Revista Libros
Nueva edición de este clásico imperecedero, en esta ocasión con encuadernación de lujo e ilustraciones (modernas, salvajes e impecables) de Gabriel Pacheco. Un nuevo título para la colección de Sexto Piso Ilustrado, que está a la altura de los libros anteriores y que es igual de recomendable para niños, o adultos de alma indomable.
No es casualidad que “El libro de la selva” vuelva a ser noticia, a pesar de datar de 1894. Se trata de uno de esos libros inmortales que, inagotables, siguen fabricando lectores a través de generaciones. Mowgli, el niño rana, es el encargado de adentrarse con el lector en la selva y, una vez allí, le esperan sus habitantes y salvajes aventuras.
Bienvenidos a la selva
La narrativa de Kipling introduce al lector con delicadeza hasta el mismísimo corazón de la selva, un lugar mágico y oscuro donde el hombre todavía no ha sido capaz de imponer su voluntad a las bestias que lo habitan. Un lugar en el que impera la ley del más fuerte, donde uno debe comer para evitar ser comido. Es allí, lejos de cualquier rastro de civilización donde, por azares del destino, llega Mowgli siendo todavía un niño tan pequeño que aún se mueve a cuatro patas.
Los lobos le acogen y le ofrecen sus cuidados y el calor de su guarida, y su educación corre a cargo de Baloo, un oso viejo que enseña al niño todo lo que debe aprender a fuerza de golpes, a pesar de erigirse como su protector y su guía. La naturaleza diferente de Mowgli con respecto al resto de bestias que habitan la selva, hace que deba buscar la compañía de los hombres, sus semejantes, con el paso de los años. Sin embargo, el hecho de haberse criado entre animales ha convertido a Mowgli en algo muy parecido a ellos, de modo que también ha perdido su sitio entre los hombres. ¿Qué hará Mowgli, solo, abandonado a su suerte en el límite de la selva? ¿Hacia dónde dirigirse, cuando los dos mundos que conoces te son vedados?
No sólo Mowgli
La ya mítica historia de Mowgli siempre se identifica con el Libro de la Selva como tal, pero hay que aclarar que este libro consta de más relatos protagonizados por animales salvajes en los que Mowgli no aparece. La culpa de esta identificación errónea, o incompleta, la tiene sin lugar a dudas la factoría Disney (como también sucede en el caso de muchas otras novelas infantiles o juveniles que han sido adaptadas por ella), que lleva años convirtiendo historias clásicas en películas que proyectar en la gran pantalla, haciendo que el imaginario colectivo asimile tales adaptaciones como los cuentos de los que provienen.
Uno consume estos productos siendo niño y, si tiene suerte, luego descubre las fuentes originales de que proceden, y se da cuenta de que la visión idealizada y colorida que hacen de los cuentos dista mucho de las fuentes en las que se ha basado. Y que el producto que venden es artificial y engañoso como lo es un restaurante de comida rápida frente a los productos de una huerta bien cuidada en algún lugar del norte.
Procurar a los niños los cuentos y películas de Disney para su educación y entretenimiento de poco les servirá frente a las crueldades que la vida les depara: todo lo contrario sucede cuando el alma de los más pequeños se nutre desde el principio con los relatos puros e impecables de los autores de la talla de Kipling, tejedores de sueños y artífices de almas nuevas.
La visión que se tiene de este libro, debido a todos esos álbumes ilustrados y películas que comentaba, es ideal, tierna y colorida: sin embargo, Kipling relata los hechos de una forma mucho más brutal y descarnada, lo que no quiere decir que deje de ser recomendable para un público muy joven. Simplemente, relata la fiereza de la vida en la selva de un modo realista que no resta elegancia ni solemnidad al relato.
Pero en este libro, como decimos, no sólo encontraremos localizaciones selváticas: por citar sólo un ejemplo, Kipling también nos hace viajar hasta las estepas polares para que sintamos en nuestra piel el mismo frío que abraza a las tan injustamente maltratadas focas, y que de esa forma aprendamos a sentir físicamente, a través de la literatura, la caricia húmeda del agua y el aliento fresco del viento.
Rudyard Kipling
Los cuentos de Rudyard Kipling llevan fabricando lectores desde hace varias generaciones. La lectura que ofrece es de tan buena calidad y lleva a lugares tan poderosamente atrayentes que hace de la lectura una actividad de la que enamorarse irremediablemente desde las edades más jóvenes.
Su forma de narrar está a la altura y es semejante a la de otros escritores como Michael Ende (“La historia interminable”, “Momo”, “La prisión de la libertad”, etc.) o Emilio Salgari (“El corsario negro”, “Sandokán”, “Los misterios de la jungla negra”, etc.), que también se dirigían a un público joven y plagaban sus relatos de aventuras. Leyendo con atención, casi podemos escuchar la voz de quien nos está hablando: así de presente se encuentra la tradición oral en los relatos de este magnífico escritor, y ése es uno de los motivos por los que la cadencia de sus frases posee tan hipnótico encanto.
Sujétense con fuerza a esta liana, aprovechen la ocasión que Sexto Piso les pone en suculenta bandeja, aliméntense de sueños, aprendan la ley de la selva. Recuerden... el sabor de la sangre.
Publicado originalmente en El Mar de Tinta.