Después de dos meses de disfrute de un título que imprime carácter, la selección española, acostumbrada al delirio de ser ganadora del Mundial de Fútbol, se sintió de repente humillada por la derrota propiciada por Argentina por 4-1. Exactamente sesenta días le duró el sueño de una larga noche de verano en el que se sintió la mejor del mundo. Aunque el aviso de Argentina le supo a amarga decepción.
No es que no lo hubiera advertido Del Bosque el lunes pasado: “Lo peor que le podría pasar el equipo es creerse los reyes del mundo por haber ganado un Mundial”. El técnico de la selección española explicaba que, a pesar de haber hecho historia, no hay que pensarlo demasiado. “Hemos acabado con el objetivo de ganar un Mundial –indicaba– y nos preparamos para revalidar el título europeo. No debemos aburguesarnos, porque tenemos por delante mucha responsabilidad”. El salmantino advertía que no había una selección "favorita" de cara al amistoso y apuntaba que, si España ha ganado el Mundial no ha sido sólo por la “calidad” del equipo sino gracias al "esfuerzo", que hicieron todos los jugadores durante el Mundial de Sudáfrica.
Millones de seguidores confiaban en que el buen hacer de la selección española superaría a los argentinos y, pese a ser un partido amistoso, vencería como había vencido a Portugal, Alemania, Holanda y otros equipos. Pero el equipo español, al que le acaban de conceder el Premio Príncipe de Asturias por su “espíritu de equipo, sencillez y compromiso con los valores del deporte”, se quedó desbordado por la apisonadora argentina, que contaba entre sus mejores jugadores a Messí –el último ganador del Balón de Oro–, Higuaín y a Agüero, futbolistas contratados igualmente por equipos españoles. Y, pese a que, en la segunda parte, los españoles mejoraron el partido, sólo consiguieron un gol y varios balones al poste de la portería argentina.
Después de la advertencia de México, que logró un empate con la España campeona del Mundial, Argentina nos volvía a derribar. Como San Pablo, camino hacia Damasco, nos volvimos a caer del caballo. El jugador que simbolizaba la caída era, esta vez, Pepe Reina, al que le metieron tres goles, uno de ellos, de la manera más tonta, tras un resbalón. Se acababa el sueño inmortal de gloria hispánica. Ahora, al fin, sabíamos que también nuestros jugadores son humanos y cometen fallos. También ellos son doblegados, derrotados y abatidos. La lección aprendida no debería olvidarse en vano. Las victorias no son eternas. Y al despertar, como en la vida, sabemos que no existen los vencedores absolutos.
Revista Deportes
Messi, autor del gol contra España a los diez minutos del inicio.
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