Comencé a leer “El hilo rojo” de Ann Hood hace unos tres años y lo he terminado ahora. Cuando lo comencé el momento en el que mi vida se encontraba era demasiado delicado en ciertos aspectos comunes con su argumento como para poder disfrutarlo. Es más, era casi una tortura. Así que cuando llevaba unas 20 páginas y con frustración porque veía que podía gustarme decidí apartarlo, reservarlo.
Tres años después y con una vida muy diferente a la del primer momento en que lo abrí, supe que había llegado el momento de darle una segunda oportunidad. No me equivoqué.
“El hilo rojo” presenta dos escenarios paralelos. Por un lado, situado en Estados Unidos, cuenta la historia de una agencia de adopción y las familias que en ella están viviendo los pasos para adoptar niñas chinas. En el lado contrario, nos cuenta las diferentes situaciones que han llevado a los padres biológicos de esas niñas a separarse de ellas.Basándose en una leyenda china del mismo nombre que su título (según una creencia oriental milenaria, desde nuestro nacimiento un hilo rojo nos conecta con aquellas personas destinadas a ser importantes en nuestra vida, como nuestros hijos), “El hilo rojo” nos adentra en las ilusiones y los miedos, la frustración y la alegría, la esperanza y el desconsuelo al que se ven sometidos tantos padres antes de tener entre sus brazos a sus hijos, procedan de donde procedan.
El hecho de que “El hilo rojo” narre el proceso por el que pasan sus personajes es solo el motivo argumental por el que el libro te invita a seguir leyendo. De soslayo en la parte americana nos encontramos con varias historias a medias, que nunca se cuentan del todo pero que están presentes condicionando los actos de los personajes: el pasado de Maya, directora de la agencia, y que es un fantasma que la acompaña a lo largo de todo el libro; la culpabilidad de Susannah o el miedo de Theo, por poner algunos ejemplos.
En la parte oriental nos adentra en la injusticia y la crueldad, el dolor de una separación, el asumir responsabilidades o en el tomar decisiones a veces insufribles a través de los padres de las niñas chinas destinadas desde su nacimiento a una vida muy lejos de donde vieron la luz por primera vez. Nos presenta una variedad de historias donde la autora nos muestra que, pese a ambientarse en una tierra con un alto número de niñas abandonadas, hay muchos y variados motivos para que unos padres decidan separarse de sus bebes, siendo, es verdad, en la mayoría de los casos razones injustificables y absurdas, aunque no por ello se olvida de aquellos casos en los que los progenitores anteponen el bienestar de sus hijos aun cuando eso signifique para ellos la tristeza más intensa.
“El hilo rojo” es un libro sentimental pero real, ambientando en un contexto que la autora conoce bien: tres años después de la muerte de su hija biológica adoptó a una niña china. Por ello seguramente no solo las situaciones y el proceso de adopción resulta tan creíble si no que los sentimientos son tangibles, cercanos, propios, y hacen que a lo largo del libro no puedas evitar emocionarte hasta el punto de las lagrimas (en mi caso muchas, lo reconozco).
No es un libro este recomendable para todo el mundo, lo reconozco. Una historia sensible, sin grandes sorpresas destacables, con mucho sentimiento, tanto que muchos considerarán “moñas”. Este libro entra dentro de la lista de aquellas lecturas destinadas a personas muy concretas, no solo a aquellas que están viviendo dificultades para ser padres, que lo doy por hecho y lo recomiendo incansablemente, si no a aquellas que quieren leer sintiendo, una lectura desde el fondo de las tripas.
Esta novela podría resultar un drama sin ningún otro aliciente, una serie de historias sensibles con un fondo duro. Sin embargo tiene algo que la convierte en algo más, algo parecido a un libro de autoayuda sin consejos directos (yo tan reacia a estos libros lo agradezco), a un viaje a los sentimientos más profundos. Diría que ese algo más es la dulzura que se desprende, y es dificil de explicar para que se entienda bien, pero al leerlo y ahora después de haberlo “rumiado” un tiempo, tengo la sensación de saber que Ann Hood lo escribió de verdad, vaciándose, poniendo en cada palabra su historia para, seguramente, intentar dar esperanza y transmitir que todo pasa por algo, hasta aquellos momentos donde solo vemos oscuridad.