Revista África

El laberinto de la ausencia (38): regreso

Por Chemacaballero

El viaje se hace largo. Madrid no está conectada con la mayoría de los países de África, siempre hay que pasar por alguna capital europea antes de llegar aquí. El avión presentaba el aspecto habitual de estos viajes: personas cargadas hasta más no poder que intentan encajar todo su abultadísimo equipaje de mano en los compartimentos del avión. Se desatan pequeñas peleas que las azafatas y los azafatos, sin perder la sonrisa, tratan de solucionar. Se ven aparatos de música, televisiones de plasma, enormes bolsas de plástico, cajas de cartón maletones… hasta un árbol de navidad artificial.

EL LABERINTO DE LA AUSENCIA (38): REGRESO

Un autobús nos ha llevado hasta el pie del avión en el aeropuerto de Heathrow. Durante el trayecto entablo conversación con una señora mayor, a la que, una vez llegados al aéreo, ayudo a subir las escaleras. Va muy cargada: maleta de mano pesadísima y tres bolsas llenas hasta rebosar. Estas no contienen otra cosa que botellas de alcohol compradas en las tiendas del aeropuerto. Al  observar mi cara de sorpresa me comenta que ha muerto su padre por lo que  tiene que llevar “algo” para “entretener” a los que vengan a unirse a su dolor y al de su familia. Me dice que en su cultura los funerales son muy importantes. Parece que se esperan hasta meses para poder reunir a toda la familia y el dinero necesario para celebrarlos como es debido. Entonces me viene a la mente aquel anuncio de los ataúdes de Ghana, de hace algunos años.

En el avión hace frío. El aire acondicionado está muy fuerte. A medida que pasan las horas se nota más y más. Llevo un jersey y me arropo con la manta: duermo un poco, como la comida que me ofrecen con una botellita de plástico de tinto de Carimeña y sobre todo  leo. Es la mejor forma de pasar las largas horas que tengo que estar encajado en la butaca, casi sin espacio para estirar las piernas.

Aterrizamos en nuestro destino a las nueve de la noche. No entiendo esta manía de llegar a los aeropuertos africanos siempre a horas tan tarde, cuando muchos de ellos tienen problemas de electricidad o no hay luz una vez que sales de las instalaciones. Al asomarme a la puerta del avión recibo la consabida bofetada de calor y humedad que me dice que sí, que esto es África. Han sido 2 años, 7 meses y 2 días sin pisar suelo africano. No sé cómo he resistido tanto. Debe ser verdad que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación.

En el avión ya hemos rellenado la ficha de emigración. Pienso que no voy a hacer mucha cola en el control de pasaportes, pero me equivoco. Tres aviones grandes han llegado casi al mismo tiempo. Las colas se hacen larguísimas. Después de más de una hora de espera me voy acercando a la cabina de emigración. Tengo delante a un italiano y a un inglés (no es un chiste). El italiano comenta que todo va tan lento desde que se han instalado los nuevos medios electrónicos. De hecho, a cada persona se le hace una foto y se le registran las huellas de los diez dedos. Igual que cuando se entra en Estado Unidos, por ejemplo.

El inglés comenta que esto es cosa de los americanos que quieren controlar a todos los que entran y salen del continente pensando que así pueden hacer frente al terrorismo, pero que no serán las medidas policiales las que terminen con él. El italiano está convencido que se debe más a querer controlar a todos los que entran por el tema del petróleo. Uno y otro recalcan el control y el hecho de que estemos fichados. Hablamos de estas cosas para matar el rato de espera.

Llega mi turno. Entrego el pasaporte y la ficha de emigración. La funcionaria teclea en su ordenador, observa la foto de mi documento, me pide que mire a la cámara, a continuación que ponga los dedos en la pequeña pantalla que hay sobre el mostrador. Sella mi pasaporte, me lo entrega, me desea una feliz estancia en su país y llama al siguiente en la cola. Yo paso a la sala de equipajes, recojo mi maleta y me dirijo hacia la salida. En la puerta de llegadas, un par de personas me ofrecen taxi, pero no lo necesito, me están esperando. Distingo a Kofi, un joven que sostiene un cartel en el que está escrito mi nombre. Me identifico, me conduce hasta el coche y emprendemos la marcha hacia la ciudad.

EL LABERINTO DE LA AUSENCIA (38): REGRESO

Me sorprende una metrópolis grande, de amplias avenidas, de luces y semáforos, de edificios altos, de palacios impresionantes… pero donde, como en cualquier ciudad africana, hay decenas de personas que caminan en la noche.

Me lleno del aire cálido y pegajoso de esta noche de harmatán en Accra. El sudor empieza a resbalar, poco a poco, por mi cuerpo. Estoy feliz, estoy en África. Tengo la sensación de que cuando te cierran una puerta, siempre se te abren otras diez. ¿Qué más puedo pedir?

Evidentemente el video de hoy viene de Ghana con uno de sus raperos más famosos: Kobi Onyame. El tema, en una versión acústica, se titula Akwaaba, una expresión que se encuentra por todos los rincones de Accra, y que significa bienvenido:


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