Cansado de que la crisis le quite audiencia, el mago peceras saca un truco antiquísimo a la par que explosivo: sujetando su chistera con la izquierda, extrae (a falta de pañuelos) los trapos sucios del hombre bala, profesional en perforar corazones. Con todos ellos sobre el cristal, se detiene un momento y ¡GUALA!, la más difícil todavía, del minúsculo sombrero comienzan a salir artistas circenses del volumen de doce palomas: el acróbata hace funambulismo sobre hilo dental mientras defiende a su cliente (el hombre bala), que ahora, acorralado, busca su hueco como escapista; el uniformado y con galones malabarista mantiene en el aire, con ágiles aspavientos, pesquisas policiales, pesados datos confidenciales, errores científico-forenses…; los pseudo-payasos rugen, braman y barritan mientras la domadora intenta, con esa pantomima tan suya, calmar los ánimos, látigo en mano; y como la mujer barbuda se niega a salir, desfilan su primo, cuñada, sobrino… disfrazados de plañideras. Tan poco espacio en la urna obliga a los artistas a convertirse en improvisados contorsionistas y al final sus mofletes, nalgas, muslos, tripas… hacen ventosa contra el vidrio. Mientras en su casa, las gentes de bien, vociferan, aclaman, urgen e incluso dictaminan, toga incluida, cadena perpetua para semejante animal.
Texto: Miguel Pereira Rodrigo.