Hoy, inesperadamente, me he topado con el fin del verano. Bajaba por la rue Blanche, y, al doblar la esquina de la rue Moncey, camino de la Gare St. Lazare, me sorprendió una ráfaga de aire frío que arrastraba algunas hojas de árboles doradas, las cuales revoloteaban alrededor de las finas gotas de lluvia que empezaban a empaparme. Fue un regreso brusco a la realidad de la rutina, un volver a tener que orientarme en el laberinto de cualquier ciudad que nunca es la que, de verdad, me gustaría habitar.
En este paréntesis vacacional, los vaivenes de las bolsas, los dictados de los mercados, los disturbios ingleses y las alharacas, amén de las consabidas noticias de amoríos, bodas y rupturas que, normalmente, proporciona la estación, han hecho que los problemas del continente africano queden, un poco más de lo habitual, en segundo término. Aunque de vez en cuando se hacía un hueco en la prensa internacional, casi siempre los fines de semana, cuando las noticias escasean más, la hambruna del cuerno de África.
Una de las noticias que la prensa no ha considerado digna de mención ha sido el que los gobiernos e instituciones del continente se hayan comprometido a contribuir con 350 millones de dólares para paliar el hambre que se sufre en Somalia y los países vecinos. Esto es un gran esfuerzo al que se suman las iniciativas privadas que están surgiendo en toda África para ayudar a los damnificados, como la organizada en Kenia bajo el nombre Kenyans for Kenya (www.kenyans4kenya.co.ke) para motivar a los ciudadanos a que donen pequeñas cantidades de dinero.
Pero no es sólo el sacrificio económico lo que cuenta. No podemos olvidar que la mayoría de los campos de refugiados, a los que llegan las personas que huyen del hambre, se encuentran en países de la zona, como Kenia o Etiopía. Esto supone una enorme presión social, económica y medioambiental para los lugares de acogida.
Es muy de elogiar que el continente africano se organice para socorrer a sus vecinos, como también lo es el que la comunidad internacional y las ONG lo hagan. Gracias a estas iniciativas y esfuerzos se podrán salvar las vidas de muchas personas hasta que llegue la próxima hambruna y tengamos que volver a movilizarnos.
Como tantas otras veces, se están poniendo parches sobre el terreno (muy necesarios, en la presente situación) sin atacar las causas que provocan tantas muertes.
Las sequías son cíclicas en la zona y, aunque suponen un momento duro para la población, no son la única causa de la situación actual. Posiblemente las guerras y los malos gobiernos hayan influido mucho más que el clima, como también la especulación que realizan los inversores con los productos de primera necesidad (www.ongdyes.es/es/noticias/632-el-hambre-cotiza-en-bolsa), lo que está llevando a que los alimentos básicos alcancen precios astronómicos en todo el continente.
Algunos países africanos intentan prevenir este tipo de escenarios poniendo en práctica la Declaración de Maputo (www.unesco.org/cpp/sp/declaraciones/maputo.htm), a través de la cual los estados africanos se comprometieron a invertir el 10% de sus presupuestos en agricultura. Curiosamente, los gobiernos que están implementando esta resolución son todos democráticos. Esto afianza lo que dijo el economista indio, Amartya Sen: 'las hambrunas no se dan en democracias funcionales'.
Por eso, una vez pasada la emergencia, deberíamos dirigir nuestros esfuerzos a la prevención, ayudando a la eliminación de las dictaduras y las guerras y fomentando políticas que garanticen la autosuficiencia alimentaria de todos los países del continente, aunque eso, ahora, nos parezca el sueño de una noche de verano.
Os dejo con algo de música que todavía recuerda a la falta de preocupaciones del verano, viene de Tanzania. La canción es Diamond, interpretada por Moyo Wangu.