Nuevo relato corto basado en los dados que lanzo en este vídeo:
El laberinto
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Salva solo tenía un objetivo en la vida: entrar dentro del laberinto. El problema era que solo podía acceder una persona cada solsticio. Se decía que el que lograra llegar a su centro podría acceder al reino de las hadas, un paraíso donde podías conseguir todos tus deseos. En una región azotada por el hambre, la enfermedad y la pobreza, era lógico que hubiera auténticas peleas para ser el que atravesara las puertas. Tantas, que al final se había decidido hacer una pequeña muralla alrededor de la entrada que solo permitiría acceder a quien portara una ficha especial. Dicha ficha se sorteaba entre todos los habitantes del reino y solo al que la llevara se le permitiría llegar hasta la entrada.
Era el cuarto año que se implantaba este sistema y Salva tampoco había tenido suerte. Pero, como hombre de recursos que era, estaba decidido a crear su propia suerte, como habían hecho los tres que habían entrado al laberinto en los solsticios anteriores. Porque no, a ellos tampoco les había tocado, pero habían comprado la ficha a los afortunados por una cantidad disparatadamente alta.
Este año le había tocado a un granjero de pocas luces que no había aceptado sobornos de ningún tipo porque estaba empeñado en entrar al laberinto. El hecho de que fuera un pobretón incorruptible había beneficiado a Salva: no había podido robar la ficha a sus anteriores dueños, que la habían protegido como al mayor de los tesoros en cuanto la compraron, pero el granjero no podía permitirse un cuerpo de seguridad que protegiera tan preciado objeto. Por eso, cuando el joven entró en su choza, el hombre estaba solo, aunque alerta.
El granjero se aferró a la ficha como si le fuera la vida en ello... y así fue. Salva registró el cadáver y cogió la ficha con una sonrisa, que se transformó en una mueca de pavor cuando al girarse vio a los mercenarios que entraban en la choza; no había sido el único que había pensado en la indefensión del granjero.
Al día siguiente, un rico noble utilizaba su ficha para acceder a la entrada del laberinto. Todo el mundo dio por hecho que la había comprado, como sus predecesores, hasta que, muchas horas después, encontraron los cadáveres del granjero y de un hombre anónimo. Más o menos a la misma hora que hacían tan macabro hallazgo, dentro del laberinto, el noble encontraba por fin el centro del lugar y pulsaba el botón que, pensaba, abriría la puerta al reino de las hadas. No obstante, lo que hizo al pulsar fue hacer sonar un timbre que despertó al monstruo que había creado la trampa y se había inventado toda la historia del paraíso feérico para atraer incautos. Con una sonrisa, la bestia se desperezó y fue en busca del humano, que salió corriendo nada más verle. Le dejó un poco de ventaja y fue tras él: empezaba la caza.
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