Revista Viajes

El lado oscuro de Barcelona

Por Evangelina Gonzalez Rodriguez @evanocaterli

Barcelona, la tierra catalana. Como venía de Grenoble, en los Alpes franceses, esto parecía el caribe.

El primer día fui a hablar con la policía y me dijeron que si no molestaba a nadie podía tocar, pero que preguntara en el ayuntamiento. Allí me respondieron en un amable y hospitalario catalán y, por lo que entendí, no existía ningún papel que me permitiera tocar en la vía pública ni que me lo prohibiera. O sea que podía hacerlo.

En la primera calle que encontré me senté “sin molestar a nadie”, como habían sugerido los canas, y tiré un par de acordes con la guitarra.

Los turistas pasaban caminando como como si algo los apurara (eso no lo considero viajar), todos parecían llegar tarde. Igual, esto es bastante normal en las ciudades grandes.

Después de 20 minutos otros policías se acercaron y me dijeron que tenía una hermosa voz pero que me fuera. Les pregunté por un permiso y comentaron que no sabían muy bien cómo era la cosa, pero que no podía tocar en la calle.

Empecé a caminar hacia ningún lado, mientras me cagaba con toda autoridad catalana, en Barcelona y en los chinos que no paran de sacar fotos.

Entonces me paró un venezolano. Mientras yo me secaba las lágrimas él me dio una dirección donde podría conseguir un permiso para tocar. Nos despedimos y salí corriendo a esa dirección. Allí supe que la norma que otorga los permisos está frenada, por eso muchos artistas callejeros no pueden mostrar lo que hacen y los multan y “requisan sus instrumentos” (si no pagás casi 500 euros, no te los devuelven). Mientras la ley sigue parada, parece que la música da mala imagen a una ciudad tan popular.

Salía de aquella oficina y pensaba en vender tortitas caseras o algo así como poner una bomba en la central policial más grande de Barcelona. O, no sé, hacer caca en la alfombra del alcalde de la ciudad. También podría hacerme pis en la mano y saludar a un policía o al que me atendió en el ayuntamiento y no quiso hablarme en castellano. Pensaba también en pinchar las ruedas de los autobuses rojos de turismo que te llevan a las partes bonitas de Barcelona, donde no tiene que haber ni un solo indigente en la calle, porque a los turistas hay que darles de comer el mejor plato y llevarlos a los monumentos y museos para sacar sus fotitos que van a quedar archivadas por años luego de caretear que estuvieron en “Barcelona”.

Pero no hice nada de lo anterior, y seguí caminando. Por suerte me encontré con otro artista, un portugués que tocaba con amplificación. Me dijo que que el tema del permiso dependía del humor del policía de turno y me sugirió ir a las callecitas pequeñas que tienen más acústica.

Me senté a tocar en una calle donde no había tanto turista, pero pude sacar unos euros. Al cabo de un rato pasó el venezolano que había encontrado antes, su nombre es Juan y su casa estaba justo en frente de donde yo estaba.

Y bueno, llegaron otros policía para decirme que tenía que irme de ahí. Esta vez me trataron bastante mal. Por suerte Juan me invitó a comer lentejas y hablamos un buen rato hasta que pasó la impotencia. Y ahora, al finalizar de escribir esto, vamos a ir juntos a tocar la guitarra.

El lado oscuro de Barcelona
Dibujo por Nacho López. Dysania.

Para concluir, quiero decir que una ciudad sin artistas callejeros es mugre, es una ciudad corroída por la corrupción y la desigualdad social. Y no pienso mostrarte ni la Sagrada Familia, ni el Arco del Triunfo, ni la Plaza Ciudadela, ni Barceloneta, ni los Gaudí (porque salen 25 euros la entrada) ni nada que tenga que ver con lo turístico de esta ciudad. Porque hay una realidad social más importante que la selfie en la Plaza Cataluña y que nadie quiere ver y nadie quiere mostrar.

Espero irme de acá pronto, a donde los museos son de 5 euros y no de 25 o 30, donde la cultura se puede ver hasta en el trato de la gente y donde los artistas callejeros son bien recibidos. Comparo ésta con las ciudades de Alemania, Francia o el sur de España, y me doy cuenta de que en la pú**** vida quiero volver a Barcelona.

Cataluña independiente. ¡Viva la patria!


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