Hanna es una mujer madura, con una belleza particular (“pero entonces no era torpe, sino flui¬da, graciosa, seductora; una seducción que no emanaba de los pechos, las piernas y las nalgas, sino que era una invitación a olvidar el mundo dentro del cuerpo”), cobradora de tranvía que oculta un secreto.
Michael tiene 15 años, vive con su familia, va al colegio y la gusta la lectura. Y oculta un secreto.
Una hepatitis debilita a Michael, se descompone en la calle y es Hanna quien lo ayuda y acompaña a su casa.
Así comienza una historia de amor, pasión, libros y mentiras que se prolongará a lo largo de décadas en una Alemania atravesada primero por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y luego por el recuerdo de este, que no permite que sea olvidado. Los jóvenes reclaman a sus padres el papel que jugaron durante la contienda. Los adultos prefieren seguir adelante sin mirar el pasado ni su propio interior. No quieren dar explicaciones, ni a los otros ni a sí mismos.
La relación entre la mujer adulta y el adolescente está basada en el sexo y los libros, cuya lectura por parte del joven es requisito previo indispensable antes del encuentro erótico entre los personajes.
Pero un día, Hanna desaparece sin dejar rastro. Michael la espera, la busca, pero ella no regresará.
Los años pasan y el re encuentro es traumático: Michael es estudiante de derecho y presencia como tal uno de los juicios a personas que participaron en el régimen nazi. Hanna es una de ellas.
Luego de transcurridos varias jornadas del juicio, Michael descubre el secreto que tan celosamente y con tanto esfuerzo Hanna ha guardado a lo largo de su vida. Develarlo equivale a salvarla de la condena más dura, pero ella insiste en ocultarlo. Nuestro protagonista se debate entre hablar con el juez y contarle lo que ha descubierto o respetar el deseo de la mujer.
Con el paso de los años, un Michael ya adulto y con una vida hecha –y también deshecha, hay que decirlo- vuelve a leerle a su amor de la juventud, pero esta vez a la distancia.
Mi primer acercamiento a esta obra fue a través de la película dirigida por Stephen Daldry y protagonizada por Kate Winslet, David Kross y Ralph Fiennes. En ese momento me gustó el argumento, la manera de referirse a un hecho tan importante de la historia, los sentimientos y emociones que transmitían los personajes. Pero claro eran tres actores llevando adelante la vida de dos personajes.
La novela me gustó menos. Está bien escrita –no podría afirmar lo contrario-, la historia es la misma -fue respetada a rajatabla lo cual no es lo habitual-, pero quizás el hecho de haberla visto previamente representada en la pantalla grande, le haya quitado parte de la emoción y de la indiscutible tensión que tiene esta historia.
Por esto es que prefiero no leer una obra luego de haberla visto adaptada al cine (aunque hay honrosas excepciones, la mayor parte de las veces quedo defraudada). No sólo me resulta imposible imaginarme a los personajes –ya que tengo el rostro de quien lo interpretó clavado en las pupilas- sino que además no puedo dejar de comparar ambas expresiones y eso me dificulta entablar una relación profunda con el libro.