Revista Cómics
Llevo mucho tiempo sin escribir un ensayo, ya no sólo en la página web, ni siquiera en el propio Facebook, como un pensamiento fugaz de esos que se ven a menudo en las cuentas de escritores; pero después de tanto tiempo, creo que la ocasión merece la pena, y mucho. Porque gracias a una alumna he comprobado por mí mismo que una de las cosas más maravillosas de la educación es que quien enseña, si se pone al nivel de sus alumnos, puede aprender muchísimo también.
En una sesión de tutoría, durante la que hablamos de películas, quise saber cuáles habían fascinado más a mis alumnos. Hubo muchas recomendaciones, y tomé nota de muchas de ellas, pero las he ido viendo poco a poco, a medida que sacaba ratos para hacerlo entre estudiar, impartir clases y corregir manuscritos de manera incansable. La que he visionado hoy me parece posiblemente la mejor película que conozco acerca del mundo de la literatura, se llama El ladrón de palabras, y mi propia alumna ya comentaba que sabía de muy pocos que la hubieran visto. La película entra de lleno en el mundo de la escritura y lo hace de una manera muy profunda, centrándose como pocas veces he visto en los episodios menos glamurosos del mundillo.
Me he reconocido a mí mismo en muchas de las partes de la película y ha habido momentos en los que he sabido perfectamente cuáles serían las siguientes escenas o las frases que se iban a recitar. Muy pocas veces escucharéis en Facebook a los escritores hablar de los momentos más duros asociados con su sector; casi todos aparecen siempre para contar lo bien que les va, porque en el fondo una cuenta de Facebook, y en menor medida de otras redes sociales, es su medio de marketing. En mi caso siempre intenté que no fuera así, y por ejemplo narré un día cómo rompí todas las cartas de rechazo que tenía guardadas en mi cajón, docenas nada menos, o ese terrible instante en el que asesinas para siempre un relato y aprietas May + Supr porque, cuando los has escrito a centenares, el exceso de equipaje emocional puede llegar a impedirte continuar el resto del viaje artístico.
La película me ha impactado en muchos sentidos y me he sentido reconocido en muchas partes, la mayoría complicadas. Sentir que lo que haces es un absurdo que no merece la pena; el miedo aparejado ante la pérdida de un manuscrito, o que se borre de manera accidental; lo que implica escribir tomando como fuente el extremo dolor, y cómo la película incluso clava el periodo exacto que puedes vivir sólo dedicado a escribir una novela sin descanso porque la pena y la rabia son tan grandes que te secarían por dentro si pararas (ese periodo es de dos semanas).
Pero aparte de lo poético, la dura realidad está muy bien reflejada también. La falta de dinero, que te obliga a plantearte vender tus cosas (y esa sensación que te queda dentro de que, aunque las volvieras a comprar, las has perdido para siempre); el miedo ante el plagio, no porque la persona se haga famosa con tu libro, sino porque roba también una parte de tu alma; ese editor que alaba tu libro (y lo alaba de verdad), pero te comenta con consternación que no lo puede publicar porque ahora mismo no es buena época para el mercado (desde que tenía veinte años, con crisis o sin ella, jamás un editor me ha dicho que sea una buena época para el mercado); ese momento en que te mortificas leyendo una detrás de otra todas las cartas de rechazo que has recibido y al día siguiente, en vez de escribir, te dedicas a ver la televisión porque sientes que pierdes menos el tiempo.
Puede que para mí la película posea un significado con el que los demás no empatizan, pero nunca antes había visto una que supiera contar tan bien lo que implica de verdad escribir, con lo bueno y lo malo; hasta en los detalles tontos, como mencionar que un escritor se siente extraño cuando habla de su propia obra, se ajusta a la perfección.
Una película excelente que recomiendo para que entendáis lo que implica dedicarse a esta profesión que tiene una curiosa peculiaridad: trabajas durísimo para no obtener dinero, no obtener satisfacción emocional, y muchos ni siquiera consideran que se trate de un trabajo.