Revista Cultura y Ocio

El malogrado, thomas bernhard

Publicado el 13 agosto 2014 por Ana Ana Fidalgo

EL MALOGRADO, THOMAS BERNHARD
LA MALDICIÓN DEL TALENTO
El Malogrado, Thomas Bernhard, 1983

En el mundo del arte coexisten el genio y el talento. La genialidad es incontestable; el genio no es consciente de su grandeza inalcanzable. El artista de talento que aspira a la grandeza está condenado, sin embargo, a perseguirla sin alcanzarla jamás.
Todos los artistas –genios o no– poseen un punto de obsesión. En el caso del talento sin genialidad, esta obsesión conduce fatalmente al desastre, cuando el artista es incapaz de liberarse de sus obcecaciones y entra en una espiral de aislamiento, de incapacidad comunicativa, de limitaciones sociales y de locura. Genio y fracaso son las dos caras de la moneda del talento. La incapacidad para llegar a la primera se convierte muchas veces, fatalmente, en la segunda, a través de la frustración. También podemos contemplar que la moneda, digamos, caiga de canto. La tercera posibilidad es un nexo entre ambas caras cuya azarosa contingencia se produce cuando el artista, consciente de la distancia que le separa de la genialidad, consecuente con su mediocridad, renuncia al arte y sacrifica su obsesión mediante el alejamiento. El acto de renuncia es difícil y valiente, casi suicida, porque exige la negación del propio ser.
El triángulo que acabamos de dibujar aparece representado en El Malogrado, una novela de Thomas Bernhard que muestra las obsesiones del autor, su pesimismo, su humor negro, el existencialismo de entreguerras, el nihilismo de Beckett y el absurdo de Ionesco. Con su particular estilo de frases encadenadas que se van repitiendo sin orden aparente, avanzando y retrocediendo a través de párrafos enormes que mantienen la acción congelada durante docenas de páginas, como si el acto de iniciar un movimiento precisase el motor de un pensamiento obsesivo, Bernhard deja el desarrollo en manos de un narrador que no es sino un trasunto de su voz. A partir de este narrador sin nombre se establece un monólogo interior reiterativo, lento, que se regodea en repetir salmódicamente las mismas expresiones, como la narración obsesiva de un anciano.
Este narrador anónimo es precisamente el canto de la moneda que describimos antes, la unión entre los otros dos personajes, –Gould y Wertheimer– que encarnan las caras opuestas del talento. En el fondo, El Malogrado es una historia de amistad, de la red de implicaciones emocionales que se establece entre seres humanos cuando aspiran a la misma meta dominados por impulsos divergentes.
EL MALOGRADO, THOMAS BERNHARDPor una parte, tenemos al genio: Glenn Gould, que es y no es el gran pianista que la historia nos regaló. Gould representa al artista ausente, ajeno. Es el eje de la historia, pero no el protagonista. Precisamente su excelencia le incapacita como motivo dramático. Su sublime interpretación de las Variaciones Goldberg de Bach provoca el cataclismo de la renuncia a la música de sus dos compañeros de estudios. Hay obras de arte, interpretaciones, que una vez producidas sellan su destino: se vuelven inasequibles, irrepetibles, inalcanzables, estrellas de fuego que aniquilan cualquier pretensión imitativa. Gould es el músico inconsciente de su propia genialidad que se vuelve uno con el instrumento; es el pianista que se introduce en su Steinway y desaparece en una simbiosis perfecta con él, como espíritu mediador entre Bach y el piano. Glenn Gould tocaba encaramado a una silla destartalada, casi a ras de suelo, doblado sobre el teclado de modo que su nariz parecía interactuar con los dedos en la interpretación. Tenía síndrome de Asperger y a los treinta y dos años se retiró para recluirse en su mansión; no para dejar de tocar, sino con la intención de hacerlo únicamente para él mismo, sintiendo al público como un estorbo innecesario, ajeno como era al reconocimiento, la adulación o la gloria.
En la otra cara de la moneda, Wertheimer es una víctima de la fatalidad, de la maldición del talento frustrado. Dominado por la envidia, el día que oye tocar las Variaciones a Gould sabe que todo ha terminado para él. Incapaz de ser Gould, hace de la infelicidad su razón de ser. Pero Wertheimer, al contrario que el narrador, no se deshace de su piano. Insiste en hundirse con su frustración y prefiere la muerte que la constatación de su mediocridad.
En medio de ambos, aceptando la derrota, en un acto supremo de masoquismo y crueldad, el narrador regala su Steinway a una niña que sabe que lo destrozará en poco tiempo. Acude al entierro de su amigo y realiza un esfuerzo de memoria obsesiva, presentándonos este triángulo de fatalidades como solo el arte puede producir en la búsqueda de la excelencia, ajeno a los desengaños del fracaso.

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