Revista Religión
Amigos: Les comparto el siempre genial, ilustrado, creativo y divertido artículo del Dr. Carlos Díaz que ha tenido la gentileza de enviármelo por correo en el día de hoy, 14 de enero del 2023
El laurel posmoderno tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el
estofado
Los amigos de la meditación trascendental y otras mandangas
intususpectivas se creen Estados soberanos que, de la piel para adentro,
mandan con exclusiva jurisdicción, según la cual elijen si deben o no cruzar
esa frontera. Su ego es el mundo y el mundo su ego: qué apañaditos. Y,
como su egotismo no tiene límites, y además no han leído a los clásicos
porque para clásicos ellos, se suelen citar a sí mismos y empiezan sus
engorrosos parlamentos con la expresión: "como yo suelo decir…", cual si
dijera Gracián. Aquel no paraba de hablar de Stendhal y, a la pregunta
"¿pero ha leído usted a Stendhal?", respondía tan tranquilo: bueno,
personalmente, no, pero… Y peores son todavía aquellos a quienes no les
hace la menor gracia Gracián, y a la pregunta "¿ha leído usted a Gracián?"
replican molestos, ¡No, para qué voi a leerlo si no me gusta!".
A los mediocres se le detecta por su permanente megalomanía. Les
gusta todo cuanto más embrollado mejor: lo centelleante, lo atronador. Lo
discreto les aburre, la rutina les desespera. De sí mismos no esperan nada
que suene a común y corriente, pues no saben ver lo grande en lo pequeño,
ni lo pequeño en lo grande. Llevan golas y alzacuellos, porque desean
igualar o superar a las jirafas. Y luego, nada; como los cines de barrio,
primero te hacen entrar y después te cambian el programa.
Para esas gentes el éxito ajeno, si es que existe fuera del suyo, es un
insulto al suyo propio. Su ideal es ser nieto de un gran ladrón, borrar el
recuerdo del difunto y quedarse con sus dineros. Ganarse la vida en el
sentido de honrarla, de estar a la altura del regalo, no como una conquista
del ego, no lo comprenden. Tales egos no se ganan la vida, al contrario: la
matan.
En la novela policiaca perfecta solo los escritores están libres de
sospecha. Les horrorizan las lecciones magistrales, excepto si son suyas,
vengan o no vengan a cuento, y aunque no se las pida nadie, como
corresponde a l'idiot de villaje. Sus preguntas a sí mismos son
complacientes, sus respuestas complacidas. A veces no se hacen preguntas
para no encontrar las respuestas indeseadas. Enamorados de los libros de
autoayuda, se obedecen con su propio autoayudante, que son ellos mismos.
Pérez Galdós hacía decir a su personaje Lord Grey en uno de sus Episodios
Nacionales (Cádiz) que "si Dios no hubiese hecho a Jerez, ¡cuán imperfecta
sería su obra!". Ejercicio: donde dice "Jerez", póngase "narcisistas". Las
gentes banales suelen modificar la verdad para poder recordarla a su antojo,
y lo mismo les ocurre en cuanto a su olvido y en cuanto a su vista: cierran
los ojos para no ver. La ceguera es mal que aquí no tiene cura, porque es
ceguera voluntaria.
"Conócete a ti mismo", dice uno; "¡sí, hombre, como si no tuviera
otra cosa que hacer!", responde el otro. El fanatismo y el humor se llevan
muy mal porque el primero esconde las contradicciones mientras el
segundo las busca y exhibe delante de las propias narices. Nuestra
capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita,
sobre todo si nos complacen o dan la razón: el autoengaño carece de
límites. No esperes que la raposa grite ante el gallinero: ¡que viene la
raposa!
El teatro es una exageración cuando "se hace teatro", es decir,
cuando uno sobreactúa interpretándose a sí mismo, y por lo tanto haciendo
el payaso. Para el bufón, el teatro puede existir sin obra escrita, puede ser
sin actores profesionales, puede realizarse sin local apropiado, pero no
puede vivir sin espectadores de sus propias bufonadas. La teatrería, es
decir, el arte del teatrero, es ese zoológico al cual acudimos para que nos
contemplen incluso los más animales. Lo que ocurre es que gustar a todo el
mundo no lo ha conseguido ni el jamón serrano.
La exageración, la hipérbole nos retrata como las rectoscopias.
Nunca antes hubo tanta educación emocional, tanta conciencia de la
importancia de los sentimientos, tanta necesidad de rosas rojas
compensatorias para dulcificar los sinsabores de la vida, pero eso, en vez
de aumentar la felicidad, nos ha vuelto más ansiosos, más desdichados, y
sobre todo más insatisfechos. Para la moral del pedo solo huelen mal los de
los otros.
El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado. Para
pensar hay que saber pensar. Pero antes, saber leer. Pero antes, saber
escuchar. Pero antes saber estar en silencio. Pero antes procurarnos un
tiempo para no hacer nada. ¿Qué a ese paso nunca pensaremos? Sin
embargo, ser sabio es verle la espalda a las cosas después de haberlas
analizado.
Por supuesto, en este tibilorio de teatrillo hay que hacer magia con
las palabras: el sexo de las personas es género, el asesinato de una persona
en su círculo afectivo es violencia de género, la impotencia sexual
masculina es disfunción eréctil, la guerra es misión de paz, las bajas civiles
en una guerra son daños colaterales, el aumento de los impuestos es gasto
social, los países empobrecidos son países en desarrollo, el despido masivo
de trabajadores es expediente de regulación de empleo, el peluquero es
estilista, los grupos de extorsión en las huelgas son piquetes informativos,
la subida de precios es reajuste de precios, y al aborto lo llaman
interrupción voluntaria del embarazo en el colmo del cinismo. Nadie se
siente cómodo con alguien hasta que no lo ha decepcionado por lo menos
una vez. El mundo está presidido por un relativista absoluto, fanáticamente
antifanático. De vez en cuando hay que invitar a la duda a fumar un
cigarrillo, pero produce cáncer maligno "más pronto que tarde".
El laurel posmoderno tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el
estofado
Los amigos de la meditación trascendental y otras mandangas
intususpectivas se creen Estados soberanos que, de la piel para adentro,
mandan con exclusiva jurisdicción, según la cual elijen si deben o no cruzar
esa frontera. Su ego es el mundo y el mundo su ego: qué apañaditos. Y,
como su egotismo no tiene límites, y además no han leído a los clásicos
porque para clásicos ellos, se suelen citar a sí mismos y empiezan sus
engorrosos parlamentos con la expresión: "como yo suelo decir…", cual si
dijera Gracián. Aquel no paraba de hablar de Stendhal y, a la pregunta
"¿pero ha leído usted a Stendhal?", respondía tan tranquilo: bueno,
personalmente, no, pero… Y peores son todavía aquellos a quienes no les
hace la menor gracia Gracián, y a la pregunta "¿ha leído usted a Gracián?"
replican molestos, ¡No, para qué voi a leerlo si no me gusta!".
A los mediocres se le detecta por su permanente megalomanía. Les
gusta todo cuanto más embrollado mejor: lo centelleante, lo atronador. Lo
discreto les aburre, la rutina les desespera. De sí mismos no esperan nada
que suene a común y corriente, pues no saben ver lo grande en lo pequeño,
ni lo pequeño en lo grande. Llevan golas y alzacuellos, porque desean
igualar o superar a las jirafas. Y luego, nada; como los cines de barrio,
primero te hacen entrar y después te cambian el programa.
Para esas gentes el éxito ajeno, si es que existe fuera del suyo, es un
insulto al suyo propio. Su ideal es ser nieto de un gran ladrón, borrar el
recuerdo del difunto y quedarse con sus dineros. Ganarse la vida en el
sentido de honrarla, de estar a la altura del regalo, no como una conquista
del ego, no lo comprenden. Tales egos no se ganan la vida, al contrario: la
matan.
En la novela policiaca perfecta solo los escritores están libres de
sospecha. Les horrorizan las lecciones magistrales, excepto si son suyas,
vengan o no vengan a cuento, y aunque no se las pida nadie, como
corresponde a l'idiot de villaje. Sus preguntas a sí mismos son
complacientes, sus respuestas complacidas. A veces no se hacen preguntas
para no encontrar las respuestas indeseadas. Enamorados de los libros de
autoayuda, se obedecen con su propio autoayudante, que son ellos mismos.
Pérez Galdós hacía decir a su personaje Lord Grey en uno de sus Episodios
Nacionales (Cádiz) que "si Dios no hubiese hecho a Jerez, ¡cuán imperfecta
sería su obra!". Ejercicio: donde dice "Jerez", póngase "narcisistas". Las
gentes banales suelen modificar la verdad para poder recordarla a su antojo,
y lo mismo les ocurre en cuanto a su olvido y en cuanto a su vista: cierran
los ojos para no ver. La ceguera es mal que aquí no tiene cura, porque es
ceguera voluntaria.
"Conócete a ti mismo", dice uno; "¡sí, hombre, como si no tuviera
otra cosa que hacer!", responde el otro. El fanatismo y el humor se llevan
muy mal porque el primero esconde las contradicciones mientras el
segundo las busca y exhibe delante de las propias narices. Nuestra
capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita,
sobre todo si nos complacen o dan la razón: el autoengaño carece de
límites. No esperes que la raposa grite ante el gallinero: ¡que viene la
raposa!
El teatro es una exageración cuando "se hace teatro", es decir,
cuando uno sobreactúa interpretándose a sí mismo, y por lo tanto haciendo
el payaso. Para el bufón, el teatro puede existir sin obra escrita, puede ser
sin actores profesionales, puede realizarse sin local apropiado, pero no
puede vivir sin espectadores de sus propias bufonadas. La teatrería, es
decir, el arte del teatrero, es ese zoológico al cual acudimos para que nos
contemplen incluso los más animales. Lo que ocurre es que gustar a todo el
mundo no lo ha conseguido ni el jamón serrano.
La exageración, la hipérbole nos retrata como las rectoscopias.
Nunca antes hubo tanta educación emocional, tanta conciencia de la
importancia de los sentimientos, tanta necesidad de rosas rojas
compensatorias para dulcificar los sinsabores de la vida, pero eso, en vez
de aumentar la felicidad, nos ha vuelto más ansiosos, más desdichados, y
sobre todo más insatisfechos. Para la moral del pedo solo huelen mal los de
los otros.
El laurel tiene dos destinos: la cabeza del héroe o el estofado. Para
pensar hay que saber pensar. Pero antes, saber leer. Pero antes, saber
escuchar. Pero antes saber estar en silencio. Pero antes procurarnos un
tiempo para no hacer nada. ¿Qué a ese paso nunca pensaremos? Sin
embargo, ser sabio es verle la espalda a las cosas después de haberlas
analizado.
Por supuesto, en este tibilorio de teatrillo hay que hacer magia con
las palabras: el sexo de las personas es género, el asesinato de una persona
en su círculo afectivo es violencia de género, la impotencia sexual
masculina es disfunción eréctil, la guerra es misión de paz, las bajas civiles
en una guerra son daños colaterales, el aumento de los impuestos es gasto
social, los países empobrecidos son países en desarrollo, el despido masivo
de trabajadores es expediente de regulación de empleo, el peluquero es
estilista, los grupos de extorsión en las huelgas son piquetes informativos,
la subida de precios es reajuste de precios, y al aborto lo llaman
interrupción voluntaria del embarazo en el colmo del cinismo. Nadie se
siente cómodo con alguien hasta que no lo ha decepcionado por lo menos
una vez. El mundo está presidido por un relativista absoluto, fanáticamente
antifanático. De vez en cuando hay que invitar a la duda a fumar un
cigarrillo, pero produce cáncer maligno "más pronto que tarde".
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