Leyendo el romance de "La loba parda", que a primeros de la década de los ochenta recitaba el vecino de Osorno, Emiliano Melendro a Joaquin Díaz, me vienen a la memoria algunas historias que me contaron más arriba. Al tío Antonio le mataron los lobos un burro en la Vega de Arriba. "Déjale que se joda -decía-, que así aprende para otra vez". Mis padres me contaron hace poco que en Olleros una yegua nunca llegaba a casa. Le salían al encuentro los lobos y al animal le servíade parapeto un gran espino. Cansado el dueño de su desobediencia, ignorando que aquel matorro era su vida, lo cortó y una noche la comieron los lobos.
Estos años de atrás, los pastores trashumantes culparon a los lobos de haberles matado cien ovejas en la Sierra de Brañosera y Faustino Varona contaba en una de sus últimas crónicas desde Valderredible, cómo se organizaron batidas en octubre abarcando toda la Sierra Salvada sin haber logrado los vecinos objetivo alguno. Dice nuestro cronista que el pastor de Lantero fue muy explícito al respecto: "sin rezar no cazamos al lobo".
El tío Basilio, de Areños, suegro de mi padrino, que hacía portes de patatas para Potes y Asturias con una furgoneta que le costó cuarenta y ocho euros (lo perdió todo durante la guerra estableciéndose en Liébana), le tomaba el pelo a Bernardino, ganadero del mismo pueblo: "lobos que andáis por el monte con la boca abría y el rabo escondío, coméile las cabras al tío Bernardino". Y un día se las comieron.
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De la serie "Vuelta a los orígenes", en Diario Palentino.
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