Revista Economía
La liga española no es la mejor del mundo. Es la que disputan los dos mejores equipos del mundo por diversas circunstancias. Una de ellas es su prestigio secular: cualquier futbolista se da patadas en el culo por fichar en cualquiera de ellos. Todavía está por ver que un jugador prestigiado de cualquiera de los dos equipos se vaya voluntariamente a otro club de donde sea, salvo que vaya de uno para otro. Y, por el contrario, los mejores jugadores del resto de equipos del planeta ha estado siempre encantados de recalar en el Madrid, preferentemente, o en el Barsa. Ahí está la historia para comprobarlo.
Pero en la actualidad hay otros dos factores que les hacen distinguirse más aún. Uno es que disponen de las mejores plantillas y de los dos mejores futbolistas del mundo, y todo el que se precie de darle bien a un balón desearían pertenecer a ellas y jugar junto a ellos. Además, los blaugranas casi han nivelado la balanza del prestigio por los éxitos de sus últimas temporadas y por el juego desplegado, que son la envidia proclamada a todos los vientos futbolísticos.
Y, más reciente y escandalosa aunque tampoco ninguna novedad, es la disparatada diferencia de ingresos por derechos de televisión que tienen con todos los demás equipos. Los más de 400 millones de euros que se reparten casi a partes iguales de la tarta televisiva también son la envidia de todos los equipos de fútbol del mundo, en especial de los españoles y europeos, con los que compiten. Todo eso hace que además de las dos anteriores circunstancias favorables, encima tengan más posibilidades económicas para echar el guante a la estrella que deseen. En esto se lleva la palma el Madrid, porque el Barsa tuvo el acierto desde que llegó Guardiola de inventar cada temporada a uno o dos figuras subiendo proyectos de enormes jugadores desde abajo, con los que componer el mejor plantel de canteranos del planeta. Lo que ocurre es que era tal la ruina que arrastraba desde antiguo que el ahorro en fichajes les sirve para ir limándola. El Madrid, por el contrario, saneado desde la proverbial jugada urbanística de Florentino Pérez con la venta de la Ciudad Deportiva de la Castellana, ha podido dedicarse desde hace una decena de años a traer a precio de oro a los jugadores que le ha apetecido.
De todos modos, como se ha podido comprobar, tampoco el gastar mucho en fichajes garantiza éxito. El Barsa le ha sacado los colores durante cuatro años jugando a veces con ocho, nueve o diez canteranos, aunque últimamente las fuerzas parecen más igualadas; pero sólo eso, lo parece pero aún hay distancias relevantes. Esta peculiaridad ha hecho que muchos nos acordásemos de que es la historia al revés. Tradicionalmente el Barsa traía a los mejores jugadores y técnicos más afamados y era el Madrid el que mojaba.
Sin embargo, se otean en el horizonte dos cuestiones que pueden romper la hegemonía de merengues y culés.
El vestuario del Madrid está claramente dividido, y ello puede germinar en un problema muy serio. Por un lado están los ahijados de Mourinho, con Pepe, Cristiano a la cabeza; por otro los internacionales españoles, con Casillas y Ramos de estandartes; y, en tercer lugar los que ni fu ni fa: recién llegados, brasileños, franceses, o españoles y otros que guardan su viña por si acaso. En la historia del fútbol estos temas siempre han acabado mal. Mientras, D. Florentino se mantiene al margen asegurando su futuro mediante el cambio de estatutos. Y es que, el negocio de presidir el Madrid para él es demasiado serio como para andar pensando en clave futbolística. La pela es la pela, pensará, aunque no sea catalán, aun pareciéndolo en esos temas.
Y, por parte del Barsa, atisbo nubarrones preocupantes en sus alturas. El abortado- afortunadamente- político Laporta, está maniobrando con todas las armas que puede y el bagaje de su exitosa gestión deportiva anterior para volver al palco del Nou Camp. Y no importan sus desastrosos resultados económicos, salvados gracias al trabajo de Guardiola y sus nenes, porque en el fútbol hace tiempo que estos temas importan poco a los aficionados. Todo llegará, sin embargo.
Pensando en que detrás de D. Joan están los incondicionales del otro D. Johan, el holandés brillante, yo de Rosell me preocuparía. Puede ser una bomba. Y si sumamos a ello la ‘gilipollesca’ política, un desastre.