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Cuando el evangelista dijo aquello tan famoso de que en el principio fue el verbo, consiguió una de las mejores primeras frases de la literatura. Y a pesar de que ese logos se preste a diferentes interpretaciones, el hecho es que, para el ser humano, en el principio de todo siempre está la lengua, con sus verbos, sus adjetivos y sus conjunciones copulativas.
Aunque sé que haberlos haylos, y seguramente a patadas, no se me ocurren ahora muchos escritores que en su obra hayan jugado con la lengua hasta el punto de crear una nueva. Tenemos a Anthony Burgess, al que luego volveremos, que mezcló el vocabulario ruso y el inglés en su obra más conocida. Tenemos en Orwell, al que también, el concepto de la neolengua, si bien ésta, aparte de los grandes eslóganes del tipo "la guerra es la paz" y demás, no llega a desarrollarse en la novela. Suele ser más habitual que el autor no haga sino reflejar una variante de la lengua, como podía hacer Dickens con sus cockneys o Faulkner con el inglés de los negros americanos.
Se trata de un juego, éste de inventar lenguas, que, naturalmente, tiene sus límites. Éstos los suele imponer la paciencia del lector, que no siempre está dispuesto a seguirle el juego al autor, por lo cual la creatividad en ese sentido suele ser de corto alcance. Cuando uno se pasa, corre el riesgo de que le salga Finnegan's Wake.
La gran dificultad inicial, y también, en mi opinión, uno de los grandes atractivos de The book of Dave es la lengua. Aquí tenéis una muestra del mokni, la lengua creada por Will Self :
Naturalmente, no es todo el libro así, pero sí gran parte de los diálogos. En lo que concierne al vocabulario, divertidísimo por cierto, hay un glosario al final del libro, aunque yo recomiendo ir descubriendo el significado de los términos poco a poco y por uno mismo. En cualquier caso, por muy intimidatorio que pueda resultar esta lengua a primera vista, el mokni no es más que la transcripción fonética de una variante muy extendida del inglés, hablada en el sureste de Inglaterra y llamada "estuary English". Dentro del amplio espectro que engloba este inglés de estuario, el mokni (mock + Cockney) vendría a ser una variante más bien extrema, muy parecida al inglés hablado por Ali G, aunque sin los jamaicanismos de éste.
Ali G profundizando en el feminismo: "¿Quiénes son mejores, los hombres o las mujeres?"
Divertida distopía, diatriaba paranoica, The Book of Dave es, desde el primer momento, una inmensa burla. El tono bíblico del título nos remite a El libro de Daniel, de Ezequiel o de Mormón, con la diferencia de que Dave es un diminutivo. Imaginad un libro bíblico titulado El libro de Paco, y os haréis una idea de por dónde van los tiros.
El libro avanza a lo largo de dos narraciones en capítulos alternos. Una está situada en el futuro, un futuro post-apocalíptico, en el que la ciudad de Londres, tras haber sido anegada por las aguas, ha sido reconstruida y se llama ahora New London. Los protagonistas principales de la historia, sin embargo, viven en la pequeña isla de Ham, es decir, lo que un día fue Hampstead, y se les conoce como hamsters. Tanto en Ham como en el resto del reino se profesa el culto a Dave, del que no voy a revelar los detalles, pero sí diré que estamos en una sociedad rígida, oscurantista, fanatizada y violenta, donde tiene lugar una cruenta lucha entre diversas facciones heréticas e integristas. Pese a encontrarnos en el futuro, el apocalipsis nos ha hecho retroceder varios siglos. No hay electricidad, vivimos de lo que nos da la tierra, y para recolectar huevos de gaviota, nos desplazamos de isla en isla en hidropedal.
La otra narración transcurre durante las últimas décadas del pasado siglo, y nos cuenta la historia de Dave, un taxista de Londres malcasado con Michelle, a quien no inspira más que pena y asco. Dave considera que sus derechos sobre su hijo Carl son pisoteados desde el momento en que Michelle y él se separan, y cae en una terrible depresión. Empieza a tener serios problemas mentales, y en ese momento empieza a grabar sus desvaríos, paranoias y delirios de grandeza en unas láminas de metal con el fin de legarle su pensamiento, basado en el odio y el rencor, a su hijo. Esta parte de la historia, situada en el presente y con un lenguaje "normal" es, lógicamente, bastante más accesible que la otra. Sin embargo, los saltos adelante y atrás que da el autor se combinan de manera soberbia con la narración en el futuro para ocultar, revelar, intrigar y dejar pasmado a este lector. Y qué difícil es hacer eso a lo largo de 500 páginas.
Dave, un personaje megalómano, ridículo y bastante repulsivo, es una gran creación del autor. El lector recorre con él la ciudad en diferentes momentos de los 80, los 90 y los 00 (?), asiste a la gradual caída de este chalado a la locura más grotesca, y es testigo de cómo entre su mente paranoica, las conversaciones con los pasajeros del taxi y la fantasía del autor, se va forjando esa religión del futuro.
El libro de Davidcito (mi insatisfactoria traducción; Davidcito suena a diminutivo de niño; Dave, no) es absolutamente deslumbrante, y consigue eso que muchos autores intentan y pocos alcanzan: crear un mundo propio, un universo cerrado, complejo, surrealista a la vez que verosímil, perfectamente coherente (o casi; la verdad es que, por citar un ejemplo, la historia del matrimonio entre Dave y Michelle no llega a resultar convincente), en el que el lector, tras el arduo esfuerzo que ha supuesto entrar en él, que ha sido como abrir el inmenso portón de piedra de un templo gigantesco, se sienta ahora en una inmensa y desolada sala a dejarse llevar por la imaginación de Self, y de ahí no lo saca nadie.
Porque tan difícil como crear un universo deslumbrante, debe de ser para el escritor saber llevar a buen puerto a ese lector que a mitad del libro está ya encandilado, pero que ha realizado un esfuerzo agotador para llegar hasta allí. Así, en ese punto el lector se detiene y dice: "vale, me has dejado de piedra, cómo escribes, macho, pero ¿ahora qué? ¿Qué vas a hacer con esto?" Y Self, sin perder en ningún momento el control sobre la historia, nos sorprende todavía más y, en ocasiones, nos deja perplejos con su habilidad para hacer encajar todas las piezas. Y además, que no se me olvide, nos hace reír. En esta gigantesca burla de la religión, la ruta de un taxi, por ejemplo, se ha convertido en canto religioso; los sacerdotes se cubren de viejas matrículas de coche, a cuya interpretación se entregan los más sabios exégetas; y eso por no hablar de la forma que tienen de saludarse los hamsters.
La mayor crítica que se puede hacer a Davidcito, y que se le ha hecho, va dirigida a la que es precisamente su mayor virtud: su efectismo. Es evidente que Self se propone deslumbrar al lector, y algunos críticos le reprochan que, tras ese efectismo, el libro carece de la sustancia necesaria que recompense el esfuerzo. Suponiendo que esto último sea así, a mi juicio, un lector que ha estado enganchado y se ha divertido durante 500 páginas no necesita más recompensa ni más sustancia. Muchos autores se proponen deslumbrar y no lo consiguen, mientras otros (pienso por ejemplo en Heller con Trampa-22) han entrado en el canon gracias a libros repetitivos y muchos menos sustanciosos y divertidos que éste. No ha lugar la crítica. ¡Pum!
Huelga decir que Davidcito nos remite a algunas de las grandes distopías de la literatura. Es difícil, en primer lugar, no ver en el libro ecos de Rebelión en la granja. Es inevitable, al enfrentarse al vocabulario inventado por Self, pensar en el lenguaje creado por la violenta pandilla de La Naranja mecánica. El escenario, así como la crueldad, de esa sociedad nos puede recordar a El señor de las moscas. Pero sobre todo, y aunque no he encontrado en las reseñas de este libro ninguna referencia a El mito del eterno retorno, este libro me ha hecho pensar constantemente en esa gran obra de Mircea Eliade. En ese librito tan breve como fascinante, el genial rumano profundizaba en el significado del rito y de la ceremonia como herramienta para revivir la era mítica. Como creo que ya ha quedado claro, Self, con su retrato de una religión que ha ritualizado los actos más banales de la vida de su fundador, se pitorrea de ritos, ceremonias y demás actos vacuos sacralizados por un irreflexivo fanatismo, valga la repugnancia. También hay, es evidente, una reflexión sobre el origen y la validez moral de las doctrinas religiosas, así como un irreverente paralelismo con el Antiguo y el Nuevo Testamento. Y Self, gracias al poder de la imaginación y el sentido del humor, consigue todo esto sin caer en polémicas, ofensas ni blasfemias.
El retrato más icónico de Eliade
Cualquiera que haya pasado más de dos semanas seguidas en Inglaterra conocerá a Will Self. Este interesantísimo personaje escribe desde hace años artículos para los periódicos más prestigiosos, y es invitado habitual a programas de televisión de todo tipo. Es la prueba viviente de que, cuando se tiene talento, inteligencia y coherencia, uno puede salir por la tele sin convertirse en eso que algunos tanto odiamos: un "escritor mediático". En el caso de Self, mantener la dignidad es aún más difícil, porque el tío, para ser sinceros, no cae bien. Es más, parece ser una de esas personas que cultivan su antipatía (lo cual, a su vez, hace que a mí me caiga de puta madre). Aquí lo podéis ver en una especie de duelo con Paul Merton, un presentador genial, pero tan arrogante como Self y posiblemente más ingenioso.
Room 101. Los invitados confinan a la orwelliana habitación sus fobias personalesEsa habilidad para caer mal se debe, como digo, a su evidente arrogancia, que a veces lo lleva incluso a los malos modos (en un momento de la segunda parte de Room 101, el duelo con Merton echa chispas). El físico no le ayuda, y recientemente fue detenido por la policía bajo sospecha de pederastia cuando se encontraba paseando... con su hijo. Self, a quien un psicólogo informó de que tiene una personalidad esquizoide, ha vivido una vida al límite. A los nueve años, aparte de un lector voraz, era un niño inseguro y confundido, que se hacía quemaduras con cigarrillos y se cortaba con cuchillos; a los doce años estaba tan enganchado a Ballard y Philip K. Dick como a la marihuana; y a los dieciocho era ya un heroinómano hecho y derecho. En 1997, el periódico The Observer lo envió a cubrir la campaña de John Major, y poco después tuvo que despedirlo cuando lo pillaron dándose un chute en el avión del Primer Ministro. ¿No os parece sencillamente admirable?
De Self apenas se han publicado en nuestro país cuatro libros que no han tenido mucho éxito. Sigue siendo, pues, pese a los esfuerzos de Anagrama, un autor para nosotros prácticamente desconocido. No obstante, dado que su última novela, Umbrella, fue finalista del Man Booker Prize en 2012, no sería del todo descabellado que lo tradujeran. Si es así, tengo ganas de ver quién es el traductor que se atreve con The book of Dave.