La polémica del manifestódromo nos da una nueva muestra, ciertamente, de que vivimos en un país singular, porque con todo lo que nos está pasando y los graves problemas que debemos resolver con urgencia parece que a una buena parte de nuestros gobernantes lo que les preocupaba de las marchas de la dignidad y del resto de concentraciones en Madrid contra la gestión del gobierno era y es la incomodidad que supone tener a los ciudadanos tan cerca, protestando por lo que no está bien. Esto causó hace algunas semanas un enfrentamiento entre la alcaldesa angloparlante, Ana Botella, y la hiperoxigenada y estirada delegada del gobierno, Cristina Cifuentes. Ambas, han manifestado en más de una ocasión la necesidad “modular” como dicen ellas (ay, esos eufemismos) el espacio de las manifestaciones, pues afirman estar muy preocupadas por las dificultades de los comercios, que se ven perjudicados en sus actividades y no venden con tanta manifestación (la subida del IVA, las cuotas de autónomos que les han impuesto y las facturas de luz que tiene que pagar no les importa tanto a estas dos); por el corte de calles, que dificulta el tráfico; y en definitiva porque altera la vida cotidiana de la capital del reino. Si la gente no tiene trabajo y se queda sin casa, eso las trae sin cuidado.
El enfrentamiento vino porque Botella pidió a Cifuentes más contundencia a la hora de buscar soluciones para crear un manifestódromo, y Cifuentes le devolvió la pelota diciendo que no contaba con suficiente apoyo del ayuntamiento y de la comunidad de Madrid. En fin que lo que quieren ambas -y no sólo ellas- es que se cerque a los manifestantes en un sitio donde no molesten y permita a los españoles de bien (y españolas) llevar una vida plácida y agradable por las calles de Madrid, sin desagradables protestas de antisistema, ultrarradicales y demás gentes peligrosas. ¿Cómo van ellas a salir a la peluquería o hacer compras por el centro de Madrid si está ocupado por estos comunistas destructivos?
Es increíble que tengamos gobernantes que en lugar de buscar soluciones que reclaman miles de ciudadanos ante problemas muy graves, y que acuden a esas protestas precisamente porque los miembros de las administraciones públicas y del gobierno no hacen su trabajo, se indignen y se muestren preocupados porque los manifestantes caminan por las calles de Madrid reivindicando al gobierno que cumpla con su deber, y lo único que se les haya ocurrido es que se meta a todos los ciudadanos que acuden a esas manifestaciones en un lugar acotado para que no les molesten. Pretenden, pues, hacer un gheto de manifestantes, un manifestódromo, cuya definición sería: lugar para hacer manifestaciones.
Ante esta brillantísima idea pensada por una mente privilegiada y desde el pleno ejercicio de la política seria y eficaz a la que nos tienen acostumbrados estos liberales de tres al cuarto, las asociaciones ciudadanas deberían proponer que, del mismo modo que se quiere habilitar un manifestódromo, se cree también un politicódromo, un corruptódromo o un imbecildódromo –me consta que ya existe el botellódromo-.