Revista Cine

El maestro de piano -5-

Por Teresac

Siguieron más risotadas y bromas a cada cual más subida de tono, que encendieron las mejillas de Inés y la hicieron retroceder. Corrió de regreso al saloncito donde sus cuñadas la recibieron intrigadas. A su paso, las flores de los jarrones se desmayaban atónitas por su descubrimiento.—No quiere una esposa —dijo, sin aliento, aún avergonzada por lo que acababa de oír—. Prefiere una amante, alguien con... Experiencia.—¿Experiencia? —Dulce elevó sus oscuras cejas con gesto perplejo—. Pues tú eres el ama de casa perfecta, Inés. Sólo hay que ver como llevas ésta desde que falleció tu madre, que en paz descanse, y encima se te dan bien todas las labores de aguja, y te ocupas de los asuntos benéficos de la parroquia, y...—No se refiere a esa experiencia, Dulce, que a veces no entiendes nada. —Virtudes se acomodó en su asiento, pasándose la mano por el vientre ya visiblemente redondeado—. Me temo, Inés, que ese es un tema en el que nadie puede ayudarte.Vosotras estáis casadas. —Las miró una a una, buscando su complicidad; sólo halló reparos y vergüenza—. Virtudes, tú llevas diez años casada con mi hermano, tienes que decirme qué es lo que espera un hombre de su esposa, qué lo hace feliz.—Yo sólo sé lo que a todas nos han enseñado, querida. Una buena esposa se ocupa de los temas domésticos, molestando lo mínimo a su marido y sólo para las cosas importantes, y deja que él se encargue de la economía y de procurar el sustento del hogar. El marido ordena y manda y la esposa obedece y agradece su cariño y protección. Eso es lo que juramos ante el altar: obediencia, fidelidad, amor y respeto.—Pues yo creo que el matrimonio también puede ser amistad y compañerismo —opinó Dulce, tirando de la mano de Inés para que se sentara a su lado—. En una pareja tiene que haber confianza para hablar de cualquier cosa, y acuerdo a la hora de educar a los hijos.—Estáis esquivando la verdadera cuestión que le preocupa a Inés. —Esperanza cruzó los brazos, los volvió a descruzar, se removió en su asiento y buscó un punto al fondo de la estancia al que mirar, como si estuviera navegando y tratase de evitar el mareo—. Habéis dicho dos palabras muy importantes: amor y confianza. Esa es la cuestión, Inés. Si le amas y confías en él, todo será fácil, natural. No debes tener miedo, tampoco mostrarte ni demasiado pasiva ni demasiado ansiosa...—¡Esperanza! Estos no son temas para hablar con una joven soltera.—Virtudes, Inés no es tan joven, y no tiene madre, alguien tiene que orientarla si este es el camino que decide tomar. —Esperanza miró a su cuñada, que la observaba con los ojos muy abiertos, como si ella fuera el oráculo que le iba a descubrir los secretos de su destino—. ¿Quieres conquistar a ese hombre? Dale a probar lo que podría ser suyo. Después no podrá pensar en otra cosa. Es como cuando comes un bombón. Nunca es suficiente, necesitas devorar la caja entera.—Así es al principio —reconoció Dulce, llevándose una mano a la cara para ocultar su rubor.—¿Y si lo hago mal? ¿Y si no le gusto? Creo que aún me ve como a una niña.—Por eso tienes que demostrarle que ya eres una mujer —resumió Virtudes, uniéndose a su pesar  al consejo de Esperanza—. Pero ten cuidado y no te excedas, no vaya a pensar que eres una descarriada.EL MAESTRO DE PIANO -5-Las otras dos sonrieron mientras Inés suspiraba. Tenía mucho que meditar sobre aquel asunto. Sobre la repisa de mármol de la chimenea, dos querubines regordetes le hacían cuchufletas, burlándose de su ignorancia en temas amorosos. Soy una mujer adulta, pensó, y la vida me ha dado una segunda oportunidad que nunca esperé, no voy a desperdiciarla. Con decisión se puso en pie, alisándose el talle del vestido mientras dirigía un gesto de reproche a los dorados angelotes, que al momento recuperaron su posición original, uno tocando el arpa, otro una larga trompeta. Darle algo a probar, demostrarle que soy una mujer, y no descarriarme en el camino, resumió contando con la mano derecha tres dedos de la izquierda. No parecía difícil, aunque el primer punto no le quedaba claro del todo.—¿Qué puedo darle a probar? —preguntó, volviéndose hacia sus cuñadas que la miraban divertidas—. ¿Quizá mi tarta de manzana?Las risas de las tres mujeres aún hacían temblar los cristales de las ventanas cuando Inés se fue aquella noche a dormir.

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