La comunicación no se restringe a la verbal, sino que se puede transmitir información con señales. Estas señales se han transmitido con instrumentos portátiles mucho antes de la existencia de los emojis, stickers y carcasas personalizadas. Cuando se creía que una mujer estaba mejor callada, un abanico podía transmitir sus gustos e ideas sin pronunciar una palabra.
A partir del siglo XV, los comerciantes portugueses trajeron abanicos de China y Japón, que sería la semilla para una floreciente industria en Portugal, España e Italia en el siglo XVII. Durante el siglo XVIII y XIX, se extendieron por el resto de Europa, usándose tanto en invierno como en verano, pues no solo servían para abanicarse, sino que eran usados en juegos de salón, propaganda a través de sus diseños, como ayudas mnemotécnicas con sus imágenes y textos o para flirtear. Entre sus usos, durante el siglo XIX se popularizó la idea del "telegrafo de las damas" o "semáforo sexual", que se habría originado en el siglo anterior o los precedentes. Esto se mostraría en la Inglaterra victoriana de El abanico de Lady Windermere (1892) de Oscar Wilde. Existían múltiples folletos que explicaban las señales y el origen del sistema, pero es por aquí donde la credibilidad de su existencia comienza a caer.
Un bulo con patas muy cortas
Como es habitual en los bulos, suelen aparecer múltiples versiones bastante parecidas entre sí, sin citarse o que aluden a fuentes inexistentes. Ese era el caso con los folletos, menciones y relatos al respecto del lenguaje secreto de los abanicos pretendían dar una descripción verosímil, inventándose una historia o malinterpretándola. En Alemania, Fr. o Fray Bartholomäus de Erfurt tradujo en 1895 un manual español de 1870 de Fenella, donde se explicaban los 50 movimientos. Casualmente, Fenella es el nombre de la protagonista muda de Masaniello, o La muda de Portici, una ópera estrenada exitosamente en París en 1828. Es un nombre muy adecuado para alguien que enseña a comunicarse con gestos. Casualmente, ese año empezaría su negocio en París el fabricante de abanicos Jean-Pierre Duvelleroy, quien en 1820 publicó un folleto sobre el lenguaje de los abanicos, lo que seguiría haciendo en las sucesivas décadas, publicándolos en otros países. ¿Es posible que Duvelleroy fuera Fenella? Aunque no hay pruebas al respecto, tampoco es improbable. Lo que sí es cierto es que existían sistemas de comunicación anteriores. En 1797, Charles Francis Badini publicó Fanology o Ladies Conversation Fan, mientras Robert Rowe publicó The Ladies Telegraph for Corresponding at a Distance en la misma década. Ambos tenían varias cosas en común. Los dos afirmaban que recogían un sistema ya existente, pero lo más importante es que ambos vendían abanicos. A diferencia de los gestos de Duvelleroy para transmitir mensajes concretos, tanto el sistema de Badini como el de Rowe transmitían las letras de una en una. El sistema de Badini transmitía un grupo distinto de letras según la posición del abanico, mientras el de Rowe tenía todo el alfabeto en las varillas.
Algunos manuales aludían a un artículo de 1711 del Spectator de Joseph Addison para mostrar la antigüedad de esta práctica. En el artículo, se hablaba de la apertura de una academia para el uso femenino del abanico, pero se trataba de una sátira para señalar que las mujeres con sus abanicos eran más letales que los hombres que entrenaban con sus espadas. También se decía que su autor descubrió el lenguaje secreto de los abanicos en España, aunque no hay testimonios de que visitara el país. Este artículo no es un caso aislado y, por entonces, Felix Nogaret, Charles Millon o John Gay hablaron paródicamente del abanico, sin generar ninguna sospecha de la existencia de un lenguaje secreto con él. El alemán Gottlieb Wilhelm Rabener fue el primero que habló de mujeres transmitiendo mensajes con el abanico, pero como un intento de interpretar su lenguaje corporal natural, no como una guía para decodificar sus mensajes.
Por último, cuando se hablan de las pruebas a favor de la existencia de este lenguaje secreto, fue común citar el diario de Cleone Knox. Este se presentaba como un diario del siglo XVIII que contaba las vivencias y los encuentros de su autora, citándose este peculiar lenguaje. Sin embargo, Magdalen King-Hall desveló que lo habría escrito sin pensar que nadie se fuera a creer que se trataba de un diario genuino.
Un lenguaje no codificado
La existencia de tal lenguaje adolecía de varios problemas debido a su naturaleza unidireccional. Se supone que servía para comunicarle a un hombre su interés o desinterés por él, entre otros mensajes. Sin embargo, en la comunicación es importante que el receptor entienda el código. Incluso de hacerlo, ¿cómo podían responder discretamente? ¿Tenían su propio sistema de comunicación secreto con la tabaquera o algún otro objeto propio de los hombres? De esta manera, se trata de un lenguaje sin un desarrollo orgánico nacido como parte de unas campañas publicitarias para vender más abanicos. No deja de ser similar al caso del tartán, adoptado por los escoseses como un patrón propio milenario, aunque ahora sea cuando ha cumplido dos siglos de antigüedad.
Esto no quiere decir que no se transmitieran mensajes con el abanico. Tanto en occidente como en oriente existía era un lenguaje corporal no codificado, espontáneo, subjetivo e individual, en el que participaba el abanico, junto con miradas, sonrisas...o su ausencia. En Europa, este lenguaje propio de cada uno de sus usuarios, generalmente mujeres, probablemente surgió tan pronto como se extendieron los abanicos. Además, en ambos extremos del Viejo Mundo se consideró al abanico como una extensión de la mano, que podía expresar tanto como esta. Por ello, en ambas regiones su uso ganó gran aceptación en el teatro y en la danza.
- Davies, H. (2019). Fanology: Hand-fans in the prehistory of mobile devices. Mobile Media & Communication, 7(3), 303-321.
- Biger, P. H. (2019). VRAIS ET FAUX LANGAGES DE L'ÉVENTAIL. European Fans in the 17th and 18th Centuries: Images, Accessories, and Instruments of Gesture, 23.