Estoy en la embajada de un país africano para solicitar un visado. En la sala de espera hay varias personas sentadas. Guardamos silencio, nos miramos de reojo…, lo habitual en estos casos. Uno revisa los documentos que hay que presentar, otro escribe en su móvil, un tercero lee el periódico… De pronto, entra la persona que estaba en el despacho del funcionario encargado del tema, se sienta y empieza a rellenar unos papeles. El señor que enviaba mensajes desde su teléfono le pregunta que qué ha pasado y el otro le responde que le faltaba rellenar unos datos.
Bastó ese simple intercambio de información para que se produjera una explosión de sentimientos contenidos. Eso sí, en voz baja, no sea que el funcionario los escuchase y se enfadase y entonces no concediera más visados:
- No sé que se han creído, nos exigen todo tipo de documentos, hasta el certificado de penales, como si fuéramos delincuentes.
- Y eso que vamos a ayudarles, porque si nosotros no fuéramos allí a hacer negocios, estarían peor de lo que están.
- Solo buscan excusas para sacarnos dineros, ya sabes cómo funcionan las cosas en África.
- Se las quieren dar de civilizados y no se acuerdan de que hace tres días estaban matándose a tiros.
No podía dar crédito a lo que oía. Se me ocurrió decir que esos comentarios no eran justos, que el funcionario estaba haciendo su trabajo y que en esa oficina eran mucho más benévolos con los solicitantes de visado que en los consulados españoles en África, donde es imposible que un africano consiga uno para venir a España. La respuesta fue unánime:
- Se ve que usted no conoce África.
- Si hubiera estado antes allí, se daría cuenta que no hay que fiarse de nadie.
- Se pasan todo el día pensando en cómo sacarnos dinero.
No quise seguir escuchando, me salí al pasillo. Imagino que aquellas personas eran empresarios que iban a ese país subsahariano a hacer negocios con el cacao, el café, el petróleo o cualquier otra cosa que se pueda comprar o vender. No es que vayan a ayudar a esa nación, que, curiosamente, en el primer semestre de 2011 ha experimentado un crecimiento del 23% mientras que España se hunde en la recesión y es uno de los bastantes países africanos que nunca han estado en guerra.
De entrada me da lo mismo a lo que vayan, lo que me preocupa es la actitud con la que se presentan allí. Viajan con la maleta llena de estereotipos, de ideas racistas, de complejos de superioridad… Así nunca están abiertos a lo nuevo, nunca se dejan sorprender por la riqueza de África.
Cuando me tocó mi turno, entré en la oficina, donde me recibió un funcionario muy educado que hablaba un castellano perfecto. Revisó mis papeles, dijo que me hacía falta una fotocopia, la hizo él mismo y no me pidió nada por ella, solo me cobró lo estipulado en el folleto que me dieron el día que fui a informarme. No hizo intento de pedir nada más. Me habló de lo bonito que es su país, de lo acogedora que es su gente, de lo mucho que me iba a gustar estar allí. Me advirtió de que no me fiase de los nigerianos, que solo están allí para cometer crímenes y dar “mal nombre” a su país. Esa aversión hacia los nigerianos es algo muy común entre todos los africanos que conozco. Tengo mis ideas de por qué es así, pero tengo que seguir investigando.
El funcionario me dijo que volviese al cabo de dos horas. Volví, me entregó el pasaporte con el visado y un recibo de las tasas pagadas. Salí y me fui a mi casa.
Me despido con un video de Cashley, músico de Namibia. El tema se llama Metamorphosis y se lanzó a principios de este mes.