Tal día como hoy, pero diez años atrás, los felices años aznarianos ponían fecha de vencimiento al periplo de su mandato. El lienzo de las Azores inmortalizó para los espectadores del ahora, un punto de inflexión entre las "montañas lejanas del Medio Oriente" y los odios candentes de Occidente. Las heridas del 11-S sirvieron al inquilino de la Casa Blanca para aplicar la Ley de Talión a los supuestos enemigos. La hipótesis acerca de la existencia de armas de destrucción masiva, por parte de Sadam Husein, y sus presuntas conexiones con Al Qaeda, le vinieron como anillo al dedo, al trío neoliberal para masacrar a un pueblo sin la evidencia de la prueba. La acción – reacción de la hecatombe se vistió de venganza a los doce meses de la invasión injustificada. El 11-M, aunque la teoría de la conspiración niegue la mayor, fue la prueba del despecho de Medio Oriente hacia las naciones de las Azores. Los atentados de Atocha fueron la peor herencia recibida que nos dejaron los populares. La foto de Aznar nos costó a los españoles el recuerdo crónico de una muerte anunciada. La nefasta gestión de la tragedia en las vísperas electorales, hizo que el discípulo de José María tuviese que esperar ocho años para pisar la Moncloa. Hoy, recordamos para la Crítica: la primera piedra que manchó para siempre el broche de la Derecha en la solapa democrática.
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