Revista Cine

El Llanero Solitario

Publicado el 26 agosto 2013 por José Angel Barrueco
El Llanero Solitario
Ya lo escribí en Twitter la semana pasada: El Llanero Solitario (versión 2013: Gore Verbinski + Johnny Depp + Jerry Bruckheimer) es una película excesiva, disparatada, locuela, entretenida, al más puro estilo Bruckheimer pero sin abandonar el sello de identidad característico de Verbinski (ese toque popular que mezcla con acierto la comedia y la aventura, el espectáculo y la parodia, y que incluye algunos guiños a títulos de culto). Un filme denostado sin otra razón que los varapalos que le dio la prensa americana por su exceso de presupuesto y por los problemas de su rodaje. Pero vayamos por partes. Gore Verbinksi sabe que recuperar algunos géneros o algunos personajes es tarea difícil cuando esos géneros o esos personajes ya cotizan a la baja y no gozan del fervor popular. Cuando hizo Piratas del Caribe, ese género estaba muerto y enterrado, y sólo algunos proyectos rodados con cuentagotas nos devolvían la ilusión por dicha temática (Piratas, La isla de las cabezas cortadas…); de ahí que el estilo primordial fuese la comedia, la parodia. Cuando un género está tan olvidado, o bien optas por una obra maestra seria (caso de Eastwood y Sin perdón) o bien te lanzas de cabeza a un espectáculo cómico (caso de Reiner y La princesa prometida): en ambos casos, y si el director es hábil, el culto está asegurado. Por eso es tan importante la frase que muchos personajes pronuncian cuando ven al Llanero (encarnado por Armie Hammer): “¿A qué viene el antifaz?”; frase con la que ya nos están anunciando que un tipo como El Llanero Solitario está desfasado para estos tiempos, y que es difícil tomarse en serio a alguien que lleva sólo un antifaz (en lugar de una máscara o una barba falsa o una capucha). Ése es el primer punto importante de la película: nos anuncia que no se toma en serio a sí mismo, pero al mismo tiempo está recuperando y revalorizando un género.
El Llanero Solitario es un filme muy próximo en intenciones y resultados a Regreso al futuro III: incluso el delirante clímax transcurre en un tren (mejor dicho: en dos trenes; y también el principio transcurre en un tren), como ocurría en la peli de Zemeckis. Recuerda a esa secuela por su combinación de western, comedia y aventuras con un toque fantástico (si en aquella el toque fantástico provenía de los viajes en el tiempo, aquí no faltan las alusiones a los hombres que regresan de la muerte). Sin embargo, Verbinski incluye algunos guiños a realizadores como Sergio Leone (y Zemeckis también lo hizo), lo que hace las delicias de los cinéfilos: véase el inicio, con esos tipos vestidos con guardapolvos que esperan en una estación de tren para atrapar a un forajido, y que es un homenaje al principio de Hasta que llegó su hora; o ese momento en el que una mujer, en una cabaña en mitad de la pradera, va a por agua de un pozo, y las aves levantan el vuelo cuando los villanos se aproximan a la casa, también muy parecido a los minutos previos a la matanza de la familia de Hasta que llegó su hora. Sin olvidarnos de John Ford y ese impactante plano secuencia de los créditos finales, que muestra la elegancia clásica de Monument Valley. Como apuntaba al principio, se trata de una película excesiva y delirante. Delirante porque en ella todo es delirio y locura y cachondeo: el jinete que cabalga encima de un tren, el caballo que aparece subido en los árboles y en los tejados, los conejos caníbales de aspecto terrorífico, la prostituta con una pierna de marfil reconvertida en escopeta (a lo Planet Terror), el forajido que se come las vísceras de sus enemigos, los homenajes a Buster Keaton (en la interpretación de Depp), las proezas que unos y otros logran realizar cuando están subidos a los trenes… Excesiva porque a menudo se les va la olla a sus responsables, como suele ocurrir en los filmes apadrinados por Bruckheimer; porque a veces le sobra metraje, especialmente hacia la mitad de la película; y excesiva por la acumulación de gags, locuras y momentos menos logrados o carentes de solvencia.
Algunos críticos españoles la han defendido, por fortuna, y suelen preferir el clímax. Pero yo me quedo con la primera media hora, que es donde se pone en marcha la maquinaria de la mentira (ese Tonto envejecido que empieza a contarle historias a un niño, y que no sabemos si son verdaderas o falsas, pero en cualquier caso pertenecen a un territorio en el que esa diferencia no es esencial: el cine) y donde la planificación, basada en Leone, es una maravilla, con los tipos sucios y polvorientos que aguardan la llegada del tren. Es, además, un filme circular: empieza a lo loco en un tren y termina aún más a lo loco en dos trenes, haciéndonos creer que el más difícil todavía no es imposible. Ahora los espectadores que se dejan llevar por lo que dicen los medios, y en especial la prensa yanqui, la denostan y la machacan (como sucedió con Waterworld, una peli que, por cierto, no está nada mal en su género), pero pronto será de culto. A mí me gusta el cine de Verbinski, lo reconozco, que “disneyza” los géneros (Piratas…, The Mexican, El Llanero…), pero que siempre dignifica el género y además lo resucita, y suele apostar por el valor de las leyendas y el poder de la narrativa. El Llanero Solitario está a mil millas de ser perfecta, pero es digna, y además, ¿qué esperaban de un producto Bruckheimer?
El Llanero Solitario

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