Francia es uno de los países de la Unión Europea con más territorios de ultramar, pero su influencia no se limita solo a sus regiones departamentales y a sus antiguos enclaves coloniales. Fue en 1524 cuando los franceses llegaron por primera vez a Norteamérica, de la mano del explorador italiano Giovanni da Verrazzano, con el objetivo de encontrar una vía marítima hasta China en su primera travesía al norte del continente. Pese a no encontrar tal camino, Francia no desistió en su misión de hacerse con el control del “Nuevo Mundo” en lo que más tarde se conocería como el Virreinato de Nueva Francia. Este territorio francés en el subcontinente norteamericano quedó dividido en cinco regiones —entre las que se encuentran diez de los estados actuales de Estados Unidos— y conformó la sección geográfica más extensa del imperio colonial francés. Su Historia está intrínsecamente unida con la del pueblo nativo americano, con quienes los galos protagonizaron importantes alianzas y catastróficos desencuentros, así como con la otra gran potencia europea en la zona, el Imperio británico.
Para ampliar: “Lejos de la grandeur: los territorios franceses de ultramar”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2017
Mapa diacrónico en el que se observa la totalidad del imperio colonial francés entre 1534 y 1980. Se aprecia en Norteamérica la extensión total que llegó a ocupar Nueva Francia. Fuente: WikimediaMientras que la presencia francoestadounidense en el país se considera una minoría étnica y su herencia cultural ha desaparecido en la mayor parte del territorio, en los estados de Maine y Luisiana todavía se respiran los vestigios de la colonización francesa. El primero, en la frontera con Quebec y con más de un 90% de población blanca no hispánica, acoge la mayor densidad de francoestadounidenses de todo el país. El segundo, sureño, conforma un ambiente multicultural único en el que su pasado afrancesado se fusiona con ritmos africanos y caribeños. Dos estados completamente opuestos que representan el estandarte de lo que una vez fue Nueva Francia en los Estados Unidos.
De Normandía a Carolina del Norte en nombre del rey
La colonización del continente americano por parte de las potencias europeas quedó plasmada en la Historia como una lucha de titanes por los recursos naturales, así como por el control de zonas geográficas que favoreciesen el comercio y el transporte de mercancías. Preocupada por la rapidez de las conquistas españolas e inglesas en América del Sur, Francia fijó su objetivo en la parte norte del continente, un territorio inexplorado del que todavía no sabían con exactitud la extensión de sus costas.
Educado en la ciencia renacentista de la geografía y las artes de la navegación, Giovanni da Verrazzano ya había partido a destinos exóticos para la época, como Siria o El Cairo, cuando se presentó ante el rey Francisco I de Francia a principios de 1500. Este, apasionado del movimiento intelectual italiano de la época, recibió a Verrazzano en su corte y le confió la misión de encontrar un paso a través del Nuevo Mundo. ¿El objetivo? Dar con una ruta directa hasta China, donde el Imperio Ming se erigía como un gigante del comercio en Asia. Descubrir un camino marítimo por el oeste del globo terráqueo evitaría la Ruta de la Seda, el interminable trayecto entre caravanas, desiertos y montañas que conectaba Constantinopla con Xian, Occidente con Oriente.
A bordo de La Dauphine, Verrazzano y su tripulación de 50 hombres pisaron tierra firme en lo que hoy se conoce como Carolina del Norte. Desde su llegada a Norteamérica en 1524, el explorador florentino remontó la costa este de los Estados Unidos en barco hasta Cabo Bretón, en Terranova, con lo que probaba que no existía la tan deseada vía marítima hacia Asia a través de América del Norte. Verrazzano denominó la zona Francesca, en honor a Francisco I, pero su hermano la plasmó como Nova Gallia en los mapas. El marino italiano, que encontró la muerte en la isla antillana de Guadalupe, poco sabía que su viaje, considerado la primera expedición francesa en territorio norteamericano, daría vida a una de las principales colonias francesas de mediados del año 1500 hasta finales de 1700.
Mapa de Visconte Maggiolo de 1527 donde se aprecia la exploración de Verrazzano y la palabra Francesca en relación al territorio de la costa este. Fuente: Biblioteca Ambrosiana de MilánTras la fallida misión de Verrazzano, el rey Francisco I no se dio por vencido en su objetivo de alcanzar Asia en dirección oeste y contactó al navegante Jacques Cartier para organizar una nueva expedición. Esta vez, sin embargo, en las condiciones del viaje constaban las órdenes de hallar oro y otras riquezas. Marinero curtido en otros destinos, como Brasil o Terranova, Cartier llegó al golfo del río San Lorenzo en 1534. Esta primera exploración francesa de tierra firme norteamericana sentó las bases de la futura Nueva Francia, pero también supuso un fracaso estrepitoso al cabo de los siguientes dos viajes. La resistencia de los españoles en Florida, la dureza del clima invernal en las tierras norteñas y la dificultad de comunicarse con la metrópolis acabaron casi por completo con el sueño galo de ampliar su imperio colonial hasta principios del siglo XVII.
Para ampliar: The Voyages of Giovanni da Verrazzano: 1524-1528, Lawrence C. Wroth, 1970
La ambición estratégica de Nueva Francia
Pese al agridulce final de la campaña de Cartier, la noción de Nueva Francia dejó la puerta entreabierta para los próximos viajeros dispuestos a embarcarse en una nueva misión. Si gran parte de la campaña colonial se desarrolló en Canadá, con la fundación de Quebec en 1608 por el navegante Samuel de Champlain, la exploración también constituyó el nacimiento de la región de Acadia, de la que forma parte el actual estado de Maine. Su asentamiento se desarrolló originalmente en la isla Saint Croix, situada en la frontera entre los dos países norteamericanos. Maine pasará así a la Historia como la primera zona del país en ser dominada por Francia.
El interés por expandirse a lo largo de Estados Unidos tomaba forma como un proyecto cada vez más ambicioso en la mente de la Corona gala. Las posibilidades y los beneficios de ampliar su imperio colonial se basaban tanto en las materias primas como en la importancia política y geográfica del enclave. El comercio de pieles, sobre todo de hurón, no resultaba tan rentable como las plantaciones de café y tabaco en sus colonias caribeñas, pero el control de la costa este garantizaba además dificultar las misiones inglesas, que comenzaban a hacerse con un territorio considerable.
Para ampliar: “Los territorios británicos de ultramar, la evidencia de una melancolía”, Vicente López en El Orden Mundial, 2015
Francia desvió entonces su mirada hacia las húmedas tierras del río Misisipi, el río con más recorrido de todo Estados Unidos, a finales del siglo XVI. El control de su cauce no solo aseguraba el transporte de mercancías, sino también el acceso a numerosos recursos naturales en esta arteria principal del país. Esta vez el rey Luis XIV encargó la misión a René Robert Cavelier de La Salle, un intrépido viajero conocido en la corte por haber recorrido la región de los Grandes Lagos. Fue en su segundo viaje cuando La Salle consiguió bajar, siguiendo el curso del Misisipi, desde el valle de San Lorenzo hasta el delta del Misisipi, lo que daría forma a la siguiente adhesión de Nueva Francia. En honor del Rey Sol, el explorador francés nombró el vasto territorio como Luisiana, la mitad más fértil de todo Norteamérica. Tras más de un siglo, el proyecto colonial de la Corona borbónica había alcanzado su objetivo.
En total, la antigua Luisiana conformaba nueve de las actuales 51 divisiones de Estados Unidos: Arkansas, Illinois, Indiana, Michigan, Minesota, Misuri, Vermont y Wisconsin, junto con la Luisiana actual. Gran parte de los nombres de sus ciudades provienen de vocablos franceses y de palabras amerindias adaptadas por los colonos o incluso son producto de la derivación del apellido de la familia que fundó la población, como Arkansas o Detroit. El sueño colonial francés, sin embargo, no sobrevivió al curso de la Historia: tras décadas de conflicto, Francia perdió ante los ingleses la parte de la Acadia de la que formaba parte Maine a finales del siglo XVII en lo que se conoció como las cuatro guerras entre Francia y los nativos americanos. Aliado de los algonquinos y enemigo de los iroqueses por la competencia en el comercio de pieles, estos últimos se unieron a las tropas británicas para batallar por la hegemonía en la zona. Pese a la integración de los franceses con las tribus nativas, sobre todo con los micmacs y los passamaquoddy, esta unión no fue suficiente para contener a los ingleses, quienes surgieron victoriosos y consiguieron unificar la costa este hasta la actual Nueva Inglaterra.
Para ampliar: “La Confederación Iroquesa: democracia nativa en Norteamérica”, Trajan Shipley en El Orden Mundial, 2017
Extensión aproximada de Nueva Francia (azul) a mediados del siglo XVIII. Fuente: WikimediaLuisiana, en cambio, subsistió hasta 1803, cuando Napoleón la vendió a un joven Estados Unidos por poco más de 333 millones de dólares actuales, con lo que cedía el poder del río Misisipi, tan codiciado desde el inicio de la colonización. El fin del absolutismo, las interminables guerras europeas y la independencia de Haití habían desgastado a una Francia que prefirió negociar con el presidente Thomas Jefferson antes que ver a sus enemigos ingleses izar su bandera en Nueva Orleans.
La herencia francesa en Maine y Luisiana
La diáspora francesa en Estados Unidos se remonta a la época de la colonización de Acadia. Debido a la pérdida de dicho territorio a manos del Imperio Británico por el Tratado de Utrecht, los acadianos, descendientes de los primeros exploradores franceses, afrontaron dos opciones para su futuro en la región: unirse a las filas del Ejército inglés contra el resto de sus compatriotas de Quebec o huir a Luisiana, donde todavía imperaba el mandato francés. Estos se negaron rotundamente a combatir, por lo que tuvo lugar la Gran Expulsión, la diáspora de alrededor 12.000 acadianos exiliados de sus tierras. Algunos volvieron a la Francia metropolitana, pero otros prefirieron instalarse en Luisiana, donde se establecieron y formaron lo que hoy se conoce como la comunidad cajún. El vocablo deriva de la pronunciación inglesa de cadien, como eran conocidos a su llegada a Luisiana.
Los cajunes constituyen actualmente una de las poblaciones mayoritarias del estado de Luisiana junto con la población criolla. No en vano, dicha región es considerada una de las más representativas de la herencia cultural colonial francesa en Estados Unidos. Aunque la francofonía es minoritaria —alrededor de dos millones de personas hablan francés en el país—, uno de sus exponentes es la variante cajún o criolla empleada en Luisiana, que en octubre de 2018 se convirtió en miembro de la Organización Internacional de la Francofonía en calidad de miembro observador.
Área con una mayor concentración de población francófona criolla en Luisiana; en rojo, grandes urbes con población criolla y sus migraciones. Fuente: Folklife in LouisianaCon una Historia en común respecto a la colonización francesa de Estados Unidos, tanto cajunes como criollos han desarrollado culturas paralelas al resto del país, pero a la vez completamente diferente entre sí. Los primeros son católicos y agricultores de mayoría blanca, de carácter cerrado y orígenes modestos, localizados en gran parte en la ciudad de Lafayette. Los segundos abarcan desde los descendientes de colonos blancos de gran poder adquisitivo hasta las siguientes generaciones de esclavos traídos de África subsahariana y de la diáspora caribeña, sobre todo de Haití. La música cajún conjuga el violín folclórico con el acordeón en ritmos que evocan la música católica canadiense, mientras que los sonidos criollos se decantan por el zydeco —similar a la música cajún, pero con influencia del blues— y por sus raíces africanas. No por casualidad, Nueva Orleans, la ciudad más poblada de Luisiana y de mayoría criolla, es conocida como la cuna del jazz: en la época de la esclavitud, era la única ciudad estadounidense que permitía a la población negra reunirse en público para tocar instrumentos musicales.
Para ampliar: “Creole or Cajun? Here’s how to tell”, Alex Woodward en CNN, 2015
Mientras que los territorios de mayoría protestante contaban con estrictas leyes que limitaban en gran parte la vida de los esclavos, con la prohibición de los lenguajes africanos por ejemplo, Luisiana vivía una realidad única en el país. Incluso en tiempos del Código Negro, el decreto racial impuesto por Francia en la provincia, los esclavos tenían la posibilidad de aprovechar el domingo como su día libre. Bailes y ritmos tradicionales, un mercado lleno de telas de colores y comida típica: los trabajadores forzosos de origen africano mantenían viva su cultura durante el día del Señor. Otro de los objetivos era poder comprar su libertad con las ganancias.
A principios de 1800 y ya bajo el mandato de los Estados Unidos, el alcalde de Nueva Orleans dictaminó que dichas reuniones festivas solo podrían realizarse en la plaza Congo, en una de las partes más alejadas del centro de la ciudad. Sin embargo, el fenómeno jazz cobraba vida lentamente y el intento de las autoridades de aislar a la comunidad africana no surtía efecto. Los domingos en la plaza Congo se tornaron un espectáculo único en Estados Unidos y todo un fenómeno a lo largo del Misisipi que atraía a curiosos y amantes de la música. Los bailes y ritmos africanos continuaron evolucionando hasta las primeras brass bands a finales de siglo y la plaza se convirtió en el corazón de la ciudad. En la actualidad, el enclave es un lugar de paso obligado para cualquier visitante, pues sus adoquines presenciaron a leyendas del tamaño de Louis Armstrong o Sidney Bechet.
Para ampliar: Encyclopedia of slave resistance and rebellion, Junius P. Rodriguez, 2006
En el otro extremo del mapa y de carácter completamente opuesto se halla Maine, el estado con mayor densidad de población francófona del país —alrededor de un 5%—. Aunque ambos estados acumulan el número de francoestadounidenses más significativo de los Estados Unidos, las diferencias son evidentes: mientras que la sociedad de Luisiana se conjuga como un grupo heterogéneo de ascendencia blanca, afroamericana o hispana, Maine se sitúa en un 94% de población de origen caucásico. El estado no tiene idioma oficial, pero el inglés es el más hablado: más del 90% de los niños crecen con él como lengua materna. La pertenencia a la región de Nueva Inglaterra junto con Vermont, Nuevo Hampshire, Massachusetts, Rhode Island y Connecticut ha propiciado una cultura típicamente estadounidense con influencias europeas; ni su gastronomía ni su música u otras artes revelan su pasado como miembro de la antigua Acadia francesa.
Para ampliar: “Españoles en el mundo: Maine”, RTVE, 2017
Las dos caras del futuro francoestadounidense
La entrada de Luisiana en 2018 como miembro observador en la Organización Internacional de la Francofonía indica un resurgir de la identidad francesa de la sociedad criolla y cajún. En Nueva Orleans, pese al devastador paso del huracán Katrina en 2009, todavía se conservan edificios de arquitectura colonial y calles de nombre francés. El francés criollo cobra vida en las calles y se divulga en algunos locales dedicados a organizar grupos de conversación para practicar el idioma.
El Miércoles de Ceniza y los 40 días de ayuno —Cuaresma— del cristianismo católico y anglicano vienen precedidos por el Mardi Gras o ‘martes gordo’, también conocido como el carnaval de Nueva Orleans. Implementado por los exploradores franceses como elegantes bailes de máscaras, la festividad religiosa no tardó en adaptarse al misticismo nativo, africano y caribeño. Los cajunes, por su parte, reivindican su legado y mantienen viva su identidad étnica —fueron reconocidos por el Gobierno estadounidense en 1980— en las zonas rurales del estado. Entre 2007 y 2010 incluso fueron incluidos en los premios Grammy con el galardón a Mejor Álbum Zydeco o Cajún.
Echando un vistazo al pasado, la expedición que un día comenzó con Giovanni da Verrazzano no dio exactamente los frutos que pidió el rey Francisco I. Los viajes de Cartier tampoco reportaron oro o riquezas ni Champlain aseguró la Acadia. Incluso Napoleón aseguró que la venta de Luisiana no fue el mejor negocio de Francia. Sin embargo, tras siglos de mestizaje, perdura el savoir-faire que impregna algo tan sureño como un beignet neorleanés.
El legado de Francia en Estados Unidos fue publicado en El Orden Mundial - EOM.