Revista Cultura y Ocio
Novelar la vida de un personaje histórico es, aunque arduo desde el punto de vista técnico (por la documentación que comporta), relativamente sencillo: basta con tener buena prosa, manejar adecuadamente las fichas e imprimir cierta fluidez a la narración. Nada que esté fuera del alcance de un aplicado amanuense. La gran proeza consiste en meterse bajo la piel del personaje en cuestión, vivirlo, y dejar que sea él mismo quien, usando la primera persona, nos exponga su intimidad, sus opiniones, sus razonamientos, sus argumentos, sus excusas, sus petulancias, sus miserias, sus grandezas, sus conclusiones. Y que ese huracán de palabras nos entregue a una persona compacta, y no a un simple muñeco de perfiles manipulados o difusos.Santiago Delgado ha tenido el coraje narrativo de enfrentarse a la figura ciclópea de don José Moñino, conde de Floridablanca, secretario de Estado a finales del siglo XIX y presidente de la Junta Suprema Central que se constituyó en 1808. Y lo ha hecho (el esfuerzo lo honra) transitando por el camino más complicado: el de ceder la palabra al protagonista, el de facilitar la voz al insigne murciano, el de ser Floridablanca durante 414 intensas páginas, para que sintamos no solamente sus ideas sino hasta los latidos de su corazón. El resultado de ese esfuerzo encomiable se titula El jurista (Floridablanca) y ha visto la luz hace bien pocas semanas. Descubrimos ahí al hombre que apura sus últimos días en la capital andaluza (“Así que va a ser aquí, en Sevilla, donde voy a morir”); que reflexiona sobre el flujo del existir (“¿La vida es hacia arriba o hacia abajo? El tiempo es llano. Y acaso sean lo mismo el ayer que el mañana para Dios. El presente nunca pasa”); que nos comunica lo tranquila que está su conciencia (“Me voy habiendo servido, y sirviendo, con mi talento y honesto saber, al Reino de España”); que nos expone sus opiniones sobre los personajes con quienes hubo de relacionarse de un modo u otro durante su trabajo (Fernando VII, José Bonaparte, el conde de Aranda, Godoy, etc); o que incluso nos estremecerá con una pregunta tan breve como inmensa (“¿Cómo será ese minuto en cuyo comienzo aún vivo, y en cuyo término ya no?”).Una lección de historia. Una lección de literatura. Una lección de integridad.