El lobo de Whitechapel de I. Biggi, no es una novela más sobre el célebre caso de Jack el Destripador (el asesino en serie que tuvo en vilo a la sociedad londinense en 1888), sino un libro sobre la investigación policial llevada a cabo en esta época con una arriesgada teoría que el autor nos presenta acerca de la identidad de este criminal que, más de un siglo después, sigue siendo todo un misterio. Con una buena carga de tensión, tintes de novela negra, recreación de sangrientos escenarios y, lo que más me ha llamado la atención, un minuicioso examen psicológico de los principales personajes, Biggi logra componer una historia que se disfruta de principio a fin. ¿Te vienes a deambular por las calles del lúgubre Londres de finales del siglo XIX?
Sobre Jack el Destripador poco tengo yo que decir, puesto que este tema que ha trascendido el territorio británico para asombrar y horrorizar a la población mundial, ha sido pasto de innumerables obras de la literatura, películas, teorías y un sinfín de elementos de la cultura popular. Así que toca centrarse en el peculiar enfoque y tratamiento que el escritor I. Biggi hace sobre estos convulsos acontecimientos en El lobo de Whitechapel, donde recrea cada uno de los asesinatos de las prostitutas del mísero distrito de Whitechapel, los cuales cobran relevancia social por ser los primeros crímenes en tener una repercusión mediática (sobre todo en los periódicos locales de corte sensacionalista). La agitación que provocan estos crímenes en la población, unido a otras revueltas del pasado, pone en el punto de mira al gobierno británico que, preocupado a todas luces, decide presionar a la policía para que se investiguen estos homicidios y descuartizamientos. Por si fuera poco, como suele decirse, con la Iglesia hemos topado, y el eco de esta agitada situación llega hasta el cardenal Patrizi en el Vaticano, quien tiene determinados intereses personales en que el malestar londinense no siga escalando.
Así, el relato de Biggi se centra en varios focos, de los cuales quiero resaltar los que más me han gustado:
Por una parte, el autor nos presenta a las víctimas de Jack el Destripador, de las que conocemos siempre sus nombres, sus pasados y los motivos por los que han acabado vendiendo sus cuerpos en las miserables calles de East End. Normalmente alcoholizadas y maltratadas por la vida, destinan su existencia a sobrevivir un día más, como gran parte de la gente que conformaba la clase más desprotegida de la población londinense. Así, las mujeres asesinadas de pronto tienen una identidad y el lector puede sentir de manera más personal sus horribles finales.
Por otro lado, vamos a asistir a las andanzas del asesino, primero de una manera un tanto desconcertante para ir luego atando cabos y comprendiendo conforme avanza la narración. Para estas escenas hay que tener estómago, porque las salvajes matanzas están retratadas con todo lujo de detalle sin olvidar los degollamientos, mutilaciones y sangrientas vejaciones que el criminal llevaba a cabo con deleite. Nuestro peculiar Jack el Destripador queda perfectamente perfilado. Conoceremos poco a poco sus motivaciones, sentimientos y pensamientos más íntimos. Da mal rollo, sí, pero también mola lo suyo.
Además, tenemos toda la parte de la investigación criminal en la que se nota la documentación del autor acerca del caso, porque vemos a los principales responsables de esclarecerlo, sus modos de actuar, las pistas falsas que van siguiendo, las innumerables cartas que reciben, las entrevistas a los testigos, los enfrentamientos con la prensa y los quebraderos de cabeza continuos. Porque los sospechosos son muchos, y las diferentes hipótesis señalan a un posible cirujano, un carnicero, un marinero… sin obviar a figuras más célebres como el príncipe inglés o el escritor Lewis Carroll. Y no olvidemos que, de fondo, siempre están los poderosos moviendo los hilos y dictando qué líneas seguir o cuáles ignorar…
Y es que El lobo de Whitechapel nos pone un cebo, el del interesante y morboso caso de unos asesinatos, para analizar y denunciar el contraste entre la floreciente y acomodada sociedad londinense de la época y la mísera existencia de las clases desfavorecidas, una población pisoteada y humillada que se hacinaba en las calles de los peores barrios. Del mismo modo que los asesinatos de las prostitutas se investigaron con interés únicamente porque su repercusión mediática estaba provocando que salpicara al gobierno inglés, según la perspectiva de su autor, este mismo poder pudo poner ciertos límites que entenderás al leer la novela.
Al final, con una atrevida especulación sobre la identidad del asesino, Biggi cierra sorprendentemente esta historia perfectamente construida y muy bien narrada, que tiene al lector recorriendo con la imaginación las peligrosas calles de Whitechapel, con los ojos bien abiertos y el corazón encogido. Yo que tú, no me lo perdería.