No me lo puedo Creer
El Maldito Karma:
Maldito Karma es el título de un libro muy divertido que explica las desventuras de una presentadora de televisión; si no lo has leído, te lo recomiendo. Pero también es una expresión que la mayoría de nosotros utilizamos. Porque… ¿quién no se ha visto sorprendido alguna vez por el maldito Karma?
El Karma vendría a ser el fruto de nuestros actos. O dicho de otra manera, la forma que en que el destino nos enseña que, quien la hace, la paga.
El Karma también es una mierda:
Así es. Literalmente. El Karma también es una mierda. Lo puedo aseverar. Pura comprobación empírica. Hace unos años tuve la oportunidad de vivir, en primera persona, una anécdota que me dejó perpleja. Y porqué no decirlo, también descojonada (de risa). Con el permiso de mi hermana, paso a contárosla.
Hace muchos, muchos, años, íbamos mi hermana y yo camino de casa de nuestra abuelita (no es un cuento, íbamos a casa de la abuelita). No recuerdo bien el motivo, pero mi hermana se enojó conmigo (fue por una tontería, de lo contrario seguro que me acordaría del motivo). La cuestión es que ella, enfurruñada, empezó a andar unos metros delante de mí. Le pregunté que porqué se había cabreado, pero no me hizo ni caso. Que injusto, pensé. Y distraída, intentando dilucidar qué narices la había molestado tanto, chuté un truño de perro que había en mitad de la acera.
Inciso:Perdonad que saque mi vena más escatológica, pero es que si no lo cuento así, no va a entenderse el maldito Karma.
El zurullo no era de esos secos, más bien era blandito. Por lo que me llamó la atención que pudiera darle un puntapié consiguiendo dos cosas aparentemente imposibles:
1. Que saliera disparado, volando.
2. Que la punta de mi zapato quedara inmaculada, limpia.
Solo con esos dos detalles, podemos sospechar que la magia del maldito Karma empezaba a surgir efecto. La verdad es que todo pasó en décimas de segundo. En realidad, yo no me di cuenta de lo que había pasado hasta que mi hermana se detuvo en seco a mirarse los pies. Por eso voy a explicar cómo actuó el maldito Karma, o Karma de mierda, “a cámara lenta”.
Lo que sucedió, en slow mo:
Estoy andando. Mi pie derecho se levanta para avanzar y, justo cuando está a punto de tocar el suelo otra vez, el maldito Karma hace que la punta de mi calzado coincida a la perfección con la caquita de perro que reposa sobre la acera. Mi zapato impacta contra la boñiga y esta sale disparada, rebasando a mi hermana; si hubiera sido una carrera, el truño la hubiera ganado.
En ese preciso instante el maldito Karma vuelve a tirar de los hilos para cumplir con la ley inmutable de acción-reacción, y sincroniza el excremento con el movimiento del pie de mi hermana que, al levantarse para dar el siguiente paso, impacta contra el proyectil de mierda. Evidentemente, como el zurullo es blandito, se desintegra entre los dedos desnudos de my sister (lleva sandalias) dejándoselos pringados. ¡Maldito Karma!
Yo, lo único que pude ver, es que ella se miraba el pie y, a continuación, se giraba con una cara difícil de describir. Una mezcla entre asco (por la mierda) y cabreo de tres pares de cojones (conmigo). En esa época yo no tenía ni idea de qué era el Karma (aunque lo intuía) y lo único que pude decirle, después de oír varios improperios saliendo de su boca, fue:
—¡No sé cómo ha pasado! No ha sido aposta. ¿Qué te crees, que la he cogido con las manos (la mierda) y te la he tirado? (vamos, que ni haciéndolo aposta me hubiera salido tan bien)
De nada sirvieron mis explicaciones. Se mosqueó más. Supongo que ver que me estaba descojonando, tampoco ayudó a tirar “pelillos a la mar”.
Ese día descubrí que el Karma existía; aunque no supiera que tenía ese nombre.
Karmas instantáneos o diferidos:
Uno de los Karmas instantáneos que más recuerdo, sucedió un día que intenté dar una patada en el culo a mi madre (en plan juego). Resbalé con la alfombra y me caí al suelo, de culo, sin conseguir mi objetivo. No veas lo que se rió ella. Y el rebote que me pillé yo.
Aunque también descubrí que hay Karmas en diferido. Nada instantáneos.
En el último año de instituto, organizamos una salida (nocturna, of course) todos los compañeros de clase. Huelga decir, que había que ir arregladito, así que pedí una falda prestada a mi hermana; por aquel entonces nos intercambiábamos la ropa, incluso nos confundían por gemelas (en este post «Parecidos razonables. ¡Ostia, pero si soy yo» lo explico todo). La fiesta fue bien. Llegué a casa de madrugada, medio sobada, y sin pensar demasiado, tiré la falda a lavar; apestaba a tabaco.
Al mediodía, mi madre puso la lavadora. Hasta aquí todo normal. Pero al sacar la ropa para tenderla ¡Oh sorpresa! Había habido un pequeño percance con la falda de mi hermana. Mi madre tardó cero coma en advertirme que la susodicha no iba a estar muy contenta.
—¿Qué ha pasado? — pregunté intrigada (tampoco será para tanto, pensé)
—Míralo tú misma. Mi madre sujetó la falda con las dos manos, y la levantó para que yo viera la que había liado con mi despiste.
Esta es la cara que se me quedó al ver la falda.
¡No era para menos! Hay que tener en cuenta que se trataba de una falda de Zara, larga hasta los tobillos. Y lo que sacó mi madre de la lavadora era una falda de Zara, del largo de las que usa Mariah Carey. Y encima tuvo la desfachatez (la falda) de encogerse desnivelada (el dobladillo quedó en diagonal). No me digáis que no es raro de cojones. ¡Puta falda! ¡Puta lavadora! ¡Qué mala leche!
Evidentemente intenté suavizar el trauma. Le dije a mi hermana (que por cierto, no me aniquiló de milagro) que podía reciclarla como mini falda. Pero no coló. El estilo corto (más corto de un lado que del otro) era too much para ella. Y encima, yo volvía a descojonarme de la risa mientras se lo decía. Es que…
Al final, yo sobreviví, y a mis faldas no les pasó nada. Mi pobre sister no intentó vengarse de mí; eso la honra. Pero al cabo de unos años… el maldito Karma en diferido regresó para darme mi merecido.
Yo tenía una bufanda que me encantaba. No me la quitaba ni para ir a cagar. Era suave, blandita, estilosa… Vamos, de esas que arreglan y abrigan. Lo tenía todo. Quizás por eso, mi hermana me la pidió prestada para ir a trabajar.
—¿Olga, puedes prestarme tu bufanda (preferida) mañana?
Como ella se levantaba a las 5 de la mañana, en pleno invierno, para ir a hacer el turno de mañana en el hospital, me dio cosilla decirle que no.
—Claro. No problem.
Esa fue la última vez que la vi con vida (a la bufanda. Mi hermana sigue vivita y coleando, gracias a Dios).
Por la tarde, después de terminar el turno en el hospital, la pobre se acerca a mí con la cara desencajada.
—Olga, tengo que decirte una cosa. Ha pasado algo.
¡Joder! Me asusté. Con el careto que venía, lo primero que pensé es que se había cargado a un paciente.
—Sabes que he cogido tu bufanda, esta mañana, ¿no?
—Sí. Te la presté. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—No lo sé —. me mira angustiada; sabe que es mi bufanda predilecta — Cuando he ido a coger el coche, he dejado mi abrigo y la bufanda en el asiento trasero, como hago siempre…
—¿Y? — no pillo a qué viene tanto sufrimiento.
—Pues que cuando he llegado al hospital, la bufanda ya no estaba.
—¿Cómo que no estaba?
De repente, la música de expediente X empieza a sonar dentro de mi cabeza.
—Creo que he pillado la bufanda con la puerta del coche y…
—¿¿??
¡Que me diga ya qué coño ha pasado! Estoy sufriendo más por la cara que pone, que por lo que le haya pasado a la puta bufanda.
—Pues que cuando he abierto el coche lo único que quedaba de la bufanda era esto.
¡Y va la tía y me saca un cacho de bufanda de unos 3 cms x 3 cms!
Abro los ojos de par en par. Ella a punto de echarse a llorar. Ya no puedo más. Estallo en una sonora carcajada y casi no puedo ni hablar mientras me imagino mi querida bufanda hecha trizas en medio de la autopista. Por una vez, el maldito Karma (diferido) me ha hecho reír. Y la falda de Zara, ha quedado vengada.
Y tú, ¿has tenido que enfrentarte al maldito Karma alguna vez?
Cuéntanos tu maldito Karma en “comentarios”.
Gracias
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About the Author
Olga
Adicta al chocolate y soñadora. Me dedico a escribir por placer.
Amigas 4Ever: Ada
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En Sapos Azules hay una escena buenísima con maldito Karma incluido. A cada cerdo le llega su San Martón. Je, je,je…
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