Nadie de los presentes quedó indiferente ante las palabras, bien pronunciadas y medidas, del ponente Don Raúl Fourny de Jorge, que además de profesar se le da bien esto de filosofar y pensar sobre la realidad. O así me lo pareció, después de escuchar su conferencia, analítica en su naturaleza y reflexiva por su fondo. Lo más estimulante de su charla fue comprender la naturaleza creada, más bien, provocada, de una educación que desgraciadamente cada vez más se deja encasillar en el paradigma de la racionalidad económica. Su conferencia permitió entender el origen ontológico de esa concepción neoliberal que ve en la educación el escenario perfecto para extender su campo de acción y aplicación. Como pretendieran en su día los cientificistas radicales, para los que incluso cabía cuantificar lo vivencial y subjetivo, a fin de ejercer un control sobre ello, los neoliberales se afanan ahora en descubrir el leitmotiv de la acción humana desde el que legitimar una ética encaminada a la acumulación de capital. Ese leitmotiv es sin más el cálculo económico, que ve en la vida y todo cuanto la compone un motivo para generar riqueza y productividad. Desde este paradigma, la propia educación, en la que intervienen profesores, alumnos, recursos, actividades (escolares y extraescolares), afectos y sentimientos internos (cariño, respeto, admiración...), ha de cuantificarse y evaluarse teniendo presente los estándares impuestos por esta ética de la maximización de beneficio. La educación se convierte, ya desde su base familiar, en una actividad que ha de regirse según la lógica económica de la productividad y del cálculo.
Así, a la luz de la mirada de autores como Ludwig von Mises, el sistema económico sólo puede funcionar cuando los individuos son aptos para la forma de producir, y son aptos para producir cuando rigen sus acciones y decisiones según la racionalidad económica o la lógica del cálculo. Por tanto, la ética que debe imperar en la economía liberal no es una ética de contenidos, sino formal y, como tal, universalizable. Estamos ante lo que Nietzsche anticipó antes de su colapso en 1888: No es la victoria de la ciencia lo que caracteriza nuestro siglo XIX, sino la victoria del método científico sobre la ciencia; de modo que, si es preciso racionalizar todo con vistas a la obtención de ganancias y todo ha de seguir las pautas del método de conocimiento, éste acabará transformando el objeto de conocimiento, esto es, terminará por instrumentalizar la educación misma, pervirtiendo su naturaleza, yendo contra ella, contra el hombre mismo.
David Porcel