Revista Cine
Cinco
“¡Oh! Sí, bellísima Inés, espejo y luz de mis ojos; escucharme sin enojos, como lo haces, amor es: mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor de este corazón traidor que rendirse no creía, adorando vida mía, la esclavitud de tu amor.”Palabras de don Juan.
Evaristo Vidal miró a sus tres hijos varones, parados en el medio del salón, y se encogió de hombros, incómodo; al fondo, sentadas en el tresillo, sus tres nueras también esperaban sus palabras.—Se niega a darme explicaciones. Sólo dice que no, que Cortés es muy generoso y muy amable, peroque no acepta su mano.—¿Y qué dice Juan? —preguntó Pablo abriendo las manos, desconcertado.—Que se casarán en un mes a lo más tardar.Mientras los tres hombres discutían aquel embrollo, sus esposas se arrellanaron más cómodamente en sus respectivas butacas.—Creo que Inesita le ha dado a probar al maestro algo más que su tarta de manzana —opinó Esperanza, ocultándose tras su taza de té para que su esposo no la escuchara.—No seas malpensada. Inés es una muchacha muy decente, muy bien educada.—Muy enamorada —añadió Dulce a las palabras de Virtudes.—¿Tú estás de acuerdo con Esperanza?—¡A ver! Si al maestro le ha entrado tanta prisa, por algo será.—Por su mala conciencia.—Yo no creo que Inés...—Inés es una mujer adulta que ha visto que sólo tiene una oportunidad para realizar su sueño, tampoco vayamos a martirizarla por ello.—Por supuesto que no. —Virtudes se llevó una mano a vientre, donde su pequeño se removía inquieto, lanzando patadas con sus fuertes piececitos. Imaginó que era una niña, no era que no quisiera a sus dos hijos varones, a los que adoraba, pero una pequeña a la que poner bonitos vestidos y hacer tirabuzones, sería algo muy hermoso—. Pase lo que pase, la protegeremos. Se lo debemos.Las otras dos asintieron con convicción, dispuestas a devolver aunque fuera mínimamente el cariño y el apoyo que su joven cuñada les había brindado desde su llegada a la familia.
—Don Juan pregunta por usted, señor —anunció la doncella en la puerta, con gesto conspirador, consciente, como todos en aquella casa, de que algo grave ocurría.Cuando el maestro entró en la sala, siete pares de ojos lo escrutaron implacables.—Buenas tardes —dijo hacia las señoras, que le devolvieron el saludo con una elegante inclinación de cabeza—. Don Evaristo, perdone que le moleste de nuevo, es que ya no podía seguir esperando por noticias suyas. ¿Ha cambiado al fin de opinión? ¿Se aviene a razones?—En absoluto, querido amigo, y bien que lo siento. —Vidal ofreció a su invitado asiento, que éste rechazó, retorciendo nervioso entre las manos su sombrero. —Creo que reconozco esa bufanda —cuchicheó Esperanza a las otras dos, que estiraron el cuello para ver la prenda que lucía Juan. Dulce se tapó la boca para contener una risita, mientras Virtudes meneaba la cabeza disgustada. Sí, aquello era más serio de lo que pensaba.—Permítame unos momentos con ella, le expondré mis razones y espero poder convencerla.—¿Y cuáles son esas razones? —preguntó Pablo, volviéndose hacia su antiguo amigo con gesto un tanto disgustado—. Explícanoslas a nosotros, a ver si así podemos entender lo que está ocurriendo.—No puedo aclararles por qué Inés se niega a mi petición —reconoció Juan, acomodándose la bufanda que se había puesto para tratar de ablandar el corazón de quien se la había regalado—. Tengo razones para creer que Inés alberga hacia mi persona fuertes sentimientos... Ella misma me lo ha confesado.—¿Y cuáles son tus sentimientos, si se puede saber? —preguntó Jorge, más hosco que su hermano.—Ahora mismo muy confusos, debo reconocer pero... Pero hay algo que sé con certeza. —Juan tomó aire y miró al fondo, donde las tres cuñadas lo observaban conteniendo el aliento—. Y es que quiero pasar el resto de mi vida al lado de Inés.—Apenas unas semanas atrás decías que no volverías a casarte.—Un hombre puede cambiar de opinión.—¿En tan poco tiempo?—¿Acaso necesito explicar a sus propios hermanos las virtudes de Inés? Comprendo que sois inmunes a su belleza, pero no ciegos, y en todo lo demás... mejorando lo presente —añadió para congraciarse con las tres damas que no se perdían una palabra de su boca—, no creo que haya mujer que la iguale. O al menos no la hay para mí.—No gastes con nosotros tantas palabras bonitas —dijo don Evaristo, evitando que sus hijos continuaran con el interrogatorio—. Ve, ve y díselas a Inés.—Eso si quiere abrirle la puerta —remató Esperanza cuando ya el maestro salía por la puerta.