Todo es admisible si no provoca un rechazo general en la ciudadanía: los primeros bikinis eran el exhibicionismo de hermosos cuerpos de mujer, mezclado con provocación orientada a indignar al puritanismo de mediados del siglo pasado, no a la mayoría del pueblo.
Esa expresión de libertad nadie pudo pararla, y en España, donde los curas censuraban toda expresión de sensualidad, supuso un poderoso motor del turismo, una industria que genera ya alrededor del 12 por ciento del PIB.
Ahora se debate sobre si debe prohibirse, como comienzan a hacer en Francia, el burkini, burka de baño para que las musulmanas muestren su religiosidad en playas, ríos y piscinas, aunque también como exhibicionismo y provocación, paradójicamente, machista: como los bikinis, pero al revés.
A la informe señora del burkini, que solo muestra parte del rostro, las manos y los pies para que no excite a los hombres, suele acompañarla el suyo, su amo exhibicionista, que muchas veces gallea en tanga, y que mira deseando y tratando de coquetear con las mujeres del bikini de verdad.
La señora tapada produce conmiseración por su papel en la vida bajo una creencia que la valora como a cabras o camellos, a mitad de precio que a esos sus amos que cacarean su virilidad, su machismo alfa.
Hay uniformes de todo tipo y algunas personas sienten fobia ante las sotanas de los curas, por ejemplo. Ahora casi no se ven y ya no se sabe quién es cura o no.
Pero cuando se exhibe el burkini y se sabe que homenajea únicamente a su supermacho, claro que se genera fobia, fobia hacia el chulesco semental y a la creencia que produce sus distintos roles vitales, por lo que debe entenderse que así nace la islamofobia.
------
SALAS