Revista Viajes
Cualquier día es bueno para visitar la Sierra de Guadarrama en sus cumbres de Madrid. Llegar hasta el Ventisquero de la Condesa tiene un cierto nivel de esfuerzo construido sobre la paciencia y la recompensa del lugar que coronamos entre el asombro y sosiego. Aquí se verán los nacederos donde mana el comienzo del río Manzanares.
Estamos asomados al ventisquero de la Condesa. En este encuentro de montañas y valles nace el río Manzanares.
Entre la Bola del Mundo y el alto de La Maliciosa se explaya, extenso y deslumbrante, paseado por la brisa y el silencio, el Collado del Piornal brillante en todas las épocas del año. Hemos llegado hasta aquí subiendo por el Regajo del Pez o tal vez después de coronar La Bola del Mundo en nuestro paso hacia La Maliciosa.
Desde la cima de La Maliciosa la vista se extiende por el Guadarrama. Ese cuenco es el Ventisquero de la Condesa donde nace el Manzanares.
En esta concavidad que aquí se forma, donde la nieve resiste hasta el final de su existencia en la Cuerda Larga, nace silencioso el primer Manzanares que desciende ladera abajo con sigilo de modo casi imperceptible. Los musgos son su primer lecho, la hierba de la altura se riza y se aplana con la suavidad de su lento discurrir.
El río Manzanares desde la austeridad de sus aguas recibe visitas de montañeros, desde la música de sus incansables surcos conversa con quienes pasan camino de la Maliciosa o del Alto de Guarramillas con la misma cadencia confidente que conversa el piano con los violines en el tercer movimiento allegro del Primer Concierto para piano de Beethoven.
Los montañeros, en más de una ocasión, han acompañado al río Manzanares montaña abajo y han descansado junto a sus cascadas, antes de remansar sus aguas entre las pozas de la Pedriza.
Hablan el río y el montañero de senderos y montañas, conversan el piano y los violines de Beethoven de la paz y del mañana. Y juntos paso a paso continúan su jornada, el uno monte abajo el otro hacia la cumbre de la montaña. En más de una ocasión, el montañero y el Manzanares han continuado conversando montaña abajo, han surcado riscos y arbolados mientras saludaban a otros arroyos que aportan sus aguas hasta las cascadas del Manzanares en laderas más bajas, un tiempo antes de remansarse el agua entre las pozas de la Pedriza.
Desde el vértice geodésico de La Maliciosa la vista se llena de luz y agua.
El Manzanares que viene del sosiego de las cumbres del Ventisquero de la Condesa, llega a la gran ciudad para entregarle la quietud y la calma. Aquí también sabe conversar en sus riberas con los patos, con las aves, con los pequeños animales, con las personas que buscan junto a sus aguas la quietud y la austeridad del nacimiento de sus aguas.
Javier Agra.