“Ayer me leyeron la mano en Jackson Square”, me dijo Tania mientras caminábamos por el City Park de New Orleans. Sonreí. “Fue bastante asertiva, la verdad es que me sorprendió porque comenzó a decir cosas que realmente me estaban pasando”. ¿Cuánto pagaste? -le pregunté- “Le di 20$ porque me dijo muchas cosas”. No le pregunté qué le dijo, pero disfruté y compartí su entusiasmo.
Días antes me había sentado un rato en esa plaza -Jackson- a ver a la gente pasar. Al frente de mí estaban ocho tarotistas y lectores de mano, cada uno en su mesa, con sus propios colores, afiches y menjurjes. La que tenía más cerca encendió un cigarro y se puso unos audífonos, al mismo tiempo que tomaba puños de sal y los colocaba en círculos a su alrededor. “Es para protegerse”, le dije a Caroline que estaba a mí lado y que no me prestó mucha atención. Quién sabe dónde habré escuchado yo que la sal aleja las malas energías, limpia lo que no esté bien, evita que lleves otras cargas encima. Lo cierto es que allí estaba él, fumando despacio y marcando su espacio con sal. Me invitó a sentarme en su silla, pero como toda respuesta le pregunté si podía tomarle una foto.
Durante mis primeros días en New Orleans no presté mucha atención a su lado enigmático; quería dejarlo para después y tratar de asimilarlo con calma. Hay mucha historia detrás de su magia, de su vudú. El nombre de Marie Laveau retumba por la ciudad y muchos dicen que durante las noches se escuchan ritos en la que antes era su casa (1022 de la calle St. Anne) o que la ven por ahí caminando con su pañuelo de siete nudos en la cabeza. Nunca la vi (menos mal), pero lo que sí pude ver fue su tumba en el cementerio de San Luis 1 a la que van a dejarle ofrendas y hacerle peticiones. Todas las fotos se borraron de mi cámara, algo que ya me había pasado en un cementerio de Edimburgo, pero creí que estaba bien insistir.
La única foto que sobrevivió fue esta del cementerio de Greenwood
Para saber por qué hay almas rondando las calles de New Orleans, hay que entender su pasado y su geografía. Es una ciudad que está rodeada de agua: pantanos y lagos por un lado, el río Mississippi por el otro. Antes que llegaran los colonizadores franceses (por ahí en 1700) ya los indios hacían rituales con sus muertos en ese terreno fangoso que los obligó luego a construir sarcófagos para evitar que los cuerpos se hundieran. Pero también los incendios que arrasaron la ciudad en 1788 y 1795, la epidemia de fiebre amarilla en 1853 y las constantes torturas de los esclavos provenientes de África (quienes introdujeron el vudú) dejaron miles de fallecidos que se resistieron a irse y que aún hoy se dejan ver y sentir en algunos de sus edificios, sobre todo en la zona del French Quarter.
De cada esquina parece saltar una historia y alguien dispuesto a contarla. Así supe de Julie, la amante mulata, enamorada perdidamente de su amo y que murió desnuda y congelada en el techo del edificio donde vivían, después que él le pidiera demostrar su amor haciendo cualquier cosa que se le ocurriese. Así que le dijo que lo esperara en el techo -desnuda, claro- y que él la buscaría al llegar de jugar con unos amigos. Era un invierno duro, ella quiso demostrar su amor y a él se le olvidó buscarla. La encontró tendida en el suelo al día siguiente y hoy, muchos de los que pasan por esa casa (la 738 en la calle Royal) aseguran que ven la sombra de una mujer asomada en la terraza. Quizá sea Julie esperando a su amo.
Otra historia famosa es la de la mansión Gardette-La Prete, que fue construida en 1836 para un dentista que luego la vendió a un sultán que se lucía con sus grandes fiestas. Un día, todos los invitados fueron asesinados y los cuerpos se descubrieron al día siguiente. Ahora, esas ochos habitaciones son apartamentos independientes y dicen que durante las noches se sienten personas caminando por los pasillos o presencias que miran fijamente al borde de las camas.
Las luces se encienden y apagan solas mientras algunas sombras bailan
Ninguna foto de la mansión de Delphine LaLaurie tenía nitidez
Pero nadie como Delphine LaLaurie, una conocida socialité a la que le gustaba torturar a sus esclavos y tenía un cuarto reservado para tales actos. La mansión, que está en la calle Royal, tiene tres pisos y es gris como la piedra quizá para que se vea más tenebrosa. Al parecer, por las noches o muy temprano en las mañanas, se escuchan gritos de dolor y, si uno se queda viendo con atención, es posible ver gente asomándose en las ventanas del segundo piso.
En la taberna Lafitte’s Blacksmith Shop, que está en un edificio del año 1722, cuentan que uno de sus dueños era el pirata Jean Lafitte y que su espíritu a veces visita el lugar. Algo que me lleva de inmediato a la calle Pirates Alley -que conecta a Jackson Square con la calle Royal- angosta y solitaria, donde me detuve una noche a escuchar cómo fue que después de una lluvia torrencial, toda la calle se llenó de una niebla espesa que no permitía ver ni las propias manos, pero donde se escuchaba una voz que flotaba en todo el ambiente. Esa calle desemboca en el café Pirates Alley, donde antes quedaba una cárcel en la que el propio Lafitte estuvo prisionero y, cuando es muy de noche, se escuchan espadas tal y como se debían sentir cuando los piratas se batían a duelo en ese famoso callejón.
Quizá mis historias favoritas son las de los hoteles, como la del Monteleone donde hay un ascensor que va de un piso a otro sin que nadie lo llame y los huéspedes aseguran que tiran de sus sábanas por las noches. O la del hotel Andrew Jackson, que antes era un internado que fue arrasado por un incendio en el que perdieron la vida cinco niños y que, al parecer, se escuchan riendo y corriendo en su patio posterior. También está el Dauphine Orleans, un hotel del siglo XIX en el que algunas de sus habitaciones se traban por dentro y después que sus huéspedes se rinden, se abren solas. O el Lafitte Guest House en la que una niña que murió durante la epidemia de fiebre amarilla, se sigue apareciendo en el espejo de la habitación 21, donde dormía su madre.
¿Será un fantasma?
En el Museo histórico del Voodoo, que es parte de otra historia
De otras calles y casas no recuerdo los nombres, solo historias aisladas como sombras que bailan, lámparas que se encienden solas, risas que parecen venir de ninguna parte. Iba por los rincones de New Orleans explorando su misterio, viendo mis fotos borrosas y sin tino, como comprobando que el alma no saliera de ellas por puro delirio. Por eso, cuando Tania me contó que le habían leído la mano, me reí y la acompañé de entusiasmo por estar en una ciudad que es ella misma un hechizo de colores y música, incluso para ir por ahí buscando asustarnos y queriendo saber más de lo que deberíamos.
PARÉNTESIS. La empresa Free Tours By Foot opera en New Orleans y en varias ciudades del mundo. Su tour de fantasmas es de hora y media por el French Quarter, completamente gratuito. Al final, solo hay que darle una propina al guía, según lo que cada quien pueda. Es completo, divertido y vale la pena.