Llego de Motril donde he participado en unas jornadas sobre Derechos humanos e inmigración. Una experiencia fuerte, revulsiva, reveladora.
Me llevó hasta allí un AVE repleto de adolescentes en pleno subidón de adrenalina, tras participar en el concierto de un tal Justin Bieber. No sabía de su existencia pero en el recorrido Madrid-Málaga me enteré bien de quién es y tuve que escuchar las canciones grabadas durante la actuación y los gritos histéricos de las chicas y las conversaciones de las madres-acompañantes-cómplices que gritaban al móvil para hacerse oír al otro extremo. Coche tras coche (me he dado cuenta de que los vagones del tren ahora se llaman coches) se reproducía la misma experiencia. Imposible leer, imposible dormir: chicas repitiéndose una y otra vez lo guapo que es el niño, lo bien que canta, lo simpático que parece. Y las madres, complacientes, con sonrisa beatífica, disimulando el cansancio con capas de maquillaje, se unían a la alegría de hijas propias y ajenas y planeaban el próximo concierto al que asistir.
Más tarde, durante tres días, en la tranquilidad del salón de actos de la Casa de La Palma, sede de la UNED en Motril, tuve el privilegio de escuchar distintas reflexiones y puntos de vista sobre la emigración.
Dos testimonios me conmovieron especialmente: el de una chica de Mali y el de un chico de Gambia. No hace falta conocer sus nombres.
El chico contó como dejó su aldea en busca de dinero para poder ayudar a su familia. Como trabajó para conseguir el pasaje en kayuko, las veces que lo intentó y no lo consiguió, la deportación al desierto, los huesos encontrados allí de los que fracasaron en el intento, el viaje final hasta Canarias, el miedo y la incertidumbre, los muertos encontrados por el camino…
La primera palabra que aprendió en castellano fue “coño”. Creía que significaba “buenos días”, porque –contaba- ese es el saludo que normalmente se intercambian en su aldea al amanecer. Pero aquí era el grito de unos policías que golpeaban la puerta de la celda donde lo habían metido, para que despertara aquella su primera mañana en el paraíso.
A partir de ahí contó las palizas, los malos tratos, los insultos de la policía española y las condiciones denigrantes de los centros de acogida.
Todavía es raro el día que la policía no le pide los papeles en Madrid.
La chica nos dijo que salió de su aldea con solo catorce años y que el hombre que prometió ayudarla a llegar a Europa la obligó a prostituirse para pagarse el viaje. De esa forma recorrió África, obligada a acostarse con hombres mayores –decía ella. A veces más de quince al día. Así llegó hasta Uxda (o Uchda) la ciudad marroquí donde confluyen las rutas de tantos sueños africanos que a lo largo del camino se han ido convirtiendo en pesadillas.
En este largo viaje, que duró años, la chica fue vendida varias veces a nuevos “dueños” que exigían de ella lo mismo que el anterior. Así, de hombre en hombre, de cliente en cliente, llegó a España. No nos enteramos como termina su historia. Rompió a llorar. El recuerdo la hizo revivir el calvario sufrido. Se quedó sin palabras.
Alguien del público les preguntó que si el sufrimiento vivido había valido la pena, que si, ahora que conocían lo que sucedía a lo largo del camino, lo volverían a intentar. La chica pronunció un escueto “Sí”. El chico dijo “sin duda, incluso 10 veces más”.
Hay una fuerza que empuja a los jóvenes del continente africano a arriesgar sus vidas y dar el salto, o quemar la frontera, como nos contaba Gabrielle Del Grande, un joven periodista italiano, experto en el norte de África y que tiene un blog muy interesante:(http://fortresseurope.blogspot.com/). Nos hizo escuchar una canción, “Partir Loin” que se ha convertido en el himno de los jóvenes argelinos. La cantan dos raperos 113 y Reda Taliani. Los jóvenes persiguen un sueño y no les da miedo el sufrimiento para alcanzarlo. Por ellos nunca habrá fronteras suficientes para detenerlos.
Alguien del público les preguntó que si el sufrimiento vivido había valido la pena, que si, ahora que conocían lo que sucedía a lo largo del camino, lo volverían a intentar. La chica pronunció un escueto “Sí”. El chico dijo “sin duda, incluso 10 veces más”.
Hay una fuerza que empuja a los jóvenes del continente africano a arriesgar sus vidas y dar el salto, o quemar la frontera, como nos contaba Gabrielle Del Grande, un joven periodista italiano, experto en el norte de África y que tiene un blog muy interesante:
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=nyXT5hJw7eo#at=52