Parece imposible venir a este mundo a hacer lo que está mandado y reprimir, al mismo tiempo, el deseo de desparramar metralla para vengar la tragedia y el dolor. "Debemos ser capaces de atravesar el dolor", dice el mandato, pero cómo no detenerse a lamentar la injusticia, la sinrazón, el miedo o el abandono.
Parece difícil, y hasta imposible; sin embargo, Daniel Da Barca no ve el mundo como una lucha quid pro quo. El doctor Da barca vino a este mundo a lo que vino, y cumple su misión de amor sin distraerse en las trampas del ego.
Daniel Da Barca es un digno héroe de este espacio, porque sostiene la ilusión; tanta ilusión, digo, que hasta Herbal, su carcelero, desea la condición del preso.
La sombra sucumbe ante la ilusión. Daniel Da barca atraviesa la vida de Herbal como la fuerza de la ilusión. No está mal esta idea, pues tanto en la metáfora como en la realidad, un hombre es más que su sombra.
El cabo Herbal debe vigilar y someter a Daniel, aprenderlo y aprehenderlo, y tanto lo aprende, que es quien lo cuenta. La injusticia se instala en Herbal, y él se redime contando lo que recuerda. Algunos hechos superan su entendimiento, y los cuenta con un tono levemente absurdo; sin embargo, todo es inteligible y dramáticamente bello.
«…¿Y qué pasó?, preguntó con ansia Maria da Visitaçáo, desinteresada de los caballos que echan agua por la boca.Lloviendo y todo, se pararon en medio de la Quintana dos Mortos. Debían de estar empapados, porque yo estaba chorreando, y eso que iba por los soportales. Están locos, pensé, van a coger una pulmonía. ¡Carajo con el médico! Pero entonces ocurrió aquello. Lo de la Berenguela.
¿Quién es la Berenguela?
Una campana. La Berenguela es una campana de la catedral, que da a la Quintana. A la primera campanada, ellos se abrazaron. Y fue como si no se fuesen a soltar nunca, porque daban las doce. Y la Berenguela va tan despacio que dicen que es buena para darle un punto al vino de los barriles, pero no sé cómo no vuelve locos a todos los relojes.
¿Cómo se abrazaban, Herbal?, le preguntó la chica del club de alterne.
He visto a un hombre y una mujer hacerse de todo, pero aquellos dos se bebían uno al otro. Se lamían el agua con los labios y con la lengua. Sorbían en las orejas, en el hueco de los ojos, cuello arriba desde los pechos. Estaban tan empapados que se debían de sentir desnudos. Se besaban como dos peces […]».
Una voz susurra en el interior de Herbal, cualquiera diría que es la voz de su conciencia, esa voz del remordimiento, la que surge después del esperpento; sin embargo, es la voz piadosa y lúcida de un pintor que, con su lápiz rojo, dibuja escenas como la de la estación.
¡Mira, Herbal, qué bonito… Cuenta lo que ves!
Si la voz interior que dibuja ilusiones se callase, si el lápiz rojo se quedase sin habla, entonces, muy probablemente, en el interior de Herbal sólo habría algo muy parecido a la nada.
Herbal, Herbal, ¿en qué te has convertido? Te dejo a solas y te conviertes de carcelero a proxeneta. Vas de sombra en sombra, de nada en nada.
Y si Herbal se muere ahogado en su nada, ¿dónde dibujará el lápiz? No sé, quizás pase de mano en mano, hasta terminar de contar su historia, la historia de ilusiones y esperanzas. Quizás el lápiz caiga en manos de algún periodista poeta y encariñado con las putas de Herbal. Quién sabe.
El lápiz cuenta y dibuja historias de ilusión, como la de Daniel, con su amor por Marisa y por la República, y también dibuja y cuenta, por contraste, el páramo en el que habitan los hombres destinados a ser sombras, como el pobre Herbal.
Las historias que cuenta el lápiz son historias de contrastes. Daniel se autodefine ectoplasma, pero, sin embargo, es un ser luminoso y contagia vitalidad. Todo lo que toca se llena de esperanza.
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El ectoplasma y la sombra
«… Yo ya soy un ectoplasma, le dijo el doctor. O, si lo prefiere, un extraterrestre. Por eso tengo problemas con la respiración […].
» El jefe de información local le había dado un recorte de prensa con una foto y una breve nota en la que se informaba de un homenaje popular al doctor. Le agradecían la atención, siempre gratuita, a la gente más humilde. "Desde que volvió del exilio", contaba una vecina, "nunca le echó la llave a la puerta". Sousa explicó que sentía no haberlo visitado con anterioridad. Que la entrevista estaba pensada para antes de que lo internaran en el hospital.
En cambio, Herbal respira sin respirar. Su problema no está en el pecho. No se ahoga en sangre, como los tísicos. El problema de Herbal está en el corazón. A Herbal lo mata la sombra, la humedad de la nada, el frío de la soledad.
Y usted, ¿qué opina? ¿Carcelero o preso? ¿Todo o nada?