Revista Ciencia
El "Lecho de Procusto" es una historia que se ha convertido en símbolo de uniformización y sometimiento en el plano que ustedes elijan: político, económico, científico, artístico, pedagógico, filosófico, sexual y sigue la lista. Esta es una versión menos mitológica, menos cruda y más contemporánea y marquetinera que la original que ustedes pueden consultar por doquier en la red:
El señor Procusto creyó hacer un buen negocio el día que compró para su nuevo hotel una importante partida de camas todas iguales, al por mayor, en oferta, una oferrta irresistible, pero sin saber que la longitud de las mismas no estaba en el pico de la distribución estadística de alturas de la gente de la región, sino que se ubicaba un poco más abajo, màs bien tirando a una baja estatura. Claro, rápido como era el señor Procusto para engañar y estafar, se dio cuenta por qué había sido tan tentadora la oferta. Era un típico caso de estafador estafado. El vendedor de camas quería deshacerse a como fuera lugar de una partida fabricada mal por error para esa región, de ahí que las vendiera a un valor irrisorio. Y el señor Procusto, más rápido todavía para sacar provecho de sus propias desventajas resolvió sumariamente (y hasta se podría decir pragmáticamente) el problema. Si los huéspedes no entraban en la cama, pues les cortaba los pies hasta encajarlos en la misma. Es más, un buen día llegó el primer huésped más corto que la longitud de la cama, toda una rareza para la estadística de la región. Y ahí fue que el señor Procusto descubrió que también era un sádico obsesivo compulsivo, porque no pudo resistir la tentación de poner al pobre huésped en el polvoso potro de tormento del sótano (heredado de sus tarabuelos inquisidores, de la época de gloria de la bendita Santa Inquisición) para estirarlo hasta el largo exacto de la cama, ni un nanomilímetro de más o de menos.
Si hablamos de números, estadísticas, ciencia y ¿por qué no? política, economía y escalas morales, una cama de Procusto no es ni más ni menos que la deformación de datos de la realidad para que se adapten a una hipótesis previa. Y, en el caso de que los datos residan en las cabezas, entonces es la "adaptación" de las cabezas, por las buenas o por las malas a lo que se decreta como realidad. Si algún gobierno se da por aludido que levante la mano. ¡Epa epa! ¡No todos al mismo tiempo...!
Y así por ejemplo fue sostenido por 2000 años el sistema geocéntrico de Tolomeo en la mente de generaciones: la Tierra "sí o sí" debía estar en el centro inmóvil del Universo, y a partir de esa pretensión arbitraria e interesada (como fue siempre) se postularon todas las deferentes, ecuantes, epiciclos, excéntricas y otras quimeras matemáticas y geométricas, hasta que los planetas encajaron en la resultante de todo ese embrollo. Platón mismo había "instruido" amablemente a los matemáticos y astrónomos para que concibieran esa solución a toda costa, aunque más adelante, a una edad más avanzada se arrepintió, aunque su arrepentimiento no viniera de un rapto de iluminación empírica (consideraba que la miseria del mundo ya no lo hacía merecedor de estar en el centro de todo, o de nada).
El hacha de los tolemaicos estuvo activa sin interrrupción hasta el siglo XVI, cuando Copérnico se atrevió a cambiar el largo de las camas y no el de los huéspedes. Hubo entonces un breve interregno de inactividad, hasta que volvió a entrar en acción por última vez con la Inquisición entre final de un siglo y comienzo del otro. Ahí fue que adaptaron a la cama a Giordano Bruno por las malas y a Galileo por la humillación.
También a lo largo de la historia y de las geografías, en determinados sistemas educativos, algunos colegios han convertido a sus pupitres en pupitres de Procusto, al aceptar como alumnos solo aquellos cuya inteligencia (por supuesto, según lo que ese colegio considera inteligencia) se ubica en un estrechísimo rango, sin ovejas negras, más o menos dotadas, ubicadas más allá de la frontera de la inteligencia razonablemente admitida en el claustro (siempre según el dudoso criterio acerca de lo que es la "inteligencia" ya mencionado).
En el mundo contemporáneo los Procustos suelen apelar a recursos mucho más sofisticados y sutiles que hachas, serruchos y potros tormentosos. Ni siquiera, a veces, les es necesario derramar la sangre de los inadaptados para encajarlos en las camas. Y llevado esto más lejos, ni los Procustos existen necesariamente como tales, como individuos o entes específicos y concentrados, fácimente identificables y caricaturizables. A veces son la sociedad misma a la que pertenecemos y entonces somos parte de un estado o condición paradójica: somos al mismo tiempo Procusto y su víctima de manera inextricable. El, o sea, Nosotros, o sea El... nos hace(mos) renunciar a los sueños, a la persona que amamos, a las ideas que gestamos por nuestro propio cerebro o a un estilo de vida, entre otras cosas, si considera(mos) que todo eso queda fuera del lecho sagrado. Sacralidad de porquería. Pero esto no se termina así.
Quedó un cabo suelto en esta historia: Procusto (en la mitología "estirador") también llamado sugestiva y acertadamente Damastes ("controlador") no se sale con la suya. Teseo acaba con él. Y yo conozco a varios Teseos en mi sociedad, se los distingue por un penetrante olor a libertad. Claro, si yo puedo olerlos, es solo por mi condición de perro miserable y callejero.