Tras el primer viaje de Colón en 1492 y la vuelta al mundo de la mermada tripulación de Magallanes abundaron las expediciones para dar forma a lo que ya sería un mapamundi moderno. La cartografía era una actividad matemática y el problema de la longitud no estaba resuelto.
La afición a los mapas fue general en el Renacimiento, maravillaba como el mundo estaba cambiando tan rápidamente. Los palacios dedicaron una zona noble a representarlos.
La Sala del Mapamundi del Palacio Farnesio en Caprarola representa en grandes frescos en las paredes todo el orbe conocido y los cuatro continentes por separado. El techo está reservado para la esfera celeste con sus constelaciones: el cielo nocturno con toda la mitología que conservamos.
Los mapas se intentan hacer con rigor y por ello no faltan las escalas, que además son un cuidado adorno.
Las alegorías personificadas de los continentes rodean el gran mapamundi que preside el salón.
En la representación celeste se han dibujado como líneas rectas el ecuador y los dos paralelos de los solsticios y, además, se distingue la cosinusoide de la eclíptica, el recorrido aparente del sol y causa de las estaciones.