Mudo cuando le impones el silencio, elocuente cuando lo haces hablar, nadie es compañero como el libro.
El libro es un comensal que no te elogia de manera escandalosa, un amigo que no te soborna, un compañero que no te aburre, un deudor que no te reprocha continuamente los atrasos, un vecino que no te reclama favores todo el tiempo, un hombre que no trata de arrancarte los pensamientos más íntimos, que no se comporta contigo en forma desleal, que no te traiciona con hipocresías, que no te engaña con mentiras.
Un libro puede leerse en todos lados; hay libros escritos en todas las lenguas; a pesar de los intervalos que separan las épocas, a pesar de las distancias entre las metrópolis, el libro conserva su perennidad.
Si no existieran documentos escritos, si la historia profana y religiosa no estuviera consignada en los archivos, si los hikam (máximas, sentencias, apotegmas) no estuvieran confinados en los manuscritos, el imperio del olvido habría vencido al de la memoria.
Al-Yahiz (776-860), El libro de los animales