¡Hay que comerse el mundo! Y DiCaprio lo hace literalmente en el último trabajo de Martin Scorsese. Se lo come, devora, traga, esnifa, folla, engaña, ríe, disfruta... DiCaprio en lo hace todo, y lo hace de matrícula de honor. No sé si llevará el Oscar por este papel, el Globo de oro ya está en su poder, pero no importa, porque lo que de verdad hay que mirar y guardar, es el asombro derroche de humor y dramatismo con el que dota a su personaje. Con lo que hay que quedarse, es con el actorazo que es y lleva dentro. ¡Magistral! ¡Sublime! ¡Fantástico! Tenía que reventar sus aptitudes, si no lo había hecho ya, y aquí nos regala un trabajo que difícilmente se podrá olvidar.
Pero la culpa de que esta película de Scorsese tan dramática/humorística llegue hasta las arrugas más lejanas de nuestro cuerpo y saque todo aburrimiento o tristeza que en el halle, no es sólo de Leonardo. Habría que sacar a la pared de culpables al propio Martin Scorsese, por dirigir con elegancia y absoluta maestría una de las películas del año; a Jonah Hill (un fuera de serie), P.J Byrne, Kenneth Choi, Brian Sacca, Henry Zebrowski, Ethan Suplee, Jon Bernthal o Rob Reiner como compañeros de trabajo, amigos, familia... por formar la otra parte que todo reloj suizo necesita para funcionar con total precisión. Porque las cosas como son, DiCaprio está de escándalo, pero el resto de reparto, el guión, hecho por Terence Winter, basándose en el libro de Jordan Belfort -el origen de todo- y Scorsese, realizan unas de sus mejores partidas al póker en tiempo. Es como si hubieran dado vida y muerte por este trabajo, dejándose hasta la última gota de placer por un glorioso filme que los mantendrá vivos por lustros.
El lobo de Wall Street narra la dramática -y jocosa- historia basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). Corredor que, junto a sus felices colegas, amasaron una descomunal fortuna estafando millones de dólares a inversores. La película sigue la alucinante transformación de Jordan Belfort, desde que era un hombre honrado recién llegado a Wall Street hasta convertirse en un auténtico forajido de las acciones. Después de aglutinar una enorme fortuna en un tiempo récord, Jordan se la gasta de la forma más absurda en mujeres, tranquilizantes, cocaína, coches, su esposa (una supermodelo, Margot Robbie) y un deseo ilimitado de poseerlo todo.
Dos horas y media de auténtico desenfreno cinematográfico. Diversión y locura dentro y fuera de la pantalla. Scorsese logra la mezcla perfecta, es más, diría que da con una nueva sustancia, insuflando al espectador altas dosis de entretenimiento con las que queda enganchado y maravillado. Ya no sólo es el elenco actoral, Martin hace un despliegue visual y técnico a la altura de lo que es, un maestro, demostrando que los viejos zorros tienen ese apodo por algún motivo (lo de zorro se lo acabo yo de poner por el famoso cuento). Son muchas las secuencias o momentos, risas o sentimientos a lo largo del filme con las que babear. Mejor verla y abrumarse.
Otro de los grandes aciertos de esta cinta es su música o esos trocitos que nos regalan los protagonistas cantando ellos mismos, bien dándose golpes en el pecho, bien en algún momento de subidón o puestazo. Perfecta combinación para hacernos más pupa aún dentro de nuestro destrozado, y a merced de ellos, corazón.
Termino plasmando dos de los momentos más tronchantes y deliciosos que yo recuerde en el cine: el viaje en avión a Ginebra, donde la toman con las azafatas; y cuando Jordan Belfort (DiCaprio) y Donnie (Hill) toman las pasadas pastillas Lemmons 714. Sólo apuntaré que es algo que roza o supera la supremacía interpretativa, y con planos y secuencias de órdago.
Probablemente sea la película del año, o puede que no, pero de lo que estoy seguro es que aquí, en El Lobo de Wall Street, los planetas se han alineado para hacernos disfrutar sin medias tintas de una joya de principio a fin. Bravo por Scorsese, Winter y DiCaprio principalmente.