Daba pena pero también sorprendía ver y oír en el Congreso de los Diputados al maquinista del tren Alvia que mató hará este mes cinco años a 80 personas al descarrilar a 190 kilómetros por hora cuando debía circular a 80 a la entrada de Santiago.
Francisco José Garzón Amo, un hombre pequeño, muy delgado, que ahora tiene 57 años, lloraba ante la Comisión Parlamentaria que supuestamente investiga el accidente para determinar quiénes fueron los responsables de la tragedia.
Pero ocultó parte de la verdad, declarando culpables a Renfe y a la gestora de las vías, ADIF, al decir que “en la curva, donde se debía pasar de 200 kilómetros por hora (circulando con ASFA, Anuncio de Señales y Frenado Automático) a 80, sin una señal de limitación de velocidad, solo la memoria de los maquinistas”.
Es cierto, como corroboraron los estudios técnicos españoles y europeos, que la curva estaba mal diseñada, pero kilómetros antes había distintas órdenes acústicas y visuales para que redujera la velocidad lentamente; no las obedeció, algo que sí había hecho en sus 59 viajes anteriores hacia Santiago por el mismo lugar.
Además, tuvo siempre pisado el botón del “hombre muerto”, llamado así para evitar accidentes pues al levantarlo el tren se para.
Atribuye su distracción a una llamada telefónica del revisor, pero fue cuando debía comenzar a frenar, mientras que nunca explicó convincentemente por qué tenía encendida una tableta iPad de su propiedad e innecesaria en su trabajo.
Una conducta extraña la de este maquinista soltero y dedicado fuera de los trenes a cuidar con abnegación a su viuda y anciana madre: una vida gris pese a los 55.000 euros anuales que cobraba como maquinista.
Por eso, entre otras razones, se le mantiene la acusación de homicidio de las víctimas. Y ello al margen de las responsabilidades de Rodríguez Zapatero, que inauguró electoral y apresuradamente la línea sin instalar los mejores métodos de alerta y frenado, carencias que mantuvo Rajoy hasta el accidente durante 19 meses.
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SALAS