Por si aún no lo sabes, en tu armario tienes ropa que se ha fabricado a costa del sufrimiento de personas que trabajan bajo la tiranía de los gigantes de la industria textil.

El 24 abril del 2013, en Daca (capital de Bangladés), se hundió el edificio Rana Plaza, provocando la muerte de 1.133 personas y 2.437 heridos, cuyos trabajadores venían advirtiendo de la mala situación de este edificio de ocho plantas que albergaba distintos talleres de ropa y una guardaría donde las trabajadoras dejaban a sus hijos durante la jornada laboral. En esas instalaciones se fabricaba ropa para importantes empresas de moda, esas en las que ahora estas pensando. Algunas marcas implicadas en esta tragedia fueron españolas y, mientras que esta noticia suscitó cierto debate en países occidentales, en España apenas ocupó espacio en los medios de comunicación.
Este suceso no es el único ligado a esta poderosa industria, aunque si es el de mayor dimensión de los últimos tiempos. En Bangladés, donde 4 millones de personas trabajan en el sector textil, el salario medio es de 34 dólares al mes, una cifra miserable que apenas supera el 10% de la cantidad necesaria para cubrir las necesidades básicas de comida, vivienda, sanidad o educación. Tan sólo el 0,65% de precio de la prenda va a parar a los bolsillos de estos obreros, que se ven obligados a trabajar jornadas de 14 horas seguidas todos los días del año. Así es como estas firmas consiguen un margen de beneficios realmente descomunal.
Excepto el grupo Benetton, que no mueve un dedo con el fin de poder seguir ganando más millones, y que de vez en cuando aparece con alguna campaña publicitaria insultante para ganar fama, las otras empresas implicadas en el trágico accidente se comprometieron a indemnizar a las victimas y a poner soluciones a esta grave situación con distintos acuerdos, y que ojalá no sea humo que nos venden. Sólo unos pocos fabricantes occidentales están mejorando sus fábricas por la demanda, cada vez mayor, de clientes que no están dispuestos a que esto siga ocurriendo.
Ante la ausencia de mecanismos que pongan remedio a este modelo de producción tan lamentable e injusto, es importante que los consumidores tomemos conciencia de esta realidad y que comencemos a ejercer presión sobre estas compañías y gobiernos, por ejemplo comprando sólo a empresas que realmente implanten normas decentes para sus trabajadores. Hoy en día tenemos a nuestra disposición distintas formas de saber qué empresas respetan los derechos más básicos de los trabajadores. Si queremos derechos laborales dignos para nosotros, también debemos exigirlos para ellos.
