Se cumple el tercer aniversario de la muerte de Leopoldo Maria Panero sin que se espere, al contrario que en el caso de otros vates e ilustres miembros del establishment cultural patrio, celebración oficial alguna, ni mención expresa en los medios mas populares de la cultura.
Y es que la obra y vida del poeta de la antipsiquiatria, la heroína, los falos y el semen siempre se distanció de los cauces convencionales; tanto su historia familiar, reflejada en la célebre película “El Desencanto”, como su propia poesía, nacida al amparo de la generacion “beat” y que fue derivando, con el paso de los años, cárceles y psiquiátricos, en en una lírica cruda y oscura, muy alejada de los cánones estéticos de los “novísimos”, de cuyo grupo habia sido el mas joven y mediático miembro.
Hijo del astorgano Leopoldo Panero, vate oficial del franquismo, y hermano del también poeta Juan Luis y de Michi (el menor, a quien Nacho Vegas inmortalizó en una canción), recibió una excelsa educación humanista y mostró habilidades impropias desde muy joven para la poesía. La temprana muerte de su padre, cuando contaba con 14 años, una incipiente esquizofrenia adornada con dos intentos de suicidio, otras tantas detenciones por colaborar con el Partido Comunista y una tercera por posesión de drogas, de las que empezaba a ser un ávido consumidor, iniciaron el camino de la autodestrucción que tanto defendía en sus primeros escritos, todo ello antes de cumplir los 30 años. Pero fue su participación en “El Desencanto” de Chávarri (1976), donde los tres hijos cuestionaban el hipócrita modelo familiar tradicional, despedazando la leyenda épica de su propia familia, la que lo encumbró como el enfant terrible de las letras hispánicas, para escándalo de los sectores mas conservadores. Dotado de un nivel intelectual fuera de lo común, su locuacidad y vehemencia lo presentaban ante el espectador como un espejo de sus propias conciencias, rol que ya no abandonaría hasta el final de sus dias.
Las décadas siguientes, llegando el poeta a su madurez, no hicieron sino ahondar en su buscada caída, desfilando por diversas instituciones mentales hasta encontrar su refugio en el mismo Hospital de las Palmas donde murió, en el que resistió los ultimos quince años.
Por el camino hacia la muerte, y recreándose en su malditismo, se suceden diversas obras de menor interés que las de sus primeros años, una nueva pelicula (“Despues de tantos años”, 1994, de Ricardo Franco, de menor repercusión) y un considerable deterioro físico y mental que no le impedia, sin embargo, hacer alarde de lucidez y de sarcasmo cuando los medios se acercaban a él
Ante esta “torpe biografia”, como el mismo la calificaba, no es de extrañar que su persona, mas allá de algún homenaje puntual en la Astorga que lo vio crecer o en Las Palmas que lo vio morir , se haga incómoda para la línea culturalista oficial, y el estudio de su obra en profundidad resulte especialmente molesto. Asi debe ser pues, si queremos cuidar su imagen como la del poeta maldito por excelencia.
Acerquémonos mejor a la lectura de su obra en vida, muy interesante en su primera parte, de la que destacamos “Asi se fundo Carnaby Street”, su primer libro, ademas de “Teoria” (1973) y “Narciso en el ultimo acorde de las flautas ” (1979), y que se va diluyendo en los ultimos años (principalmente por lo copioso de su obra) pese a lo cual todavia podemos encontrar versos bellisimos.
Para no iniciados, no se pierdan el poema “El loco mirando desde la puerta del Jardín”, incluido en el poemario “Poemas del manicomio de Mondragón” (1987), a modo de peculiar autobiografía del poeta. Ni tampoco el hermoso “Proyecto de un beso”, recogido en “El último hombre” (1984), por su inquietante belleza.
Esta es la única herencia que el poeta dejó, y seguramente la mas provechosa. Que sea su lectura el mejor homenaje al poeta que, desprejuiciado y lejos de ataduras morales, nos situó con sus ripios al borde del abismo y nos hizo cuestionar hasta los mas enquistados convencionalismos.