Demuestra Houellebecq en esta obra que es un virtuoso; un autor capaz de romper con lo que venía haciendo hasta ahora y plantear una novela de altos vuelos cimentada sobre una sólida estructura en la que es capaz de esconder un texto ensayístico y revestirlo de novela. Una novela, no obstante, no exenta de grandes personajes y notables historias dentro de la propia historia, que nos plantea con cierto aire visionario, aunque tamizado por su fina ironía, el ocaso de la productividad industrial y la vuelta de la sociedad a sus orígenes más primitivos.
Resulta ciertamente inteligente el planteamiento del francés a la hora de seleccionar el material para esta novela, una novela plagada de referencias de la cultura popular francesa y en la que el autor juega con una santísima trinidad formada por: el personaje principal, el artista Jed Martin; el padre de éste, un reputado arquitecto visionario; y Michel Houellebecq, en el papel, ridiculizado hasta el extremo, del propio Michel Houellebecq. Estos tres personajes nos sumergen en un juego de existencias frágiles que se mezclan las unas con las otras hasta que finalmente desaparecen, dando lugar a sus remplazos. La muerte y el suicidio como metáfora del cambio de era; la crisis de un sistema malherido -y carente de los recursos que una sociedad tan exigente requiere- que ha de dejar paso a la naturaleza. Porque ésta es la única capaz de exceder los límites artificiales creados por las sociedades. Quizá por eso existe en la novela una presencia constante de Francia y lo francés que termina por convertir a Francia en una suerte de personaje alegórico; una patria que actúa también como progenitora y con la que el autor parece pretender reconciliarse tras haber suscitado tanta polémica en los últimos años.
Houellebecq parece haberse dado cuenta que a él también le tocaba un cambio de era, que su juego provocador no podía seguir funcionando y que era momento de aprovechar su talento para firmar una obra distinta que debía ofrecerle no sólo a Francia, sino a todo el mundo. El mapa y el territorio es una novela tan contemporánea en su superficie como clásica en su fondo. Una obra que ha sido galardonada con el prestigioso Premio Goncourt y que en mi opinión es la mejor obra del autor hasta la fecha, la más seria, la más redonda.
Le sirven las artes plásticas y la arquitectura como excusa para hablar de la creación, una acción íntimamente ligada a la muerte. Crear desde la nada y construir sobre esa nada para luego destruir lo construido y empezar de nuevo. La abundancia de metáforas conduce al lector hacia una dimensión hasta cierto punto alegórica donde mezcla con humor la Guía Michelin con el mercado del arte, la muerte de Houllebecq con un cuadro de Jackson Pollock, una mini novela negra con una charla entre el personaje principal y Beigbeder, y un sinfín de elementos sorprendentes e influencias artísticas y literarias que convierten a esta obra en una especie de boîte-en-valise que guardaré como objeto de culto.
¿Qué es lo que define a un hombre? ¿Cuál es la primera pregunta que se le hace a un hombre cuando quieres informarte de su estado? En algunas sociedades le preguntan primero si está casado, si tiene hijos; en las nuestras, se le pregunta en primer lugar su profesión. Lo que define ante todo al hombre occidental es el puesto que ocupa en el proceso de producción, y no su estatuto de reproductor.
El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq (Angrama, 2011) [Traducción de Jaime Zulaika]