Revista Sociedad

El laberinto de la ausencia (27): En el cementerio

Publicado el 15 septiembre 2011 por Chemacaballero

Siempre que visito Nueva York me gusta perderme entre las tumbas del cementerio de la Trinity Church, una iglesia en Broadway, justo donde desEL LABERINTO DE LA AUSENCIA (27): EN EL CEMENTERIO.emboca Wall Street, a dos manzanas de Liberty Street, donde estaba el World Trade Center, y que hoy se conoce como zona cero  (el alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, ha pedido que no se utilice más ese nombre recuperando del de Lower Manhattan). A pesar de que por delante de las verjas del campo santo pasa mucha gente, pocos se aventuran dentro, si exceptuamos algún ejecutivo que come un sándwich, durante su tiempo para el lunch, sentado en uno de sus bancos.

El lugar es uno de esos oasis de paz, que solo una ciudad tan agitada como Nueva York sabe proporcionar, en pleno corazón financiero, donde, en teoría, se decide la vida y la muerte de tantos seres humanos y donde continuamente se conmemora la matanza que tuvo lugar hace una década.

EL LABERINTO DE LA AUSENCIA (27): EN EL CEMENTERIO.

La gente se agolpa ante las rejas de St. Paul Chapel, otra iglesia, también en Broadway, esquina a Fulton Street, donde se cuelgan cintas blancas y se depositan flores para recordar a las víctimas. Todos acuden en masa allí a hacerse las fotografías de rigor. También esta conmemoración se ha convertido en un icono turístico con el que hacer dinero.

Hoy me preguntaba por esta necesidad de recordar y celebrar que tenemos los seres humanos. También por el valor simbólico que le damos al redondeo: ¿En qué se diferencia el decimo del noveno o del undécimo primer aniversario? Y, por supuesto, qué harían los políticos sin este tipo de celebraciones y sin víctimas y familiares a los que abrazar y apoyar.

Hemos recordado a los muertos, honrado a los héroes, descubierto nuevas e impactantes imágenes y grabaciones del terror vivido hace diez años…, y entre fotos emotivas, lectura de salmos, recitación de nombres, toque de ca

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mpañas, discursos y oraciones se nos ha seguido suministrando la convicción de que tenemos que defendernos del diferente, sea como sea y caiga quien caiga.

Yo también tengo mis rituales y uno que siempre practico, en mis visitas a Nueva York, es el de ir a Junior’s, en Flatbush Avenue, Brooklyn, justo enfrente a mi universidad. La excusa es visitar a alguno de mis antiguos profesores. Pero es solo una excusa, porque este restaurante presume de tener el mejor cheesecake del mundo, y doy fe de que puede ser verdad. Sentado allí, en una visita que hice en 2002, cuando todavía no había pasado ni un año de los atentados, algunos de esos profesores me contaban teorías conspiratorias y culpaban al gobierno Bush de no haber hecho nada para evitar el atentado y así tener la excusa necesaria para lanzar su campaña de terror y neoliberalismo. Algo parecido a lo que habría hecho el presidente Rooselvelt con el ataque a Pearl Harbor, cuando, a pesar de saber que se iba a producir, dejó que sucediera para tener la razón que le permitiera entrar en la II Guerra Mundial, un buen negocio para las industrias americanas.

No lo sé, pero tal y como pintan las cosas… Estos días los papeles encontrados en Trípoli demuestran la estrecha colaboración que existía entre la CIA y los servicios secretos británicos y el régimen de Gadafi, incluso antes de que este último se convirtiera en amigo de Occidente. Todo está tan liado. Todo es gris.

El hormiguero en que se convierte Wall Street, donde se entrecruzan, siempre sin tocarse, ejecutivos, turistas, vendedores de perritos, bagels o pretzels, mendigos, policías, barrenderos y los infinitos obreros que siempre están reparando alguna calle, no transmite ninguna seguridad, parece que todo el mundo está perdido, sin conocer muy bien hacia dónde camina, moviéndose en círculos, sin saber en qué o a quién creer. En medio a esta confusión los profetas de la felicidad hacen negocio a costa de los de siempre.

Y yo mucho más perdido que de costumbre, como se puede ver; debe ser esta enorme luna llena que se descuelga entre los edificios y con su claridad no me deja dormir o la acumulación de tanto aniversario, redondeado, seguido, sin digerir.

Reconozco que hoy no estoy muy animado y que el video que propongo no me ayudará a cambiar el estado de ánimo, se trata de Paul Simon y su Sound of Silence, cantado en el ground zero el 9/11.


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