Revista Cultura y Ocio

El lugar sin límites, por José Donoso

Publicado el 18 agosto 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
El lugar sin límites, por José Donoso Editorial Cátedra. 215 páginas. 1ª edición de 1966, ésta de 1999. Edición de Selena Millares.
De José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996) sólo había leído una novela hasta ahora: La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria (1981). Fue hace bastante tiempo: después de un intenso febrero de estudio universitario de los años 90, en la biblioteca de Móstoles elegía libros para disfrutar del recobrado tiempo libre. Tenía anotado el nombre de José Donoso desde hacía meses, por entonces se hablaba bastante de él en los suplementos literarios (quizás el 1996 de su muerte se encontrase cercano). Barajé la idea de leer El obsceno pájaro de la noche, pero su número de página, su complejidad formal y tu temática un tanto deprimente me llevaron a no querer empezar a leer a Donoso por ahí. La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria, de la que no recuerdo casi nada, me pareció entonces una novelita erótica sin mucha trascendencia, y no volví con este autor. Posiblemente elegí mal el libro con el que abordar su obra.
Creo que me volvió la curiosidad por la obra de Donoso, y más concretamente por El lugar sin límites, tras leer en la página 99 de Entre paréntesis de Roberto Bolaño: “Donoso escribió tres libros buenos. Uno de ellos muy bueno y los otros dos con la fuerza suficiente como para perdurar en la memoria de sus lectores. El primero es El lugar sin límites, un libro sobre la desesperación y sobre la precisión. Los otros: El obsceno pájaro de la noche, una obra ambiciosa e irregular, y El jardín de al lado, que se ofrece como juego y testamento.” Me llamó la atención que Bolaño opinara que El lugar sin límites era el mejor libro de Donoso, cuando yo creía que era unánime la idea de considerar que el mejor era El obsceno pájaro de la noche. En la página 295 de Entre paréntesis Bolaño también habla de cuatro novelas cortas perfectas de la literatura hispanoamericana del siglo XX, que, según él, son El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, El perseguidor, de Julio Cortázar, El lugar sin límites, de José Donoso, y Los cachorros, de Vargas Llosa. De las cuatro sólo me faltaba por leer El lugar sin límites y las otras tres –coincidiendo con Bolaño- me parecen magníficas.
El lugar sin límites lo he comprado dos veces. La primera en una de las librerías de segunda mano Ábaco por dos euros, en una barata edición de Bruguera de los años 80. Y después, al ver que la tenía la editorial Cátedra, me dieron más ganas de leerla en esta edición con su extenso cuerpo de notas e introducciones; así que junto con un lote de libros que no quería acabé llevando mi primer ejemplar de El lugar sin límites a otra librería de segunda mano, llamada La tarde libros. La edición de Cátedra que he leído la compré en la feria del libro de Madrid de 2012.
Como casi siempre hago con los libros de Cátedra he leído la introducción (casi de la misma extensión que la propia novela) sólo después de leer la obra, de poco más de 100 páginas de letra apretada y con abundantes notas.
La acción de la novela se sitúa en un pequeño pueblo del campo chileno: Estación El Olivo, un pueblo por el que pasaba el tren pero que ahora se encuentra en decadencia debido a que la carretera, para los más prácticos camiones, la construyeron dejando de lado al pueblo. Un lugar donde la idea de que llegue la luz eléctrica empieza a parecer remota, y donde el cacique local, Alejandro Cruz, parece desear comprar todas las casas para derruirlas y extender en ese terreno sus viñedos.
La acción se sitúa principalmente en el prostíbulo del pueblo, regentado por la Manuela, una loca travesti de 60 años, y su hija –la Japonesita- de 18. Un drama de proporciones bíblicas (la novela tiene fuertes connotaciones religiosas, empezando por los nombres: Estación El Olivo, Alejandro Cruz…) puede acabar desencadenándole la noche del mismo día que comienza la narración, pues la Manuela y la Japonesita saben que Pancho Vega, un bruto local que conduce un camión (del que aún le debe parte de la deuda que supuso su compra a Alejandro Cruz, en cuya hacienda Vega se crió), está en el pueblo y posiblemente se acerque hasta el prostíbulo, donde ya el año anterior quiso hacer daño a la Manuela y a la Japonesita, y solo la intervención del cacique Cruz pudo impedirlo.
El personaje de la Manuela es la creación más potente del libro, un personaje trágico, endeble, que se siente doblegado por la enfermedad y que quizás se encuentre cercano a la muerte y que sin embargo está dotado de una gran fuerza interior, “Entonces, claro, la vida no era tan mala, y había esperanza hasta para una loca fea como yo” (pág. 174); pero los otros personajes, Alejandro Cruz, la Japonesita, la Japonesa, Pancho Vega, el viejo Céspedes, están también sabiamente perfilados.
Aunque he comentado que la acción transcurre en un día, hacia la mitad de la novela hay un salto en el tiempo y nos acercamos al primer día que la Manuela llegó al pueblo sin saber que era para quedarse, y del modo extraño en que acabó acostándose con la Japonesa (ya muerta en el tiempo de la novela) para acabar engendrando a la Japonesita, bajo la mirada omnipotente de Alejandro Cruz, el cacique que todo lo puede, y que es probable además que sea el padre de muchos de los habitantes más jóvenes del pueblo (incluida la Japonesita, y Pancho Vega, que le odia con rencor de clase y de posible hijo bastardo).
El estilo es muy poético, de una precisión y una carga metáforica muy bellas. La novela está escrita en tercera persona, pero es normal que en un párrafo descriptivo en tercera persona el narrador ceda la voz narrativa a la primera persona al personaje del que está hablando. Este ha sido un juego estilístico que me ha recordado a los usados, en la misma época, por escritores de la generación de Donoso, como Mario Vargas Llosa, que luchaban contra las limitaciones de la tradición de sus países y miraban más hacia la tradición europea o norteamericana. El juego de pasar en un párrafo de la tercera a la primera persona me ha parecido de clara influencia faulkneriana, así como el sustrato bíblico del drama.
Lo narrado en El lugar sin límites, pese a la brevedad de sus páginas, es una historia tensa, sutil y repleta de matices. En realidad, dada la densidad de los detalles, uno tiene la impresión de estar leyendo una obra mucho más larga. Desde luego, El lugar sin límites, por derecho propio puede unirse a la lista de las otras tres novelas breves perfectas de la literatura hispanoamericana del siglo XX que citaba de Bolaño al comienzo de esta entrada.
Donoso, como he leído en el prólogo de Selena Millares, escribió esta novela en dos meses en la casa del jardín de su amigo Carlos Fuentes en México DF, como descanso del trabajo que le estaba llevando enfrentarse a El obsceno pájaro de la noche. En algún momento tendré que acercarme a esta última obra, por ahora estoy leyendo El jardín de al lado, la tercera de las obras que Bolaño señala como memorables de Donoso. La semana que viene hablaré de ella.

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