Hace poco, en un viaje en AVE volviendo de Tarragona, terminé de leer un libro de Chimamanda Ngozi Adichie: Half of a yellow sun (creo que está traducida al castellano con el título de Medio sol amarillo). Desde que leí la primera novela de esta escritora nigeriana, Purple Hibiscus (traducida como La flor púrpura), soy seguidor suyo.
El libro que nos ocupa ahora está basado en la guerra de Biafra y cuenta las vicisitudes de distintos personajes, sus posiciones ante la guerra… Pero lo que mejor hace Chimamanda es describir el sufrimiento, el hambre y la miseria de los más pobres, la desesperación y desilusión de los intelectuales y el pragmatismo y adaptacionismo de los ricos.
Leía la novela y me imaginaba cualquier otra guerra de África: las mismas imágenes, los mismos abusos, el mismo sufrimiento, los mismos negocios. La guerra de Biafra llenó los periódicos y los telediarios de niños esqueléticos con barrigas hinchadas. Son las primeras imágenes de la miseria que tengo almacenadas en mi memoria. Yo tenía 8 años cuando la guerra terminó y sin embargo esas fotos me han acompañado durante toda la vida.
Curiosamente, en un nuevo viaje en el AVE, hace pocos días, finalicé otro libro que también recomiendo que leáis: El odio a Occidente, de Jean Ziegler. No os voy a desvelar la trama del ensayo, pero en uno de sus capítulos hace referencia a la guerra de Biafra y cuenta lo que Chiamamanda Ngozi dejó pasar de largo: que “la guerra de Biafra ilustra de una manera paradigmática el desprecio que manifiesta Occidente hacia las poblaciones [del Sur]”.
En el momento de la independencia, 1960, los campos de petróleo y gas de Nigeria estaban en manos de compañías inglesas y holandesas (Shell, BP). El primer presidente del nuevo país, Nnamdi Azikiwe, intentó aflojar este monopolio y diversificar la oferta por lo que hizo concesiones a otras sociedades europeas, principalmente a la francesa Elf.
En 1966, el coronel Yacubu Gowon dio un golpe de estado y terminó con la concesión de Elf. En París, el general De Gaulle, furioso, ordenó a sus servicios secretos, que disponían de una importante base en el vecino Gabón, la organización de la defensa de los “intereses estratégicos de Francia”. Fue así como el 30 de mayo de 1967, el gobernador militar de la región del este, el general Odumegwu Ojukwu, proclamó la secesión. Esta región nigeriana albergaba la mayoría de los campos petrolíferos más ricos. Al territorio secesionista Ojukwu le dio el nombre de Biafra. Capital: Enugu.
Continúa Ziegler diciendo que en Ginebra, Elf había encargado a una empresa de relaciones públicas, Markpress, que desarrollara una campaña “explicativa” dirigida a la opinión pública mundial. La tesis de Markpress fue: en Nigeria, los militares musulmanes persiguen a las poblaciones civiles cristianas; era necesario que estas buscaran refugio y protección en un nuevo Estado, Biafra. Su presidente, héroe admirable, defiende la democracia contra la dictadura del coronel Gowon.
La realidad es que Ojukwu había sido pagado y armado por Francia y Elf; Gowon por Londres y Shell. Oficiales mercenarios franceses estaban al mando de los soldados de Biafra. Oficiales ingleses asesoraban a los de Nigeria.
El balance de la guerra fue de dos millones de muertos, millones de mutilados, cientos de ciudades y aldeas abrasadas.
Tras treinta meses de carnicerías, los dueños de Elf y de Shell y BP se sentaron a negociar y el 12 de enero de 1970, en el lujosísimo hotel Crillon de la plaza de la Concorde, firmaron un acurdo sobre el reparto del botín petrolero. Ese mismo día terminaba la guerra en Nigeria.
Hay que leer todo el libro para darse cuenta de tantas otras cosas. Además, a pesar de ser muy profundo se lee muy fácilmente.
Toda esta historia me hace volver la vista hacia Abijan, la capital económica de Costa de Marfil, donde ayer las tropas de élite francesas apresaron al presidente saliente Laurent Gbagbo para entregarlo a Alassane Ouattara, el amigo de Nicolas Sarcozy.
41 años han pasado del final de la guerra de Biafra y muy poco parece haber cambiado en el continente africano. ¡Da tanta rabia todo esto! Por eso no hay que perder la esperanza y seguir soñando con la revolución que haga posible un mundo más justo para todos y todas.
Hablando de Tarragona. Los que podáis pasar por esa ciudad no dejéis de visitar la exposición Àfrica l’objecte com a valor de canvi (África. El objeto como valor de cambio), en la Fundació Caixa Tarragona (Higini Anglès, 5). Está abierta hasta el 15 de mayo y en ella se muestran distintos objetos que han sido utilizados como moneda, a lo largo del tiempo, por los africanos. Es una muestra curiosa y única en su género.
Termino recomendándoos un tema de One8, escrito y producido por R. Kelly, que está lleno de esperanza y fe en que las cosas pueden cambiar si todos nos unimos (“Si estamos convencidos podemos lograr lo que nos propongamos”, dice la canción):
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=ft0FaCsH8W4#at=85