Revista Cine
A principios de los 90, un joven y talentoso broker llamado Jordan Belfort fundó una agencia de valores que consiguió, en muy pocos años, colocarse en los primeros puestos de transacción de acciones en la bolsa de Nueva York (llegó a mover un billón de dólares anual). Belfort desvió grandes cantidades de dinero en operaciones ilícitas que pronto captaron la atención de las autoridades federales. En 1998, el FBI le procesó por cargos de fraude y blanqueo de dinero. Se calcula que la cifra global desfalcada a los inversores se elevó a 200 millones de dólares.
Las excentricidades de Belfort en su época dorada parecían no tener fin, al igual que las poderosas adicciones a todo tipo de drogas. Cuando fue condenado, solo pudo resarcir al Gobierno la mitad de la cantidad desfalcada. Trató de cooperar con el FBI filtrando información y eso le permitió cumplir una única condena de 22 meses.
Tal como suele suceder en multitud de ocasiones, Jordan Belfort salió de prisión aparentemente reformado y ansiando dar testimonio de sus fechorías en una serie de libros superventas. Sus dos obras autobiográficas (The Wolf of Wall Street y Catching the Wolf of Wall Street) han sido la base sobre la cual Terence Winter, galardonado escritor y showrunner en grandes series como Los Soprano y Boardwalk Empire, ha hilvanado un guión largo y tempestuoso que Martin Scorsese se ha encargado de trasladar a la gran pantalla.
The Wolf of Wall Street significa la quinta colaboración Scorsese-Di Caprio tras Gangs of New York, El Aviador, Infiltrados, y Shutter Island. Entre ambos existe una conexión especial que se engrandece cada vez más. Esta asociación con uno de los grandes de la historia provoca que las interpretaciones del actor sigan creciendo en calidad.
El nuevo film demuestra que Scorsese sigue en plena forma. Su entusiasmo y brillantez en la técnica de rodaje son claramente patentes en una película en la que el realizador neoyorkino demuestra su dominio en toda clase de planos. Hay travellings, movimientos de cámara circulares, planos en grúa, escenas en formato televisivo, e incluso se utilizan efectos digitales para la recreación de un par de secuencias. Scorsese lo controla todo y configura una película técnicamente brillante en cuanto a la planificación de filmación.
Leonardo Di Caprio, co-productor de la cinta junto a Scorsese, está absolutamente brillante en el papel del desarbolado Jordan Belfort. Dispone de momentos brillantísimos en los que destaca tanto en la expresión gestual como corporal. Pero más allá de esto, que no es poco, considero que este film es un brutal despropósito.
Esta antología del exceso, del más absoluto desfase en cuanto a la expresión de la drogadicción y el sexo, acabó provocando un rotundo sopor en quien esto escribe. Más allá de un mensaje inicial de denuncia de la especulación financiera y bursátil como base del enriquecimiento de varias agencias de valores, no hay nada más en la película que sea verdaderamente interesante. A partir del fin de la colaboración entre Belfort y su mentor, Mark Hanna (excelente Matthew McConaughey), asistimos a un constante espectáculo de fiestas, abusos de sustancias a nivel estratosférico, y otras depravaciones que convertirían a Christian Grey en un modesto aprendiz. El contenido de este film falla por completo según mi opinión. No se puede mantener la tensión narrativa de una película, de tres horas de duración, sobre una base tan endeble.
Todo este festín de orgías y adicciones se mantendría si estuviera más encajado en el argumento desde el punto de vista de la justificación del mismo. Si las sucesivas escenas condujeran a un desarrollo efectivo de la trama, aportando mayores contrastes a los personajes, podría funcionar. Pero la impresión es exactamente la contraria. La insistencia en retratar un estilo de vida desaforado para divertir a la audiencia es más que evidente, pero no hace crecer a la película sino que la minimiza. En el guión de "The Wolf..." no reconozco el talento indiscutible mostrado hasta ahora por Terence Winter. Y me parece increíble que haya escrito un libreto cuyas dos terceras partes se asemejan a capítulos de una serie sensacionalista con cero profundidad y cero análisis de personajes.
En las películas anteriores de Scorsese, que trataban sobre mundos al margen de la ley, la trama y las actividades de los personajes caminaban juntas para crear una sinfonía de acordes perfectos. En este caso, lo que tenemos es una introducción que moviliza y atrae para, en media hora, romper el esquema e iniciar una sucesión de escenas bizarras que podrían ser completamente obviadas hasta llegar a la resolución final. Solo salvo, de la parte central de la película, la secuencia en la que Di Caprio y el agente del FBI, interpretado por Kyle Chandler, hablan en el mega-yate Naomi. El resto me aparece absolutamente eludible y grotesco. Es un espectáculo sin sentido, un fuego vacuo.
La conclusión del film, aunque recupera el temple, transcurre por terrenos nada originales. Tampoco supone una gran aportación en una cinta que debía romper esquemas como en su día consiguió Scorsese con la magistral Uno de los Nuestros (GoodFellas, 1990).
Después de haber rodado Hugo, un film blanco y apto para todos los públicos, da la sensación que Scorsese ha intentado volver al relato contundente aunque se ha quedado en el exhibicionismo puro. A la previsibilidad del argumento, cuyo arco narrativo ya conocemos sobradamente, se le añade una apuesta por la expresión de una sordidez escatológica que, en ocasiones, recuerda al cine de John Waters.
Yo no soy retrógado ni mojigato en el tema moral. Los que me conocen y me leen lo saben perfectamente. No me escandalizo fácilmente y tengo mucho margen de aceptación. Pero lo que no concibo es que se haya creado una película de gran formato para llenarla de intrascendencia en la mayor parte del metraje. Si no hay justificación argumental a mi no me sirven determinadas escenas. Y ver como Di Caprio liga, folla, se droga, y pierde el control de sus extremidades, no me divierte ni emociona cuando una y otra vez no hay trama potente que lo una todo y que realmente te movilice ante lo que estás viendo.
Esta película crea un festín de la nada y su desarrollo transcurre por los cauces de la exageración sin sentido. Romper la cuarta pared y que el protagonista se dirija al público en varias ocasiones es lo único que la asemeja a Uno de los Nuestros, película con la que se la ha pretendido comparar. Pero GoodFellas es una obra maestra y está a años luz de esta propuesta en todos los aspectos.