrio. Escuchó algunos títulos mientras el agua verde aparecía,  La Espera,  Siempre Nada,  Pasto ausente, Todo es Inútil, y mientras dejaba el termo en el apenas de mesa se iba recostando sobre el respaldo del sillón. 
Debió haber estado escuchando los golpecitos de las gotas verdes, el murmullo estallido apenas gotas,  la lluvia dentro del mate mientras volvía con la mirada sobre los seudónimos Peter Miga,  Aurelio, Federico Vejok, Sasha Mirye,  Folk, Alberto Plástico,  Benito,  Ferroso, James, Falconi, mientras inclinaba la bombilla levemente hacia la derecha, hacia el oeste, mientras se formaban, de a poco, en algo dentro de él las ganas de tragarse los golpecitos verdes, el murmullo apenas estallido de la lluvia. Debió no haber estado tan contento como cuando soplaba cada tanto el fuego y escuchaba el ruido opaco y circular y azul de su reaparición, porque ni siquiera tomó el primer mate cuando lo apoyó en el apenas de mesa y no dijo nada en voz alta, y no hizo nada en gesto alto, y se quedó nada sentado en el borde del sillón, con la espalda erguida, mirando en la pared de enfrente una foto enmarcada de Onetti. 
Debió haber estado al borde de la parálisis que cada tanto lo enmudecía de ganas de no hablar, de ganas de acostarse, de ganas de taparse con los párpados, de ganas de ser un perro, cuando miró la foto enmarcada de Onetti y se puso a rezar el padrenuestro, como si Onetti fuera un santo o una virgen.  Porque sentía el empuje de rezarle a lo que estaba mirando en el momento en que dudaba de su capacidad ética y literaria para juzgar a un escritor, porque él, y pareció recordarlo en ese momento, era parte del jurado.
Levantó el termo y sin tocar el mate lo llenó de agua, acomodó la bombilla, levemente inclinada hacia el oeste, apoyó el termo, sin hacer ruido, al lado del mate, y con la mano izquierda levantó el mate acercándolo a la cara, volvió a mirar la foto enmarcada de Onetti y chupó de la bombilla, con la cara apenas inclinada, hasta escuchar el ruido del apelmazamiento del verde sobre el verde, de la lluvia sobre la lluvia, del crujir del agua entre su conciencia.
A usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad,casi escuchó decir como si le dijera alguien en una voz que no era la de Borges, una frase que no era de ¨El soborno¨, pero él no recordó en ese momento el cuento de Borges, ni la frase nunca memorizada y perdida entre frases dentro del cuento, sólo un pensamiento que tomaba la consistencia de lo dicho, de la precisión, del señalamiento con el índice, de lo rojo de la vergüenza.
A usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad, dijo en voz alta mientras apoyaba el mate en el apenas de mesa junto al termo, tocando el termo, e inclinando la bombilla levemente hacia la derecha, hacia el oeste.   Pensó en la palabra Curiosa, en por qué una pasión debería ser curiosa, porque si hay algo característico de la pasión es no ser curiosa, no mirar entre las todas cosas, entre los lados de las cosas que tapan , la pasión muerde con los ojos, no degusta, no sabe del esconderse, del tanteo, del tacteo, ni del paladeo. La pasión no busca, no toca, no palabra. Volvió a pensar en la palabra Curiosa, mientras encontraba con la espalda el sillón. Deseo de saber alguna cosa, dijo, paralelo a su mirada, al cuadro enmarcado de Onetti en la pared, mirando la tapa de La Vida Breve, envidriada también.
El deseo de saber alguna cosa, A usted lo rige el deseo de saber alguna cosa sobre la pasión americana de la imparcialidad, dijo en voz alta mientras escuchaba atento la frase, como si la hubiera dicho alguien que no era él.  Apoyó las dos manos al mismo tiempo sobre las rodillas, las volvió a levantar y las volvió a bajar, dándose golpecitos, tratando de hacer un solo ruido con las dos manos y las dos rodillas, mientras miraba la bombilla del mate, levemente inclinada hacia el oeste en el apenas de mesa.
Volvió a leer los seudónimos, los acomodó por orden  alfabético, como si fuera un mazo de cartas estirado sobre una mesa, uno superponiéndose al otro, de derecha a izquierda,  y empezó a leer las fotocopias anilladas, una a una.
Él estaba en la cocina. Abrió la caja de fósforos y dijo Tres patitos, en voz alta dijo Tres patitos, como si estuviera conforme con la elección que había hecho, como si estuviera contento de encender la hornalla de la cocina, de escuchar el ruido del fuego aparecer en forma azul y circular y opaca, de aplastarlo con la pava llena de agua, de quitarle la tapa al termo, de elegir un mate entre los veintidós que estaban sobre el estante, de ponerle yerba, de embombillarlo y esperar.
Debió estar parado junto a la pava, silbando algo, o cantando algo, o recordando alguna frase que le gustaba recordar, agarrando cada tanto el mate y acomodando la bombilla, dejándolo junto al termo, pegado al termo, con la bombilla levemente inclinada hacia la izquierda, hacia el oeste. Debió estar soplando cada tanto el fuego y escuchando el ruido opaco y circular y azul de su reaparición, esperando la apódosis del temblor invisible en la pava, para girar la perilla de la hornalla y llenar el termo, mientras con la voz jugaba al sonido del termo llenándose.
En el apenas de mesa apoyó el termo y el mate,  estaba sentado en el borde del sillón, tenía la espalda erguida para que los brazos llegaran sin dificultad al termo y al mate, levantó el termo, como constatando la cantidad de agua que había puesto, el número de mates que iba a tomar, la intensidad del verde que le quedaría en la lengua, y lo inclinó sobre el mate. Escuchó el trazo transparente de agua que veía, el golpe entrecortado, empolvado, enverdado, el agua que no aparecía, la hinchazón del verde, el olor amargo, la mañana ensuciando en el vidrio. 
Los libros presentados al concurso estaban de nuevo dentro de la caja, menos Todo es inútil,  que todavía estaba sobre la mesa, en el centro de la mesa. 
Debió haber estado contento, por como cebó el mate, por lo que hizo con los labios.
A usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad,había notado que su voz quiso decir. Apoyó las dos manos al mismo tiempo sobre las rodillas, las volvió a levantar y las volvió a bajar, dándose golpecitos, tratando de hacer un solo ruido con las dos manos y las dos rodillas, mientras miraba la bombilla del mate, levemente inclinada hacia el oeste en el apenas de mesa.  Abrió el texto de Folk en cualquier página, lo cerró, volvió a abrir el texto de Folk en cualquier página, lo cerró, volvió a abrir el texto de Folk en cualquier página, lo cerró, abrió el texto de Folk en la primera página, leyó en voz alta   El no poder contar la historia de un hombre que se baña en la vereda de una avenida muy importante de la capital, ahora, día a día o hace años, la cabeza primero, luego las axilas. Estarlo viendo allí y no poder contar lo que pasa (...)
EL JURADO
Subrayó en color verde El no poder contar la historia de un hombre, el color verde lo usaba, por lo que hacía con las cejas, como pregunta ¿Por qué alguien no podría contar la historia de un hombre? Ese conflicto explícito en la primera frase, esa pregunta generada como trompada al lector, la transformó en pregunta ¿Denota un estilo o es casualidad? Puso el capuchón que tenía en la boca a la birome verde y la dejó sobre la mesa.  (...) que se baña en la vereda de una avenida muy importante de la capital (...) lo subrayó en negro, por lo que hizo con la boca y los ojos estaba frente a un absurdo que no se correspondía con lo explícito del conflicto en la primera frase ¿Cómo no poder contar algo tan llamativo como un hombre bañándose en la vereda de una avenida?
Las avenidas no tienen veredas, debe haber pensado por lo que hizo con los párpados, una cosa son las avenidas, otra las veredas, las veredas no pertenecen a las avenidas, también hay veredas en las calles, pero no son de ellas, las veredas no son de ninguna calle,  ni de ninguna avenida, debe haber pensado mientras le ponía el capuchón a la birome negra y la dejaba junto a la verde, por lo que hizo con la boca y los ojos, (...) ahora, día a día o hace años (...) lo subrayó con color rojo, un llamado de atención, un claro reconocimiento de estilo, o pura casualidad, anotó al margen del texto, así, entre comillas ¨Particular tratamiento del tiempo¨. Se quedó unos minutos rascándose el mentón mientras releía y releía ahora, día a día o hace años, debe haber pensado en ir a buscar el cuaderno de reconocimientos de estilo que tenía guardado en el cajón del escritorio, por como movió bruscamente la pierna, pero se quedó ahí sentado, releyendo otra y una vez ahora, día a día o hace años, volvió a mirar el mate, la bombilla levemente inclinada hacia el oeste, a usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad,  sintió como si se hubiera desenroscado esa frase en el estómago. Apoyó las dos manos al mismo tiempo sobre las rodillas, las volvió a levantar y las volvió a bajar, dándose golpecitos, tratando de hacer un solo ruido con las dos manos y las dos rodillas, mientras miraba la bombilla del mate, levemente inclinada hacia el oeste en el apenas de mesa.  Tapó la birome roja con el capuchón y la apoyó al lado de la negra, que estaba al lado de la verde. Estarlo viendo allí y no poder contar lo que pasa (...).  Estarlo,  dijo alzando una voz grave y volvió a decir Estarlo, ahora con una voz más débil, Estarlo repitió en una forma apenas más aguda y suave, Estarlo volvió a decir como si le ofreciera algo a alguien y subrayó la palabra con color azul y luego con rojo, que quizá indicaran un llamado de atención con relación a cierta cadencia de la palabra, anotó Ripioso, en el margen de la hoja y acomodó la birome azul, con su capuchón puesto al lado de la roja, y de las otras. Y no poder contar lo que pasa, dijo imitando una ironía en la sonrisa.
Del cajón del escritorio sacó el Cuaderno de Estilos, así al menos figuraba escrito en la tapa con fibra gruesa y naranja, lo leyó y releyó un rato, una media hora, se fijó en los cuadros de doble entrada, trataba de encontrar las combinaciones que entre distintos usos del lenguaje lo podrían llevar a cerciorarse sobre la identidad del autor, un particular uso del tiempo, un conflicto explícito en la primera frase, una palabra ripiosa en la quinta línea, un absurdo seguido al conflicto.
A usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad, tiró el cuaderno sobre la mesa queriendo hacer ruido, un ruido que estuviera cerca de su impotencia, un ruido mucho, un mucho ruido y apoyó las dos manos al mismo tiempo sobre las rodillas, las volvió a levantar y las volvió a bajar, dándose golpecitos, tratando de hacer un solo ruido con las dos manos y las dos rodillas, mientras miraba la bombilla del mate, levemente inclinada hacia el oeste.
Debió estar parado junto a la pava, silbando algo, o cantando algo, o recordando alguna frase que le gustaba recordar, agarrando cada tanto el mate y acomodando la bombilla, dejándolo junto al termo, pegado al termo, con la bombilla levemente inclinada hacia la izquierda, hacia el oeste. Debió estar soplando cada tanto el fuego y escuchando el ruido opaco y circular y azul de su reaparición, esperando la apódosis del temblor invisible en la pava, para girar la perilla de la hornalla y llenar el termo, mientras con la voz jugaba al sonido del termo llenándose.
En el apenas de mesa apoyó el termo y el mate, estaba sentado en el borde del sillón, tenía la espalda erguida para que los brazos llegaran sin dificultad al termo y al mate, levantó el termo como constatando la cantidad de agua que había puesto, el número de mates que iba a tomar, la intensidad del verde que le quedaría en la lengua, y lo inclinó sobre el mate. Escuchó el trazo transparente de agua que veía, el golpe entrecortado, empolvado, enverdado, el agua que no aparecía, la hinchazón del verde, el olor amargo, la mañana ensuciando en el vidrio, y él sin dormir.
Él sin dormir volvió a leer lo subrayado en colores en el texto de Folk, él sin dormir volvió a sospechar sobre la identidad del autor, él sin dormir recordó que había votado el año anterior por Moritz, él sin dormir pensó que Moritz ahora era Folk, él sin dormir supuso que podían llegar a sospechar de su voto, él sin dormir balbuceó la frase de Borges A usted lo rige la curiosa pasión americana de la imparcialidad, él sin dormir apoyó las dos manos al mismo tiempo sobre las rodillas, las volvió a levantar y las volvió a bajar, dándose golpecitos, tratando de hacer un solo ruido con las dos manos y las dos rodillas, mientras miraba la bombilla del mate, levemente inclinada hacia el oeste. 
Estaba de rodillas sobre la alfombra, lo despeinado le caía sobre la cara, delante de los ojos enrojecidos, impárpados, secos, estaba al borde de la parálisis que cada tanto lo enmudecía de ganas de no hablar,  de ganas de acostarse, de ganas de taparse con los párpados, de ganas de ser un perro, cuando miró la foto enmarcada de Onetti y se puso a rezar el padrenuestro, como si Onetti fuera un santo o una virgen. 
   Aerosol.

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