Que la justicia es un cachondeo es algo que, además de que ya lo dijera el ínclito Pedro Pacheco allá por el 1985, no hay más que ver cualquier noticiario para ratificarlo. Casos graves sobreseídos sin explicación, mafiosos dejados en libertad por "errores" administrativos, pecados veniales sentenciados como si fueran el peor de los crímenes, asesinos castigados con pluma de oca... toda una retahíla de veredictos sin ton ni son que hace que la confianza en la justicia para el común de los ciudadanos sea poca por no decir nula. Lo más gracioso del asunto es que, ante este disparate de justicia humana ante la cual cuanto más dinero tienes más inocente eres, en el momento de ser administrada, históricamente, no se han salvado ni los animales. Tal fue el caso de una cerda (sí, sí, el animal, no me sea malpensado) a la que se acusó de asesinato y a la que, para pagar su pecado, fue sentenciada a una cruel -pero curiosa- pena.
Aún me acuerdo cómo me quedaba de pasta de boniato cuando mi padre me contaba que durante la mili, pudo presenciar como un burro perteneciente al Ejército fue arrestado sumarísimamente tras haber propinado una coz a un mando. La escena que así contada, parece haber sido extraída de un chiste de Gila más que de la realidad, aunque parezca mentira se daba más de lo que pudiera parecer "sano". Y a pesar de todo, lo sorprendente es que tenía su lógica, ya que todo el mundo ha de ser responsable de sus hechos y, además, tiene derecho a un juicio justo... aunque seas un animal irracional, claro.
En el caso que nos atañe, nos hemos de remontar a principios de 1386 a la población francesa de Falaise (Baja Normandía).
En esta época, los pueblos eran básicamente agricultores y convivían sin solución de continuidad con todos los tipos de animales que habitan en una granja al uso ( ver La inteligente solución de una cama calentada a base de estiércol). Prescindiendo de consideraciones higiénicas, que se desconocían del todo en aquellos tiempos, los animales vivían en estado de semilibertad aun en medio de los pueblos y villas. Y uno de esos animales que vagabundeaban por las calles cual vacas indostánicas eran los cerdos. El único inconveniente es que, los cerdos, al igual que el hombre, comen de todo y no hacen ascos a nada. Absolutamente a nada.
Fue en esta situación que una cerda "doméstica" aprovechó la circunstancia para meterse en la habitación en que un bebé de tres meses estaba momentáneamente desatendido por sus padres. La cerda, de alrededor de tres años de edad, en viendo la tierna criatura en su cuna, la tomó como si fuera suculenta comida de su pesebre se lió a dentelladas con él mordiéndole un brazo y buena parte de la cara.
Ante los gritos de desesperación del pequeño y los gruñidos del cerdo, los padres corrieron a la estancia y pudieron ver la macabra escena de gritos, gruñidos y sangre. El niño, llamado Jehan Le Maux, murió por las heridas y la cerda, como no podía ser de otra forma, fue detenida. No obstante, y como si fuera un humano, la acusada fue llevada a juicio para discernir su culpabilidad y la sentencia de castigo a su mal proceder.
El juicio duró 9 días, en que la cerda, encerrada en su celda, fue convenientemente alimentada y cuidada. No obstante, el que lo pasó peor fue su abogado defensor (de oficio, se entiende), ya que intentar defender un delito tan flagrante ante la demanda de pena de muerte para la gorrina asesina, era un auténtico papelón. Y como era de esperar, a pesar de los esfuerzos denodados del defensor, la sentencia fue dictada: la cerda era considerada culpable y castigada con la pena de muerte... pero un tanto especial.
Así las cosas, la sentencia fue comunicada en persona a la cerda en su celda (no era cuestión de que la encausada pudiera alegar que no se le había informado convenientemente del fallo judicial) y el día 9 de marzo de 1386 fue arrastrada por una yegua a una plaza en el barrio de Guibray -en Falaise- donde se había habilitado un cadalso especial donde tendría lugar la ejecución.
La gente, como no podía ser menos, se acumuló en gran número (¡fiesta, fiesta!), junto a las fuerzas vivas del pueblo. Pero no solo gente, sino que los campesinos y villanos llevaron a su vez a sus cerdos, ya que el vizconde de Falaise había ordenado que la gente que tuviera cerdos, los llevase para que los animales tomaran nota de lo que les pasaría si a alguno se le ocurría volver a repetir tamaña atrocidad. Obvia decir que la expectación entre el público porcino presente era máxima... (ejem).
Llegado el momento, la cerda infanticida, que había sido vestida con una chaqueta, unos calzones hasta media pierna, unas medias en las patas traseras y unos guantes blancos en las patas delanteras, fue llevada al patíbulo. Allí, el verdugo procedió a ejecutar la sentencia que consistía en infligir a la asesina exactamente el mismo mal que había producido ella en el bebé. Es decir, a la señal, el verdugo cercenó el hocico del animal, cortó un trozo de carne de uno de sus muslos (así, a lo vivo) y, tras ponerle una máscara de una figura humana, a continuación, fue colgada de las patas de atrás.
De esta forma tan "humana" y tan "justa", la gorrina criminal fue abandonada entre gruñidos y sangre brotando a borbotones hasta su muerte, momento en el cual fue arrojada a una hoguera donde acabó por expiar su pecado dando final a este espectáculo dantesco. Espectáculo que, por orden del vizconde de Falaise, fue obligado a ser contemplado tanto por el dueño de la cerda como por el padre del pequeño muerto, habida cuenta la responsabilidad del primero para con su animal y la del segundo por haber descuidado la atención para con su hijo.
La ejecución -que costó 10 sueldos con 10 dineros, además de un guante nuevo para el verdugo- ha quedado para los anales como una de las formas más obtusas y crueles de hacer "justicia" a un animal, en la creencia religioso-supersticiosa de que la "justicia divina" (ergo humana) tenía que ser igual para todos los seres de la creación. El hecho de que se tratase de animales irracionales sobre los que se aplicaba una igualmente irracional ley del Talión, no tenía más importancia más allá de la intención de aplacar una opinión pública escandalizada ( ver Topsy, el elefante condenado a la silla eléctrica) ante la que dar una imagen de poder.
Ejemplos como la de la cerda, la del burro, o incluso la de histriónicos juicios a muertos ( ver El macabro juicio a un papa muerto... y presente), no son más que muestras de que la justicia humana, por mucho que se quiera vestir de equidad, imparcialidad y objetivismo, no deja más que de ser humana, con todo lo que ello comporta de iniquidad, parcialidad y subjetivismo. O si no, ya me lo dirán con el asunto de los papeles de Panamá.
Por si acaso, no se despiste 50 euros de su próxima Declaración de la Renta.